El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Toc, trastorno obsesivo compulsivo

TOC, TRASTORNO OBSESIVO COMPULSIVO

Por una, tres, seis, doce o mil razones de peso, en las que no viene a cuento detenerse y perder el tiempo en enumerar, hay jornadas en las que uno no está con la azotea tan despejada, despierta o fluida como de costumbre, sino más densa o espesa, y le cuesta cazar al vuelo o pescar sin anzuelo un asunto sobre el que discurrir o disertar en prosa.

Esta tarde, verbigracia, es uno de esos días. Así que, después de haber leído sesenta y tantas páginas de un libro cuyo autor y título callo o dejo en el tintero, para que nadie sepa, a ciencia cierta, por haberlo confesado este menda, a qué literatos les sigo la pista y cuáles de sus obras me suelo llevar a los ojos, y esa hora larga de lectura haya sido baldía, infructuosa (reconozco que hay días en los que, porque la inspiración la tengo a ras de poro, a flor de piel, me basta con leer las dos primeras líneas de un párrafo y ya he pillado la idea sobre la que trenzar mi próxima urdidura o “urdiblanda”, mi siguiente artículo de opinión), he decidido, tras no haber conseguido hallar un solo ápice de egotismo en mi determinación (la he mirado de frente y al revés, del lado derecho y del izquierdo, boca arriba y boca abajo), hablarles de un heterónimo mío del que casi casi me había olvidado y al que conozco tanto como sé de mí, porque, si yo puedo pasar por sosia/s de Mortadelo, él es, sin duda, uno de mis disfraces. Así que aquí, a continuación, voy a fingir y a mentir, como el bellaco redomado que soy (¿aún queda por ahí alguien que no haya sido convencido por servidor de que la literatura es, básicamente, mentira, aunque contenga, medio expresada o semiomitida, una o varias verdades irrefutables, apodícticas?), y a presentarme como Martín Martín Martín o Pascual Pascual Pascual.

Bueno, pues, a lo que vamos. Martín Martín Martín decidió que, durante el día, mientras se percibiera una pizca de luz solar, se llamaría así, y, por la noche, a la luz de una lámpara, la luna o una vela, Pascual Pascual Pascual.

A Martín le apetecía salir a pasear por la tarde, como a servidor, después de haber escrito la tercera versión de su texto en prosa; y a Pascual le gustaba hacer lo propio después de cenar, recoger, fregar y secar los cacharros y lavarse los dientes, como a mí. Hace dos meses, un día que coincidí con él (en realidad, con los dos) en el mismo recorrido que hacíamos, les propuse un juego: poner la máxima atención en ver cuántos coches, bien parados, bien circulando, tenían las cuatro (4) cifras de sus respectivas matrículas iguales o superiores al aprobado, al número cinco (5). En el primer paseo computamos siete; en el segundo, nueve.

Bueno, pues, he aquí el regalo magnífico, inesperado, que me han hecho: me han puesto, mancomunadamente, una denuncia en la Policía Foral, porque me achacan a mí, que fui quien les propuso el juego, el haberles creado una adicción, que ha degenerado o devenido, pásmense, sí, habiendo transcurrido apenas dos meses del hecho, en un toc, trastorno obsesivo compulsivo.

A mí ambos me hacen culpable de que ellos ahora a todo bicho viviente con el que se dan de bruces en la calle le propongan, con idéntico espíritu lúdico, la misma diversión, para ver si así logran traspasar al incauto de turno (ora sea ella, ora sea él, ora sea no binario) el toc; pero, “que si quieres arroz, Catalina”, no ha habido manera de deshacerse de él.

Confío, deseo y espero que, si de la denuncia ha de conocer al final un juez, al que le haya tocado, por estocástico reparto, el procedimiento, haga como yo, se lo tome a guasa y, a carcajada tendida o mandíbula batiente, esté descojonándose con dicha boutade una semana entera; pues no creo que le ocurra lo que a Martín y a Pascual; a no ser que, formando dúo, de mancomún, estos hayan conseguido traspasar su toc al juez.

   Ángel Sáez García

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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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