Medioambiente

Nueva York declara la guerra a los coches

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Las autoridades se toman muy en serio este problema en Nueva York. Nada tan neoyorquino y desesperante como el atasco del viernes por la tarde para salir de Manhattan. Con los túneles y puentes de la isla convertidos en desagües embozados, los coches se arrastran palmo a palmo entre los claxon frustrados y el suspiro hidráulico de autobuses y camiones. Imposible no pensar en Cortázar y el embotellamiento de «Autopista del sur», pero con tiempo suficiente para leerse «Rayuela» entera, según recoge Javier Ansorena en ABC

La ciudad quiere liberar a su centro de su atasco eterno con la mirada puesta en la que fue su metrópoli: ha aprobado la imposición de un peaje a los vehículos que entren en el Sur de Manhattan, en una medida similar a la de Londres en 2003.

El sistema se establecerá en 2021 y afectará a las calles situadas por debajo de Central Park, al Sur de la calle 60, el centro neurálgico de Nueva York. Es la zona que engloba los centros financieros y corporativos, las principales áreas comerciales y las atracciones turísticas más visitadas. Más de 700.000 vehículos entran aquí cada día, con el agravante añadido de la condición isleña de Manhattan: la parte afectada por los peajes se nutre de diez puentes y túneles que conectan con New Jersey o los distritos de Brooklyn y Queens, siempre atascados durante las horas punta.

Es una decisión atrevida, en un país donde el coche es más que un medio de transporte: es una forma de vida, un símbolo de libertad y de progreso, de la conquista industrial del mundo, tan americano como las barras y las estrellas. Aunque suponga pasar buena parte de cada día clavado en la brea con las manos en el volante.

Su gran impulsor ha sido el gobernador del estado de Nueva York, Andrew Cuomo, un demócrata al que siempre le suponen aspiraciones presidenciales y que aquí hace una apuesta política con mucho riesgo.

El objetivo del plan es doble: reducir el atasco en el centro de Manhattan y mejorar con ello los niveles de contaminación de la ciudad; y financiar con el peaje la mejora del destartalado sistema de transporte público neoyorquino. Los ingresos que generará el sistema permitirán a Cuomo respaldar los bonos por 15.000 millones que emitirá para actualizar el metro y los autobuses de la ciudad, un inmenso sistema de transporte anclado en el pasado.

Cuomo ha conseguido que se apruebe un plan con muchos detractores con la táctica del despeje: buena parte de los detalles del sistema no se conocen todavía y los definirá el trabajo de una comisión especial.

Uno de los puntos principales sin concretar es el precio del peaje: las estimaciones lo sitúan alrededor de los 12-14 dólares para los utilitarios y de unos 25 dólares para camiones, con un abanico de precios diferentes (más caro en hora punta, menos por la noche y los fines de semana), con lo que se recaudarían unos 1.100 millones de dólares al año.

El otro gran asunto es quién quedará exento de pagar. Lo que se sabe de momento es que las dos autopistas que rodean Manhattan no formarán parte del peaje, al igual que la conexión entre ellas con el túnel que va a Brooklyn. También que los servicios de emergencia y los adaptados para el transporte de discapacitados no pagarán, y que los residentes con rentas bajas -menos de 60.000 dólares al año- podrán deducirse el pago en sus impuestos.

Pero hay muchos otros afectados que van a plantar batalla: las asociaciones de camioneros ya presionan al gobernador, sin ellos no hay suministros; las compañías de autobuses dicen que ellos deberían estar exentos, que ya contribuyen a reducir el tráfico; los motoristas aducen lo mismo, que no atascan las calles; los taxistas tampoco quieren pagar, como en Londres; quienes entran por puentes o túneles que ya tienen peajes critican que recibirán un doble castigo (el alcalde de Jersey City ya amenaza con represalias y peajes a los que vengan de Nueva York); y muchos ciudadanos que dependen del coche han puesto el grito en el cielo. De momento, la medida es rechazada por el 54% de los votantes, según una encuesta de la Quinnipiac University.

Quien sí defiende el plan es Uber, que se ha gastado dos millones de dólares en una campaña para promoverlo: la compañía ha sido acusada de disparar el tráfico en la ciudad y considera que esa solución es mucho mejor que la limitación en el número de licencias que le impuso Nueva York el año pasado.

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