Sobre Celaya/Contra la visión de Castilla de Machado/La decadencia castellana (versión final)

Sobre Celaya/Contra la visión de Castilla de Machado/La decadencia castellana (versión final)

DE SAN SEBASTIÁN A ORIO,
CON HERNANI AL FONDO
(Mi propio “Canto en lo mío”, al pasar por la patria de Gabriel Celaya. Contra la visión de Castilla de Antonio Machado. Causas de la decadencia castellana)

Avila2

I. CON TRISTEZA HE OÍDO QUE DECÍAS, GABRIEL…

Al pasar con nuestra barca
de San Sebastián hasta Orio,
vemos a Gabriel Celaya
en costero promontorio.
Se ha acercado hasta la raya
del litoral territorio.
¡Cómo el ronco mar estalla,
monocorde locutorio,
contra rocas en muralla!
Entreabre repertorio
de pronto Gabriel Celaya:

“En Covaleda, recuerdo,
yo, traficante en maderas,
hice los puercos negocios
normales de la posguerra”

Hombre, Gabriel Celaya
es un brillante comienzo,
tu voz es que no desmaya
en llevar la prosa al verso:

“En Regumiel, donde el pino,
es tan de miel y de cera,
que por quedarme con todo
casi le arruino a mi empresa”

Comprar buena calidad
siempre fue muy gran medalla.
Lo malo es la habilidad
que tu voz luego encanalla:

“¡Cementerios castellanos
de Covaleda y Vinuesa,
muerta muerte y aburrido
golpear pena con pena”

Bien, mi Gabriel comprapinos,
golpeas bien este verso,
más saboreo estos vinos
de tu variado universo.

Mas para ser cementerios
si es tan grande su belleza,
tus granados improperios
tienen algo de bajeza.

“En Covaleda, en Vinuesa,
donde todo se vendía,
por unas cuantas pesetas,
donde los pobres idiotas
castellanos, como cluecas,
se encerraban recelosos
negociaban su pobreza…”

Como para no tenerte
Gabriel, algo de recelo,
si un poco sí que se advierte
tu abuitrado sobrevuelo.

Y perdón por lo de buitre
que no es término poético.
He aprendido en tu pupitre
este rimar tan hermético.

Está lleno del salitre
del hallazgo más fonético
que, ausente belleza, arbitre
su licor gordo, diurético.

La vida vas perdonando
en este verso en que hostigues
al pobre, al que lo fustigues
pegando más que cantando.

Y luego, Gabriel, prosigues
por encima de hombro hablando
con lo cual sí que consigues
que te vayas retratando:

“Me daban asco, me daban
conciencia de la tristeza.
¡Se creían tan astutos
y no entendían la buena!”

Hombre, Gabriel, estás buen
poeta comunista hecho,
estoy por decirte amén
y pasar de ti derecho.

¡Ay, Gabriel, que estoy creyendo
que sientes completo el odio,
será que te estoy oyendo,
de tal poema custodio!

¡Agur, Gabriel, me voy a Orio,
por fugarme de tu estruendo!
Queda subido en tu podio
con tan popular atuendo.

Y menos mal que a ti nadie
te nombra “el poeta de Castilla”,
pues con muy parecidos lápices
aunque mejor caligrafía,
nos ha hecho en verso mártires
quien parejas cosas decía,
un poeta de versos ágiles
que vino desde Sevilla.

Era Antonio su nombre
y Machado su nombradía
Si bien a veces amaba
y bien cantaba a Castilla,
otras causaba el desaire
-a él no se lo parecía-
de decir cosas tan gráciles
como que en toda su orilla
no tiene árboles Castilla.

¡Menos mal que estás tú, Gabriel,
para hablarle de tus mercancías
y de que sólo este tropel
de árboles de Soria fría,
supera ya, buen Gabriel,
a todos los de Euskal Herría,
pues que ya sólo Soria es
mayor que sus tres provincias!

Para mí es bella tu tierra
como es bella mi Castilla,
y hasta tú me pareces sierra
de más altas melodías.

Pero ahora, buen Gabriel,
que vendas tus mercancías
te desea este timonel
con estas rimas sencillas.

II. CONTRA LA VISIÓN DE CASTILLA DE ANTONIO MACHADO

Que os equivoquéis un poco
es comprensible. Las prisas.
Lo malo es cuando se ahonda
lo que se pueda la herida.

Yo no sé quién empezara
a golpear la mejilla
de esta tierra castellana,
soriana, maltrecha, digna,
que lleva ya más de un siglo
maltratada por las rimas.

No fue así hasta el XIX,
que esta tierra de colinas,
tuvo entre aguas y entre nieves
canciones de amor y risas,
declaraciones de afecto
que no helaban la sonrisas.

