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Juan Ramón Moscad Fumadó

La tía Matraca

!!Santa Madre campiñesa, la que nunca usó compresa!! !!Santa Madre de ocho hijos, una prole con seis pijos!! !!Santa Madre paridora, la que reza y nunca llora!!

La tía Matraca era madre de 8 hijos, 6 varones y 2 hembras, algo muy natural en aquellos años en los que no se conocían los anticonceptivos y el único entretenimiento era el triquitrás con espinacas. Los dos menores eran mellizos y tenían mi misma edad. Juntos nos afiliamos al Frente de Juventudes porque era lo único a lo que podíamos pertenecer para entretenernos cuando nos casábamos de hacer pillerías con los perros y los gatos.

Los melgos eran más malos que un dolor de muelas, siempre estaban pensando en hacer alguna barrabasada y raro era el día que no se presentaba en su casa alguna vecina a tomar quejas por alguna charranada de los mellizos.

La tía Matraca estaba orgullosa de su prole porque, decía, eran los más guapos, fuertes e inteligentes del barrio. Todos vestían la camisa azul -las dos hembras eran de la Sección Femenina- y cuando los veía desfilar se plantaba en la acera y le salían chispas de las manos aplaudiendo y vitoreándolos. En una ocasión la escuché decir: !Ay! si José Antonio levantara la cabeza y los viera.

En mi Escuadra -seis muchachos de unos 14 años- estaban los dos mellizos y había que tener cuidado con ellos porque eran más peligrosos que una caja de bombas. En una ocasión nos tocó una marcha, de un día, y el jefe de la Escuadra decidió ir a las riberas del Guadalquivir -cuyo río dista unos 9 kilómetros del pueblo- y para el lugar nos encaminamos una mañana de domingo portando a las espaldas los utensilios y las patatas, aceite, pan y chocolate que habíamos comprado.

A mitad del camino hicimos un alto para desayunar y cada uno enguillimos un trozo de pan y media tableta de chocolate que, por cierto, revuelto con hambre nos supo a gloria. Continuamos caminando y llegamos al río, buscamos un lugar adecuado y nos aposentamos. La siguiente faena era buscar leña para cocinar y 5 de nosotros -el sexto quedó de vigilante- recorrimos los alrededores y conseguimos la suficiente. Era plato único: patatas fritas al montón !Santa Madre de Dios, qué ricas estuvieron! A pesar del estropicio que causaron los melgos.

Pusimos 3 piedras en forma de V y la sartén encima, echamos el aceite y, cuando el que cocinaba lo creyó oportuno, volcamos las patatas en rodajas y comenzó a freírlas dándoles vueltas y más vueltas con la rasera. Cuando estimó que estaban en su punto pidió que alguien le ayudara a llevar la sartén al lugar que habíamos elegido para comer y se adelantaron los mellizos quienes, agarrando por el mango la sartén la sacaron del fuego y nada más dar los primeros pasos uno de ellos quiso probarlas y metió la mano, en cuyo momento su hermano le arreó tal tortazo que la sarten cayó al suelo, boca abajo, y las patatas sobre el musgo y la tierra.

El jefe de la Escuadra dijo: !A por ellas! y en menos que canta una totovía nos lanzamos a por las patatas que, a puñadas, nos las engullimos con tierra, hierbas y lo que habían cogido en el suelo. Los que no las probaron fueron los melgos, que se habían enzarzado a puñetazos entre ellos. Menos mal que quedó algo de pan y, a palo seco, se comieron un panete de casi un kilo entre los dos.

En la casa de la tía Matraca se reunían diariamente 12 personas para comer: el matrimonio, sus 8 hijos y los padres de ella. Los enseres para cocinar eran de los más grandes que había en el mercado; si hacían potajes o cocidos la olla tenía que ser manejada por dos personas dado su volumen y peso con los ingredientes dentro.

