Misión Jesuita de San Ignacio de Arareko: Una joya escondida en el corazón de la Sierra Tarahumara

Entre la majestuosidad de la Barranca del Cobre y la espiritualidad de un templo jesuita del siglo XVIII, este rincón de Chihuahua invita a conectar con la cultura rarámuri, la naturaleza y uno mismo.

En Creel, Chihuahua, a pocos kilómetros del centro del pueblo y en plena Sierra Tarahumara, se levanta la Misión de San Ignacio de Arareko, una joya colonial fundada en el siglo XVIII por misioneros jesuitas. Su propósito de entonces —evangelizar y convivir con las comunidades rarámuris— marcó el inicio de una historia que ha sobrevivido guerras, cambios políticos y el paso del tiempo.

Su fachada sencilla y sus gruesos muros de piedra caliza guardan silencios centenarios. Testigo de la Independencia, de la Revolución Mexicana y de innumerables historias locales, la misión sigue siendo el corazón espiritual y cultural de la región.

Arquitectura y tradición

Al adentrarse en el templo, el visitante se encuentra con un espacio humilde y profundo. No hay bancos centrales: el piso abierto invita a las ceremonias al modo rarámuri. Tras el altar, la figura de San Ignacio de Loyola preside un recinto adornado con pinturas antiguas, ornatos geométricos y piezas artesanales originales, como vasijas y platos, que cuentan la unión de dos mundos: el barroco europeo y la creatividad indígena.

Misión Jesuita de San Ignacio de Arareko. Foto: Paul Monzón

Un refugio para el alma

Más allá de su valor histórico, la Misión de San Ignacio de Arareko ofrece un respiro del mundo moderno. El sonido del viento entre los pinos y los murmullos de la comunidad rarámuri crean un ambiente de paz ideal para la meditación o la oración.
Quien lo desee puede participar en misas, talleres y retiros espirituales que invitan a reconectar con el interior, lejos de las prisas y el ruido.

Naturaleza en estado puro

La misión es también punto de partida para explorar la Barranca del Cobre, una de las maravillas naturales más imponentes de México. A pocos kilómetros, las Cascadas de Basaseachi sorprenden con su caída de agua de más de 240 metros; senderos y miradores ofrecen vistas a cañones inmensos y valles profundos; y para los más aventureros, tirolesas y el célebre tren Chepe brindan perspectivas únicas de la geografía tarahumara.

Un viaje que transforma

Visitar San Ignacio de Arareko no es solo recorrer un sitio histórico: es adentrarse en el alma de la Sierra Tarahumara. Aquí, cultura, fe y naturaleza se entrelazan para dejar una huella profunda.

Ya sea para admirar su arquitectura, encontrar paz interior o dejarse envolver por el paisaje, este rincón de Chihuahua ofrece una experiencia que, más que un viaje, se siente como un regreso a lo esencial.

Misión Jesuita de San Ignacio de Arareko. Foto: Paul Monzón

Un templo que sobrevivió a las llamas

El milagro entre rocas y pinos

Eel Templo de San Ignacio de Arareko se erige como uno de los últimos testigos del legado jesuita en México. Fundada en el siglo XVIII por misioneros que buscaban evangelizar a los pueblos indígenas, la misión fue construida entre 1760 y 1770, en una época de expansión católica impulsada por la corona española. Su arquitectura austera de piedra caliza y decoración sencilla conservan la memoria de aquella labor espiritual y el sincretismo de las creencias rarámuri con la fe cristiana.

¿Por qué no ardió como las misiones de Paraguay?

Mientras las Reducciones Jesuitas de Paraguay —y también en Argentina y Brasil— fueron incendiadas y saqueadas tras la expulsión de los jesuitas en 1767, la Misión de San Ignacio de Arareko sobrevivió por varios motivos:

Remota ubicación: La geografía accidentada de la Tarahumara dificultó el acceso a expediciones militares o saqueadores, lo que permitió que la misión escapara de ataques o destrucción masiva.

Relación con los rarámuri: Los jesuitas de San Ignacio lograron establecer vínculos de confianza y respeto con la comunidad nativa. Al marcharse, dejaron en manos indígenas el templo y sus tierras, quienes defendieron el sitio, lo mantuvieron activo y evitaron venganzas que alimentaron el fuego como en Sudamérica.
Sin oro ni riquezas: A diferencia de las reducciones sudamericanas, las misiones de la Sierra Tarahumara no concentraban grandes tesoros, por lo que no resultaron atractivas para saqueadores ni autoridades aceptadas en botines.

Curiosidades y detalles únicos

  • El templo de San Ignacio no tiene bancos centrales; los Rarámuri se sientan en el piso durante las misas, manteniendo tradiciones ancestrales.
  • Se pueden admirar ornamentos geométricos, vasijas y pinturas que mezclan arte europeo y rarámuri: una fusión cultural en cada muro.
  • La misión sigue activa: los Rarámuri acuden en procesiones y celebran la misa en su lengua materna, una de las pocas iglesias en México donde esto ocurre.
  • Alrededor de la misión se reciben excursiones de caminata, conocedores y curiosos pueden explorar el Valle de las Ranas y de los Hongos, donde las piedras parecen esculpidas por manos divinas, y el lago Arareko, espejo del paisaje.
  • La Misión de San Ignacio de Arareko, lejos del destino incendiario de sus hermanas sudamericanas, sobrevivió gracias a la geografía, la comunidad y su humildad, convirtiéndose en refugio espiritual y cultural de la Sierra Tarahumara hasta nuestros días.

Creel, Jalisco. Chihuahua

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