Pero tú, Antonio Machado,
aunque es cierto, la querías,
algo tienes que ver en este
perfil atroz de Castilla.

Leerte -en tu pesimismo
con que agrandas su malicia
y acortas su donosura-
le da una belleza sombría.

Y es desde ti esa imagen
la que ha triunfado de Castilla,
pues se ha asociado de tal modo
a ella con tu poesía.

Tu paleta, Antonio, escoge
siempre la gama más fría,
lo pardo y seco y hasta un olmo
que ya casi se pudría.

A serrijones pelados
y a lomas calvas tú miras,
y hasta coronas de nubes
son unas nubes plomizas,
amarillo amarillento
y pobres zarzas, marchitas.

Un hospiciano describes,
después un loco nos pintas,
cejijuntos y palurdos
seres que el páramo habita.

Antonio, tu verso es alto
y limpio, y sí, nos querías,
mas con amor de tal rasgo
que trota a monotonía.

Y hay espantos tan notables
aunque de espléndida rima
-“La Tierra de Alvargonzález”,
medio “Campos de Castilla”-,
donde tu amor se traduce
en pintar gente cainita,
cruel y mala de la aldea
que hasta a su padre asesina,
puñaladas al costado
y un hachazo su alma hería.

¿Atónitos y palurdos
sólo tu pluma veía?
¿Castilla miserable es
quien te adora todavía?

Muy generosa es y fue
la tierra de las encinas
con quien rimó de tal forma
una tierra fea y fría,
según su pluma tristona
tristeza fuera veía.

Muy generosa es y fue
la tierra de las encinas
con quien rimó que desprecia
cuanto ignora, con desidia.

Antonio, ¿a qué sus harapos
a qué cosa se debían?,
¿no te preguntaste nunca
en tu larga melodía?

Pues sembla un poco a desprecio
no inquirir por esa herida,
qué derribó su altura,
qué provocó su caída,

qué causa hizo que se durmiera
esta dormida ceniza.
Muestra también su ignorancia
quien apalea a Castilla.

La flagelaste un poco más
con tristes voces bonitas
que han convertido en tópica
tu parcial visión de Castilla,
pero que es la tuya, Antonio,
¡la tuya, gran pesimista!,
no la visión real, completa
de la diversa Castilla.

Es posible otra visión
más alegre de Castilla,
y no la tuya que no oye
ni canción de siembra y trilla,
que huye de las arboledas,
que regatos no visita,
que las montañas las llena
de gente rara y cainita.

Y que todo lo ha pintado
con su propia gama fría,
con éxito tan total
que ha suplido esa Castilla
a la Castilla real,
a la Castilla verídica.

III. DESNOVENTAYOCHIZAR A CASTILLA

El noventayocho dio
tal altura a una Castilla
literaria que acogía
su saeta pesimista
que cuando el noventayocho
pasó, se quedó Castilla
enredada en esa imagen
mustia y noventayochista.

Y desde entonces no hay forma
para quien diga “Castilla”
que lo inicial que imagine
no sea una llanura fría
o una loma calva y seca
donde a lo sumo habría
un chopo de hoja caída
-¡uno solo, que dos fuera
cosa imposible en Castilla,
qué fuerza tiene este tópico
todo cerebro limita!-,
o una parda tierra rala
donde nieva la desidia.

Cualquier Castilla otra no es
para el tópico, Castilla,
sino que se adjetivará
con etiqueta distinta.
tal fuerza ha adquirido
clisé novenchayochista.

Aunque no se haya leído,
la generación descrita
esa es la Castilla siempre
que la escuela publicita.
Y si algún poeta apremia
a que se lea su tinta
será siempre y primero
la machadiana Castilla.
Ya la tormenta perfecta
toda mente infante fija.

A la gente amistosa,
esa Castilla desanima,
para la gente adversaria
esa Castilla motiva,
para ensañarse con ella
y golpear sus mejillas.

Mas lo que no hiciste, Antonio,
fue investigar esa herida,
explicar la decadencia
a qué causa se debía,
sólo llamarle palurda
a gente que la sufría,
despreciando lo que acaso
más amor probaría
¿o fue tu propia ignorancia
sobre qué le hizo ceniza?

IV. UNA COMPARATIVA DE CUANDO ESPAÑA SE FUNDÓ A HOY

Las causas, Gabriel, Antonio,
también vuestra poesía
podría haber analizado
entre insulto y bella espina.
Las causas que declinó
e hizo caer a Castilla,
que no son para injuriarla,
sino extraerle esa espina.

