La Hora de la Verdad

Miguel Ángel Malavia

Mi defensa (sosegada) de la tauromaquia

Me consta que a varios amigos y conocidos míos no les gustó el tono excesivamente vehemente con el que critiqué, el pasado miércoles, la prohibición de las corridas de toros en Cataluña por parte de su parlamento autonómico. Admito que, aunque pienso todo lo que dije, me pudo la pasión. Por eso, y porque creo que se logra más ofreciendo argumentos razonados, paso a comentar aquí algunas de mis ideas sobre este tema:

1. No soy tan obtuso como para pensar que todos los antitaurinos son nacionalistas que pretenden diferenciarse de lo que huela a español. La inmensa mayoría de quienes, en España, se declaran contrarios a la tauromaquia lo son por pensar que ésta atenta contra la dignidad y los derechos de los animales. Algo que, por otro lado, entiendo perfectamente.

2. Sí creo que en este caso concreto, en esta particular prohibición por parte del Parlamento catalán, ha pesado, y mucho, el pretender acabar con algo visto mundialmente como patrimonio cultural español. De verdad, no diría esto si se hubiesen prohibido también los ‘correbous’, tan arraigados en el sur de la región. Pero, para mí, no cuelan los argumentos animalistas que dejan pasar de lado el hecho de que haya toros que son apaleados por la turba y cegados por dos antorchas pegadas a sus astas. Lo siento, no me creo la justificación de que, “al menos, no los matan”. Digamos que se me queda pobre… Los colectivos animalistas que han impulsado la Iniciativa Legislativa Popular, pese a que insisten en que el siguiente reto es acabar con los ‘correbous’, se van a encontrar con que en esa ocasión no van a ser respaldados por muchos parlamentarios que anteayer les dijeron “sí”. Y es que los ‘correbous’ son “muy de la tierra…”.

3. Por supuesto que es loable que la Iniciativa Legislativa Popular llegara al Parlamento catalán respaldada por 180.000 firmas. Representa un apoyo ciudadano significativo, qué duda cabe. Pero eso, de por sí, no significa que la decisión política haya supuesto la ratificación “de lo deseado por la ciudadanía”. Múltiples propuestas ciudadanas se remiten a los políticos… y éstas se quedan en nada. Por ejemplo: más de un millón de personas (repito, más de un millón) firmaron contra la actual Ley del Aborto, presentándose todas las rúbricas en el Congreso. Y ésta ha sido aprobada sin que ese hecho haya sido valorado en ningún momento. Todos sabemos que los políticos votan primero según sus intereses partidistas… y luego ya tratan de legitimar sus decisiones según un pretendido apoyo ciudadano. Para mí, a nivel de ciudadanía, el único baremo válido es un referéndum nacional, autonómico o local, según el caso. ¿Por qué no uno, en los pueblos que lo deseen, las autonomías que lo requieran o, si cabe, en toda España… preguntando “toros, sí o no”? Por cierto, alabo que en las votaciones se otorgue la libertad de voto a los distintos diputados que integran los grupos parlamentarios. Eso sí, acciones tan loables podrían extenderse a votaciones de mayor calado, ¿no?

4. No me gusta el maltrato gratuito a los animales. No me gustan la caza ni la pesca (eso sí, jamás se me pasaría por la cabeza pedir su prohibición). No me gustan las peleas de gallos o de perros. Y no me gustan las capeas y festejos populares en los que se golpea y humilla al toro. Sí me gustan los recortes, por lo que implica de arriesgar una persona su propio físico a la hora de conseguir una “estampa” de la máxima cercanía ante el peligro.

5. Reconozco que la tauromaquia es un acto brutal y violento. El toro sufre, y muere. Pero no es sadismo… no es disfrutar con la sangre… no es humillar. Es introducirse en un rito de muerte, en un combate en esencia pura entre una bestia salvaje, de 500 a 600 kilos de peso y dos puñales en la cabeza, y una persona, con un trozo de tela como único instrumento de lucha. El torero, en unos minutos intensísimos en los que el aire se puede cortar con el filo de una navaja, ha de desplegar al máximo su inteligencia y su espíritu de supervivencia. Y todo ello desde el absoluto respeto a una liturgia marcada por reglas inflexibles. No todo vale. Regla número uno: respeto al animal, evitándole en todo momento cualquier daño gratuito. El principal objetivo es que el toro, pese a su naturaleza salvaje, quede hechizado por un ser humano que le invita a danzar con él en un baile invisible… y en el que en todo momento está al acecho la muerte. Pese a que las banderillas y los puyazos forman parte esencial del ritual, así como la espada de muerte, la esencia profunda e íntima de la tauromaquia es esto: un trozo de tela, capote o muleta, deslizándose con suavidad, a cámara lenta, ante unos pitones mortíferos. Sé que es difícil de entender, pero esto es lo que hace de la tauromaquia un arte para muchísimas personas.

6. Se trata de un asunto complejo. Incluso la propia significación de la tauromaquia es difícil y variable. Por ejemplo, yo jamás la denomino como ‘La Fiesta’ ni la veo como un espectáculo. Para mí equivale a tragedia, convulsión, lucha desesperada, luto y muerte. Me encanta que en una plaza de toros haya silencio respetuoso y expectante, y no pasodobles alegres, así como un ambiente excesivamente festivo que distraiga la atención de lo que se juega en la arena del coso: la muerte, para el toro… o el torero. Muchos pintores, cantaores, flamencos, escritores, periodistas… también lo ven y lo han apreciado así durante muchísimos años. Espero no pecar de soberbia cuando afirmo que requiere una buena dosis de sensibilidad ver que lo que ocurre en la plaza va mucho más allá de la innegable violencia sufrida, generalmente, por un animal que desconoce al salir de los chiqueros frente a qué se va a enfrentar.

7. He explicado por qué, pese a la barbarie, veo en la tauromaquia un arte. Muchos también lo entienden así, y otros muchos opinan lo contrario. La controversia es evidente. Como también lo es que, hoy, una amplia mayoría de la población puede ser no aficionada a los toros, pero respeta a los que sí lo somos. Su argumento es el siguiente: “No iría nunca a una corrida, pero tampoco estoy a favor de que las prohíban”. Y es que, en el año 2010, en un país democrático, moderno y avanzado como es España, prohibir una forma de expresarse artísticamente es, cuanto menos, preocupante.

MIGUEL ÁNGEL MALAVIA

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA
Autor

Miguel Ángel Malavia

Conquense-madrileño (1982), licenciado en Historia y en Periodismo, ejerce este último en la revista Vida Nueva. Ha escrito 'Retazos de Pasión', ¡Como decíamos ayer. Conversaciones con Unamuno' y 'La fe de Miguel de Unamuno'.

Miguel Ángel Malavia

Conquense-madrileño (1982), licenciado en Historia y en Periodismo, ejerce este último en la revista Vida Nueva. Ha escrito 'Retazos de Pasión', ¡Como decíamos ayer. Conversaciones con Unamuno' y 'La fe de Miguel de Unamuno'.

Lo más leído