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Juan Ramón Moscad Fumadó

Divagaciones de mi conciencia

En la soledad de mi despacho, entre libros, papeles y el ordenador portátil me encuentro tan a gustito que no cambio las muchas horas que estoy aquí por nada del mundo. A veces me sirve para olvidar a personajillos, sucesos y cabronadas que a diario nos aporrean la conciencia.

Hay ocasiones en que mi mente divaga entre cientos de sucesos, acontecimientos, penosos unos, divertidos otros y es entonces cuando surgen las divagaciones de mi conciencia.

Hago un paréntesis y dejo la mente quieta, luego la pongo en marcha y me hago miles de preguntas, algunas de las que he podido retener las voy a reflejar.

Tengo 75 años y a estas alturas de la vida me siento casi igual que cuando era un jovenzuelo imberbe e inculto. Y me pregunto: ¿Cuánto tiempo ha transcurrido desde que correteabas por las plazas y calles de tu querido pueblo? ¿Cuántas vicisitudes has tenido que soportar, ilusiones, afanes, preocupaciones, aspiraciones con lágrimas y risas?

Los años van trayendo mudanzas y arrastran con la tersura de la piel, con las pestañas, el pelo y la vista; pero sigo siendo capaz de disfrutar lo que tengo sin caer en la desesperanza por obtener aquello de lo que carezco.

Procuro que la fortuna me acompañe para dimensionar todo lo que me rodea y vivo en armonía con lo que soy capaz de generar por medio de mis entretenimientos, no de mi trabajo del que ya me dieron de baja.

Deseo seguir esforzándome para generar el cariño y el respeto de los míos y de mis amigos porque siempre entendí que los amores se mantienen y aumentan a la luz del cariño con el que se cuidan, debiendo regarlos con agua del corazón.

Me place mantener vivos los amores, los pasados y los presentes, porque me dan la energía suficiente para seguir caminando.

Quiero conservar los afectos de mis amigos, que se ha formado a través de los años y lo cuido como el más precioso tesoro. Me interesa un especial agradecimiento a todos aquellos que han aportado, con generosidad, un trozo de su alma y su corazón contribuyendo a hacer de mí lo que soy ahora y seré mañana.

No Puedo olvidar que mis antepasados no me pudieron ofrecer sus hombros para que mis pies comenzaran a transitar por la vida, pero sí quiero que mis piernas sean lo suficientemente fuertes para que se apoyen en ellas los pies de quienes de mí nacieron.

Intento que mis pies pisen firmemente en el suelo, aunque con frecuencia mi imaginación se dé el lujo de volar y de soñar con un armonioso hoy y un mejor mañana.

Y cuando aparece el frío, producto de las lejanías, desavenencias o desencuentros con mis semejantes, enciendo la hoguera de mi corazón para que me fortalezca, y le suplico que me dé el calor que me permita asumir mis culpas para saber pedir perdón.

Y salto de júbilo cuando recibo la disculpa ajena y entonces trato de ser fácil para el perdón y el olvido. Bastante penitencia paga quien no asume su culpa como para que se cometa el exceso de hacerle la vida más difícil.

Procuro vivir en paz conmigo mismo porque sé bien que no se puede ofrecer tranquilidad cuando uno mismo no la tiene para sí.

Quisiera repetirme en cada acto de los que buscan una forma digna de vivir y que sus afanes impregnen mi alma para seguir adelante y vivir cada día como manda Dios.

Mi mente, todavía despierta y clara, me dice que me voy acercando al final de la jornada, que ya solamente tengo el tiempo justo para abrazar a mis amigos uno a uno y agradecerles que me quieran, que me sigan dando el calor que necesito para soportar a los que se hicieron mis enemigos, sin que yo lo deseara.

Tengo la inmensa suerte de haber tenido un hijo, de haber plantado un árbol y de haber escrito un libro. ¿Qué más puedo desear?

En estos momentos llega a mi memoria la imagen de un muchacho, pobre y analfabeto, que, a muy temprana edad, se tuvo que marchar de su pueblo para no morir de inanición. Durante más de medio siglo tuvo que torear a marrajos que embestían con mala fe pero ninguno pudo herirlo porque cuando lo intentaron aparecía Jesucristo y le hacía un quite Soberano.

Me ilusiona tener algún día el privilegio de poder llegar hasta lo más alto, donde el espíritu tiene su fortaleza y nuestra fe su razón de ser.

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Autor

Juan Ramón Moscad Fumadó

Ing. Técn. Industrial, Diplomado Empresa y Licenciado en CCEE y EE. Valencia. Tutor de Uned de Almansa. Ha trabajado en CTNE Barcelona y en Citesa (Alicante). Desde 1981 trabajó en la Central Nuclear de Cofrentes (Iberdrola) hasta 2014. Ha escrito libros de relatos: "Viajar es un placer, pero, viajar también te escalda" y "Stada Nova: La fórmula" en Editorial Trafford (Canadá), entre otros. Ha editado su CD "OTRAS FORMAS DE AMOR", como cantautor, etc

Juan Ramón Moscad Fumadó

Ing. Técn. Industrial, Diplomado Empresa y Licenciado en CCEE y EE. Valencia. Tutor de Uned de Almansa. Ha trabajado en CTNE Barcelona y en Citesa (Alicante). Desde 1981 trabajó en la Central Nuclear de Cofrentes (Iberdrola) hasta 2014.  Ha escrito libros de relatos: "Viajar es un placer, pero, viajar también te escalda" y "Stada Nova: La fórmula" en Editorial Trafford (Canadá), entre otros. Ha editado su CD "OTRAS FORMAS DE AMOR", como cantautor, etc

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