Has de saber, mi Gabriel,
que, por escoger un día,
allá por el XVI
esa la alta Soria mía,
riberas, prados, plantíos
y llanadas numantinas
tenían doscientas mil
almas en ellas vecinas,
al tiempo que entre las tres
vasconizadas provincias
no alcanzaban ni siquiera
a igualar sus solas cifras.

¡Soria, los doscientos mil
Vasconia menos tenía!

Números que aun eran más
en las pobladas provincias
de esa ya superpotencia
que entonces era Castilla,
tanto la Vieja y la Nueva,
como también la Novísima.

Hoy esta extensa provincia
alberga noventa mil.
y el país vasco cobija
dos millones su perfil.

¿Dónde están los dos millones
de sorianos para asir,
los tiempos de entonces
y los que han llegado aquí?

¡Suena extraño pero ese
canon habría de seguir
si en paralelo estuviera
uno y el otro país!

Dos millones de sorianos
y no solo noventa mil.
¿A quién, Gabriel de mi vida,
a quién crees se oprimió aquí?

Yo lloro por esa pérdida,
Machado siente un penar interior.
Tú te mofas de ella,
amigo Gabriel, comprador.

Soria envejece mientras.
Con el alma herida, entre sus nieblas.
Mientras tú, Gabriel,
poeta de respetables prosas,
te mofas de ella.

¿Por qué ha segado el tiempo
a Soria, a Castilla entera?

Antonio, no desprecies tú lo que ignoras
y, si lo sabes, ¿por qué no lo llevaste al verso de tu boca?

No te llamaré yo miserable, Antonio,
ni que desprecias cuanto ignoras,
como hiciste tú con la desdichada
y contigo muy generosa Soria.

Pero sí quiero, Gabriel, Antonio,
contaros esta pequeña historia:

V. CAUSAS DE LA DECADENCIA

Ved esa otra Soria y Castilla que está saliendo del légamo ahora,
ved esa Castilla y Soria
que escribe por sí misma su crónica,
mientras la llama de su verdad deja de ser lacónica
voz que solo deja que se oigan las otras.

Esa Castilla que era
a principios del XVI el país más poderoso de la tierra,
cuyas flotas dominaban tres mares bajo el flamear de sus banderas,
Cantábrico, Mediterráneo y una recién descubierta América,

cuyos barcos circunnavegaban el globo terráqueo
y que bautizan océanos
con nombres en castellano,

perdió contra una dinastía extranjera
una guerra
y sus ciudades tardaron cuatro décadas
en pagar las reparaciones de guerra
que le fueron impuestas.
Pero, lo que es peor, perdió su independencia
ante los intereses familiares de esa realeza
extranjera.

Y tuvo que ir a la guerra
para defender por Europa los intereses particulares de la familia habsburguesa,
combatiendo Castilla sola contra todo el planeta
entonces conocido, contra Francia, contra Inglaterra,
a los que durante dácadas vencía por mar y tierra,
contra Holanda, contra Suecia,
que amenazaban las posesiones habsburguesas,
contra la mitad de Alemania, contra Italia, contra la Iglesia
papal que no se doblegara ante el César
Carlos, contra las escuadras otomanas, cuyas galeras
oficiales o piratas trazaban incursiones viajeras
hasta las más próximas costas desiertas
y se llevaban esclavizadas a poblaciones ribereñas
enteras.

¿Sabes, Gabriel, con la costosa Monarquía Habsburguesa
y su delirante política europea
Castilla y solo Castilla perdió la fuerza
de su autonomía y de que sus Cortes clamaran por ella.
A veces, cuando unas Cortes cada vez más deshechas,
de convocatoria cada vez más dispersa,
pedían clemencia,
diciendo que el país se estaba viniendo abajo de manera
completa,
diciendo: “Majestad, si los herejes de Europa hacen la guerra
porque quieren perderse, Majestad, que se pierdan
y vayan al infierno, ya que eso desean”.
recibían siempre la misma respuesta hasburguesa,
“En eso se hará lo que más convenga
a nuestro servicio, en la paz y en la guerra”.

¿Escuchas Gabriel, Antonio escuchas, de qué manera
empezó a hundirse el país más poderoso de la Tierra?
La Casa de Austria, después de una guerra,
era absoluta en Castilla, mientras
que continuó siendo relativa sobre sus otras despensas.

Sobre Castilla, imposición directa;
de cuota o cupo, sobre las otras tierras.

Entre otras cosas, Gabriel, porque era
muy pequeña la importancia demográfica y económica
de esas otras tierras,
porque la industria, las factorías, la riqueza ganadera,
los telares textiles, las manufacturas pañeras,
el comercio y la transformación de sedas,
las metalurgias mejores, las armas, las fraguas herreras,
estaban también en la castellana y sometida despensa,
sin que conviniera
un conflicto interior por lo que, de cualquier manera,
iba a aportar muy poca riqueza.