Cuando los mellizos tenían antre 7 y 8 años, cierto día la hija mayor quiso preparar un buen cocido: garbanzos, patatas, un trozo de tocino fresco y otro de añejo, carne de ave y algunas verduras. Puso la olla sobre la trébede, encima del fuego de leña de olivo y se alejó para continuar con otras faenas. Toda la operación fue presenciada por los mellizos, que estaban junto a una cesta donde se hallaba una gata y 4 gatitos que había parido unos días antes.

Ignoro si lo hablaron entre ellos o no, pero sí que es cierto que agarraron dos de los gatos reciendo nacidos y los echaron vivos dentro de la olla.

Era costumbre, cuando había cocido para comer, desmenuzar pan en un azafate y echar el caldo, tras haber pizcado ajos y peregil. Era el primero de los 3 platos que salían de un cocido. Se esperaba unos minutos para que el pan cogiera el caldo y se engullía. Cuando la tía Matraca comenzó a repartir, con un cazo, la sopa los mellizos retiraron sus platos pues dijeron que no querían, lo que extraño a su madre, pero o dijo nada.

Una vez las 10 personas habían deglutido la sopa, la hija mayor cogió la olla y volcó su contenido en el azafate, en cuyo momento uno de los melgos, saltando alborozado, dijo: !Ya sale el blanco! Sí, salieron el gatito blanco y el negro, sin pelo, inflados y cocidos. Cuando los comensales vieron a los animalitos entre los garbanzos y las patatas comenzaron a dar arcadas que lo que arrojaron fue diez veces superior a lo que habían ingerido.

La única que no se indispuso fue la tía Matraca porque los demás tuvieron que ser asistido por un Médico, que no le dio importancia al asunto pero si a las señales que tenían en las espaldas los melgos por la paliza que les propinó su madre que, echa un basilisco, rompió el palo de dos escobas a golpes con ellos.

Físicamente eran como dos gotas de agua, la única que sabía quien era Periquito y quien Tomasín era su madre, ni sus hermanos, mientras fueron pequeños, eran capaces de distinguirlos, de lo cual se aprovechaban. Un día, una vecina que estaba agradecida a la tía Matraca por un favor, vio a uno de ellos y le dio un puñado de higos secos y de nueces, se escondió y se los comió.

Un higo seco al que se le introduce una nuez pelada es un bocado exquisito y el mellizo, una vez se hubo comido los que le había dado aquella vecina, se personó en la casa de esta buena mujer y, llorando a moco tendido, le dijo que le había dado higos y nueves a su hermano y a él no, faltándole tiempo a la mujer para darle otro puñado de ambos frutos sin sospechar que estaba siendo engañada por un pequeñuelo.

Pedro y Tomás -Periquito y Tomasín como eran llamados- eran más famosos en el pueblo que Luis Candelas en Madrid. Sus travesuras llegaron a traspasar los límites locales y en los pueblos comarcanos se les conocía e, incluso, se les admiraba por sus innumerables tropelías. Hoy ya han cumplidos los 70 años.

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Autor

Juan Ramón Moscad Fumadó

Ing. Técn. Industrial, Diplomado Empresa y Licenciado en CCEE y EE. Valencia. Tutor de Uned de Almansa. Ha trabajado en CTNE Barcelona y en Citesa (Alicante). Desde 1981 trabajó en la Central Nuclear de Cofrentes (Iberdrola) hasta 2014. Ha escrito libros de relatos: "Viajar es un placer, pero, viajar también te escalda" y "Stada Nova: La fórmula" en Editorial Trafford (Canadá), entre otros. Ha editado su CD "OTRAS FORMAS DE AMOR", como cantautor, etc

Juan Ramón Moscad Fumadó

Ing. Técn. Industrial, Diplomado Empresa y Licenciado en CCEE y EE. Valencia. Tutor de Uned de Almansa. Ha trabajado en CTNE Barcelona y en Citesa (Alicante). Desde 1981 trabajó en la Central Nuclear de Cofrentes (Iberdrola) hasta 2014.  Ha escrito libros de relatos: "Viajar es un placer, pero, viajar también te escalda" y "Stada Nova: La fórmula" en Editorial Trafford (Canadá), entre otros. Ha editado su CD "OTRAS FORMAS DE AMOR", como cantautor, etc

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