Esta va a ser la Navidad número 74 que voy a celebrar. Advierto que he puesto este verbo con la esperanza de que nada la enturbie porque no todas las Navidades que he cumplido han sido felices totalmente. Creo que nadie, absolutamente nadie, puede decir que ha pasado todas las Navidades de su vida con alegría porque algún acontecimiento, alguna desgracia, grande o pequeña, le ha sorprendido en esas fechas.

Unas veces por nuestra culpa y otras sobrevenida, el caso es que en alguna ocasión se vio ensombrecida por un hecho que te amargó la fiesta. Hay ocasiones en que no es a ti directamente a quien le sorprende la desgracia, la mala noticia, el acontecimiento desagradable, sino que le ha ocurrido a algún familiar, a un amigo o en un determinado lugar de un país lejano al tuyo.

Y cuando ya se tiene la edad que tengo yo y se ha vivido la vida toreando muchos miuras, alguno de ellos marrajo en la embestida, tienes el alma curtida por las cornadas pero has seguido vivo y las cicatrices te obligan a persistir en torear a cualquier cornúpeta, por muy malas intenciones que tenga. Lo que no vale es desinflarse, darse por vencido y que el morlaco te empitone y se salga con la suya.

Ha habido alguna que otra ocasión en que casi he estado a punto de mandarlo todo a hacer gárgaras, pero en seguida se ha rebelado esa parte de mí que no transige con la maldad, con la maledicencia, con la hipocresía, la mentira, el fanatismo y ha sido entonces cuando yo he arremetido como un Pablo Romero y, si me ha sido posible, he corneado al malvado, al infame, al mentiroso, al hipócrita y le he clavado las astas donde más le dolía.

Estoy casi seguro que habrá quien diga: -Pues en ese caso usted se ha puesto a la misma altura del otro porque ha devuelto la embestida con una cornada. Pues mire usted, querido contertulio, lo que le voy a contestar: -Yo jamás he iniciado una disputa y puedo decir que nunca he herido a nadie intencionadamente, pero tampoco me he callado cuando he tenido que decirle a alguien que es un infame. Jesucristo echó a latigazos a los mercaderes del Templo, y era el hijo de Dios.

Estoy convencido de que si no nos hubiéramos callado cuando hemos presenciado o hemos tenido conocimiento de una sinrazón, de una canallada, de una infamia no hubiera prosperado; pero la apatía, la indolencia, el encogimiento de hombros propician que el malvado, el hipócrita, el mentiroso triunfen y es la sociedad toda la que sale perjudicada. Y todos somos responsables.

Hace unos pocos días pudimos ver en la televisión como un Policía Nacional, que no estaba de servicio, se arrojaba a las vías del Metro, en Madrid, y salvaba, in extremis, a un hombre que había caído a la vía y se hallaba inconsciente sobre los raíles. Unos segundos nada más y ambos hubieran sido arrollados por el tren, que los hubiera triturado. Y también hemos sabido que en Almansa un individuo había, supuestamente, falseado una Declaración Jurada para conseguir ser admitido en una noble y solidaria Orden.

La conducta del Policía me enorgullece como ser humano porque ha elevado su estatura moral por encima del común. Arriesgar la vida para salvar la de un semejante, sin pensar en la tuya, es para quitarse el sombrero. Pero la del almanseño me asquea porque para presumir de buen cristiano hace todo lo contrario al Mandamiento Divino.

Para el primero yo pediría un reconocimiento a nivel nacional, para el segundo la cárcel por haber cometido, supuestamente, (lo tendría que calibrar un Juez) un delito de Falsificación de Documento Privado. Y con decir todo esto se darán cuenta que no me callo, ni nadie me tapará la boca ante algo que no se ajuste a la verdad y a la justicia, ante la carencia de ética y moral cristianas.

Si el periodista, señor Hernández Piqueras, me hubiera invitado a su programa El Candil, de la televisión local, se pueden suponer a quienes les hubiera dado el “Bombo” y el “Palo”. Al policía y con redoble, y al falseador en lo más alto de su “bocha” y con una estaca de olivo.

Y finalizo este artículo pidiendo a todos los lectores que hagan lo que yo ya he hecho: Comprar unas cajas de “Pastillas contra el dolor ajeno”, que Médicos Sin Fronteras ha puesto a la venta en Farmacias al precio de un euro. En ella se puede leer: “Médicos Sin Fronteras destinará íntegramente los beneficios obtenidos al tratamiento de enfermos de malaria, Chagas, kala azar, enfermedades del sueño, sida infantil y tuberculosis”.

Y en Correos han estado a la venta unos bolígrafos solidarios, pero ya se han agotado, de lo cual me alegro infinito porque eso nos dice que ha habido personas solidarias y generosas. También se puede adquirir en las librerías y quioscos de prensa la Revista DAR, que la edita la Fundación del mismo nombre y cuyos beneficios se destinan íntegramente a infinidad de gentes que esperan de nosotros ese óbolo que tanto necesitan.

En ella se puede leer: “Si compras esta revista ayudarás a salvar vidas. Haití se muere por el cólera. Enviaremos suero y antibióticos”. Es tan solo 1,50 euros el precio de la revista. Cómprala y léela, te darás cuenta de a cuanta gente se le puede ayudar con tan poco.

Estamos en la fiestas del nacimiento del Niño Dios, que no se nos amargue la celebración si cenando te llega el recuerdo de tanta miseria, de tanto dolor como nos rodea y no haber hecho nada para mitigarlo. 5 cajas de caramelos y 5 revistas bien valen una buena noche.

OS DESEO A TODOS PAZ Y BIEN, SALUD Y BIENESTAR.

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