Ante la designación de la ministra de Industria como aspirante socialista a la alcaldía de Madrid, muchos ciudadanos se han preguntado “¿Reyes Maroto? ¿Y quién es Reyes Maroto?”

La verdad es que no tienen que preocuparse de su ignorancia, ni siquiera la propia interesada. Son tantos los ministros de Pedro Sánchez y tan menguada su actividad, salvo la de corifeos, que ni siquiera ellos mismos sepan muy bien cómo se llaman. Además su designación responde al sistema de cuotas, o sea, de banderías. ¿Quién sabe, por ejemplo, que Joan Subirats es el ministro de Universidades? Es que lo es porque antes fue consejero áulico de Ada Colau, a la que el presidente del Gobierno tenía que dar su trozo de pastel.

Ser ministro de Pedro Sánchez es, pues, un accidente que dura lo que el jefe quiere que dure. Y, al parecer, Reyes Maroto estaba sentenciada desde que en el momento álgido del volcán de la Palma lo ponderó como futura atracción turística.

A partir de ahí viene otra pregunta: su designación para disputar la alcaldía de Madrid ¿es un premio o un castigo? Evidentemente, desde su ministerio va a tener a partir de ahora una proyección de la que carecía, haciendo cada día declaraciones y actuaciones a cuál más dispar. No parece que eso sea suficiente para conseguir el cargo, pero sí para dejar al PSOE mejor situado que hasta ahora en la corporación madrileña.

Lo que no parece muy ventajoso para ella, en esa hipótesis, es quedarse ejerciendo de oposición en el Ayuntamiento toda una legislatura.

Ése, en todo caso, parece el futuro de los ministros de Sánchez: estar a su disposición del jefe y no decir ni una palabra de crítica aunque sean defenestrados de súbito y si explicaciones, como fue, por ejemplo, lo ocurrido a su mano derecha José Luis Ábalos. Por eso, visto lo visto, la de Reyes Maroto no será la última sorpresa que el inquilino de La Moncloa se saque de la manga.