Castilla, España vaciada después de la pandemia

Castilla, España vaciada después de la pandemia

Me he deshecho del confinamiento con energía, con muchas ganas, casi con violencia. Siempre con mucho cuidadito del puto virus pero con decisión. He vuelto al campo, he vuelto a la luz, he vuelto al agua. Palencia, sombría y de secano, es luz y agua. Dos meses esperando, setenta días dejando pasar ante mis ojos, cerrados y serenos, las imágenes de tantos paseos repetidos, deseando el sol en mi cara, el aire en mis brazos.

Y ha llegado la mañana adecuada. Con la venia de la autoridad competente he salido a mi paseo. A uno de mis paseos. En silencio, buscando mi refugio en la soledad. Dejando al viento pasar, viendo a las horas huir. Oyendo a las espigas crecer, oyendo sus estilizadas loas al mes de mayo, con lluvias generosas y sol suntuoso, generoso y ostentoso. Ha llegado la mañana adecuada y he cogido de frente los montes Torozos y el Canal de Castilla. Y he sentido que volvía la libertad arrebatada, que dejaba de ser un número y empezaba a ser una persona. Verdes campos de mayo, campos ondulantes de Castilla con la espiga crecida, Castilla verde y engordada disfrutándose en los bamboleos del viento.

Villamuriel, retiro de obispos, románico y cereal, Castilla hecha una torre que busca con grandeza el cielo y Dueñas fábrica de la historia de España estaban ahí a tiro de pedal con su brisa leve y elocuente dando la bienvenida a los desescalados. Y cuando se me han acabado las fuerzas me sentado, he levantado los ojos y he dejado la vista seguir hasta el infinito ese tajo de agua que parte Palencia de arriba abajo, esa línea con la que la Ilustración quiso mejorarnos y no pudo. Y vuelta a casa.Y me he preparado ese bocadillo del que les he hablado algunas veces. Ese bocadillo destinado desde hace semanas a ser devorado con el Espigüete o Peña Redonda o el Curavacas a mi espalda y los pantanos a mis pies. Y también estaba Cervera, montañesa y solariega, de blasones y soportales, con el Pisuerga chiguito juguetón, esperándome y acogiéndome, cálida y deseosa, dispuesta a que volvamos a visitarla, a quererla. Porque, ya se lo he dicho en anteriores ocasiones, lo que sea de Palencia, de norte a sur, depende en buena medida de que nos gastemos en nuestros empresarios los dineros que la crisis nos vaya dejando.

Pantanos y luz, agua y cielo, sol y viento, la vida renace con la primavera ya mediada y los pantanos a rebosar. ¿Cuántas veces han visto ustedes los pantanos al cien por cien? Compiten y riñen y disputan entre ellos por ofrecer vida a los campos y a las casas. El espectáculo de generosidad que ofrecen al sediento mesetario es para guardar per secula seculorum. En Alba de los Cardaños, donde todos hemos sacado fotos y vídeos, he sacado fotos y vídeos, he sentido el melifluo rugir del viento trasformarse en fiera flauta animando a la rebelión palentina, he sentido el viento llamar a filas a los ciudadanos, filas civiles que no castrenses, para trasformar una tierra de encanto en tierra de cuentas, para revivir tierras que fueron de hambre y emigración en tierras de vida y energía, en tierras de ánimo y de futuro.

Porque si algo hemos de aprender de esta pandemia es que el peligro está en las multitudes, el peligro está en el amontonamiento urbano, el peligro está en las ciudades de cemento, plástico y neón. El futuro en cambio está donde está la naturaleza, donde está la vida de verdad, libre y no enjaulada, lejos de adocenadas calles y autobuses repletos de viandantes cansados, ansiosos y apelmazados como mal jersey después de la lavadora incorrecta. El futuro está en Cervera o Villamuriel o Dueñas, el progreso está en Vidrieros, la vida está en San Salvador de Cantamuda. Si hemos aprendido lo que vale la vida, si hemos aprendido lo que la mala praxis nos ha enseñado, habremos descubierto que el futuro no está en Madrid, Bilbao o Barcelona, habremos aprendido que el asfalto excesivo, que esas distancias cotidianas a las que nos hemos acostumbrado en nuestro malvivir no son saludables y vienen cargadas de mal vivir, de gastos, de incomodidades y de mal humor. Si somos consecuentes nuestra vida cambiará, dejaremos eso que llamábamos vida urbana, encerrados en ciudades insalubres, y lo cambiaremos por vida, vida sin adjetivos pero con complementos: vida en el campo, vida con espacio, vida con la naturaleza, vida con la vida. Bueno, sí, también vida con adjetivos: vida límpida y traslúcida. Cuando vuelva a renacer la España vaciada y muera la España atropellada.

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Pedro de Hoyos

Escribir me permite disfrutar más y mejor de la vida, conocerme mejor y esforzarme en entender el mundo y a sus habitantes... porque ya os digo que de eso me gusta escribir: de la vida y de los que la viven.

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