En el XVI, 500 por 100 más pecha
Castilla que la aragonesa
Corona, y los impuestos recaen sobre la población pechera.
Gabriel, mientras tanto era
en el país vasco declarada toda la población exenta
de la mayor parte de las rentas
por ser considerada hidalga entera
y Guipúzcoa un paraíso fiscal completo, allá en la frontera,
que también debía ser ayudada a defender de las potencias europeas.
Al cabo de ochenta,
cien años, de esta vorágine impositiva y bélica,
la economía castellana está exhausta y en quiebra,
se suceden las bancarrotas sucesivas de esa Castilla sujeta,
la inflación y las sucesivas deflaciones arruinan más a la clase pechera,
y el comercio, la industria, la manufactura también entra en quiebra,
los caminos se llenas de mendigos y de gente emigrando afuera.

¿Podían hacer algo aún peor a Castilla los Austrias en su siniestra
política contra la más poderosa tierra
del planeta?

¡Sí. Venderla!
Vender Castilla pueblo a pueblo para allegar más fondos con los que financiar sus particulares guerras…
¡Y eso hicieron: vender pueblos de realengo a quien los quisiera
recibir en señorío o comprar ellos su libertad siempre que pagaran por ella!

Hasta el XVIII fue esta severa
política territorial la que empezó a desequilibrar las tierras
de España, y a hundir la que antes su mayor soporte fuera.
Aún en este siglo la presión fiscal trata con el doble de dureza
a Castilla que a la Corona aragonesa,
de modo que en el XIX, cuando se desaparecen las fronteras
interiores, es Cataluña y Vascongadas la que se encuentran
más pujantes, menos deshechas,
sobre todo esto, menos deshechas,
y quienes, por tanto, más se benefician de la economía nueva.

Cataluña y Vascongadas empiezan
a ganar una población que no tenían y que más despuebla
a Castilla, dejando en ella
a la población más vieja.

VI. REPÚBLICAS, MONARQUÍAS, FRANQUISMOS,, DEMOCRACIAS HAN SIDO IGUALES CONTRA CASTILLA

En esto de ir contra las tierra
castellanas han sido igualmente diestras
Repúblicas, Monarquías, Franquismos, Democracias, igualmente diestras
en trabajar para la periferia
y para Madrid, dejando entre medias
una inmensa tierra
de nadie, cada vez más abandonada por el poder, cada vez más fuera,
de la economía nueva.

Todavía con el franquismo, Gabriel, Soria más y más envejezca
mientras llegabas tú a llamar a los castellanos cluecas,
desde tu paraíso fiscal concertado, desde tu tierra
que el franquismo llenara de la inmensa
desolación que se estaba quedando desamparada, estrujada y quieta

Y poco antes, Machado, que la ama, la poetiza como parda, llana, desarbolada, y de dudosa estética,
y quien llega del paraíso fiscal concertado guipozcoano se jacta de llevarse la madera,
ante una población anciana, esquilmada y deshecha.

No me parece bien, Gabriel, me daña tu manera
de acusar de explotadora a la Castilla a la que explotabas sus maderas,
y la tuya Antonio, de acusar de dominadora a la que dominada era
por una Monarquía absoluta y traicionera,
y que sigue en nuestros días siendo usada por España,
que no tratada
siquiera de manera justa e igualitaria.

Y este es uno de los pendientes reequilibrios que tiene por corregir España.

VII. SIGUE EL LIBRO

¡Y ahora sí, Gabriel, me voy a Orio,
con la mano te saludo mientras quedas
allí arriba, subido en tu promontorio
recordando las preciosas arboledas!

¡Y a ti, Antonio, te pido que las veas
que llenes tu paleta de colores más vivos
y que no desprecies estas poetizadas ideas.
Ignorarlas se debiese a extraños motivos.

Y aunque sólo por titular “Campos de Castilla”
a un libro en que hablas, y no bien, de Soria,
se te ha ascendido a la condición de maravilla
castellana, la amabas, besaste su mejilla,
aun a costa de llenarla de ceniza tuya mortuoria
que es la que de ella has cincelado en nuestra memoria.
¡Lo que le faltaba a la maltratada Castilla!

¡Con otras voces tendrá que ir Castilla a entonar
un canto que gloríe y encamine su victoria,
y a la poesía que la capte de manera más sensoria
la tendremos que salir, los castellanos, a buscar.

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Juan Pablo Mañueco

Nacido en Madrid en 1954. Licenciado en Filosofía y Letras, sección de Literatura Hispánica, por la Universidad Complutense de Madrid

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