«Llegó para vender el banco».
Son palabras que el ya expresidente del Banco Popular, Emilio Saracho -un cargo que le ha durado un suspiro, ni cuatro meses-, transmitió a más de uno, y de dos, desde que pisara por primera vez su despacho en la madrileña calle de Ortega y Gasset. Pero no era el objetivo «oficial».
El reto era conseguir que Popular volviera a ser el Popular.
El de antaño. El banco cercano a las pymes, sólido, eficiente y rentable. Aquel que lideraron los hermanos Valls durante décadas y del que tomó el relevo un joven Ángel Ron en 2004, tras pasar por el cargo de consejero delegado desde 2002.
Y, como explica Mª J. PÉREZ en ‘ABC‘ este 8 de junio de 2017, para hacerlo realidad, se puso sobre la mesa de Saracho un contrato inusual para un directivo «tradicional» en Popular: algo más de 12 millones de euros a cuatro años, con una prima inicial de 4 millones, otra prevista de otros cuatro al término del contrato, y a 1,1 millón de euros por cada ejercicio.
Pero el sueño «oficial» de Saracho se frustró pronto.
En su primera comparecencia pública. Ante sus accionistas, a principios del mes de abril.
Anunció entonces que no descartaba hacer una nueva ampliación de capital y que si bien su objetivo no era fusionar la entidad con otra tampoco descartaba una operación siempre que «reconozca su valor para el accionista».
Precisamente el valor del Popular se desplomó en Bolsa ese mismo día un 9%. Desde entonces, todo parado.
Y la acción en picado. No hubo tiempo para nada más.
Eso sí, cumplió su versión…«no oficial».
