En medio de los grandes fastos y los gestos sencillos y humildes por honrar al Niño Dios que nos ha nacido, ha pasado desapercibido el fallecimiento de uno de los grandes historiadores de este país: Rafael Abella. A sus 91 años murió el día 23 de diciembre en su Barcelona natal.
Sin embargo, creo que es de justicia recordar como se merece el nombre de un historiador que avanzó enormemente por un camino de la historiografía que considero esencial: la historia cotidiana, la intrahistoria. Generalmente, los grandes historiadores suelen perderse en una sucesión de grandes gestas y nombres, culminando sus hitos con la atalaya de fechas y periodos concretos. ¿pero quién, sino la gente común, es la que ha movido siempre el peso de los tiempos?
¿Qué hubiera sido un Napoleón o un Hitler sino hubiera habido multitudes enteras que siguieron enloquecidas sus proclamas? ¿Qué serían el socialismo, el nacionalismo o el movimiento obrero sin las masas que los han secundado o combatido? ¿Hubieran existido alguna vez la batalla de Lepanto o la Revolución Francesa sin el vulgo instrumental que las llevara a cabo movidas por una fe, pasión o interés? Es indudable que las grandes ideas y proyectos parten de mentes preclaras entroncadas en élites. Cierto es: las minorías mueven los hilos. Pero no menos obvio es que todo eso se queda en humo si no logran encender la mecha en un gran conjunto humano que las tome por suyas o decida oponerse a las mismas. Pues esas gentes tienen nombre y se componen de carne y hueso… aunque pasen por anónimas en los grandes libros de Historia.
El mérito de Rafael Abella y de muchos otros es haber dedicado su obra a poner en negrita el nombre de muchos de esos anónimos personajes, elevándolos a la categoría de personajes principales. Obras como ‘La vida cotidiana durante la Guerra Civil’ –que devoré con fruición– no nos hablan de Franco o Azaña. No, nos hablan del barrendero que se alistó en la legión o del minero asturiano que se hizo de la CNT. Ambos lo hicieron movidos por unas causas y de ellos salieron unas consecuencias. De la suma de muchos, muchísimos de ellos, sale el motor que mueve la Historia. Matías, Esteban, Jacinto… nombres de seres que nos hacen entendible el por qué un país puede llegar a destruirse mutuamente en una guerra fraticida o cómo se desarrollaba la misma lucha en los diferentes contextos y situaciones.
Valga desde aquí este pequeño homenaje a un nombre que hizo historia desde el estudio de la Historia: Rafael Abella.
MIGUEL ÁNGEL MALAVIA