Los pactos postelectorales tras el 20 de diciembre de 2015 es el prácticamente el monotema en las columnas de la prensa de papel de este 8 de enero de 2016.
El viaje del secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, a Portugal para coger apuntes sobre el acuerdo que alcanzaron en el país vecino las fuerzas progresistas para arrebatarle el poder a la derecha es duramente criticado porque, entre otras razones, nada tienen que ver las motivaciones de los socios de los socialistas de allí con las ambiciones rupturistas y separatistas de partidos como Podemos, ERC o Bildu:
Arrancamos en ABC y lo hacemos con su director, Bieito Rubido, que habla directamente de que Pedro Sánchez va a pegarse un tiro en el pie:
En la misma noche del 20-D, escribimos en ABC que, a la vista de los resultados electorales, solo quedaba optar entre el modelo de gobierno alemán o el portugués. Alemania lidera la mejora económica y social de Europa, mientras Portugal se arrastra con dificultad e incertidumbre en el furgón de cola.
Subraya que:
Los socialistas, sin embargo, prefieren la suma de perdedores lusitanos a la gran coalición en la que los germanos reflejan el sentir predominante en su país. Los pactos son una de las expresiones más nobles y eficaces del sistema democrático. Pero esos acuerdos son perversos cuando se hacen a espaldas de la mayoría social. No es lo mismo una alianza amplia y responsable entre PP, PSOE y Ciudadanos que una olla a presión de once partidos, en cuyo seno se guarecen vocaciones separatistas y tentaciones totalitarias.
Concluye que:
Pedro Sánchez ha ido a Portugal a averiguar cómo se pega un tiro en su pie, y en el de su partido. Lo malo de jugar con fuego es que va a impactar también en la mayoría de los españoles, y habrá que ver si después podremos volver a caminar.
Carlos Herrera detalla que en España sigue latente la sensación de que cada vez que gana el PP unas elecciones se considera como una especie de anomalía y que el resto de partidos, aun manteniendo diferencias casi irreconciliables entre ellos, prefieren unirse para desalojar a la derecha:
Acordemos algo de entrada: el PP ha pasado de la mayoría absoluta a la soledad absoluta. Cosa que no es nueva para la derecha española. Salvo las ocasiones en las que, por intereses muy concretos y muy contables, ha contado con el apoyo de formaciones nacionalistas, los populares son unos apestados políticos con los que nadie quiere hacer negocios. Y si los hacen, al estilo de Ciudadanos en la Comunidad de Madrid, éstos sienten la necesidad de escenificar un cierto desprecio, un determinado disgusto, que se traduce en hacérselo perdonar por los demás entorpeciendo todo lo posible la acción de gobierno. Si el voto fuese obligatorio en España, el PP difícilmente gobernaría, ya que sólo lo hace por mayoría absoluta provocada por incomparecencia del contrario. Que gobierne la derecha en España es considerado por el resto de formaciones políticas una suerte de anomalía; anomalía a reconducir a la primera oportunidad, incluso con sopa de letras o coaliciones imposibles. En las que siempre colabora el PSOE. Si al PP le falta un solo voto para la mayoría absoluta, el resto de formaciones, a pesar de sus evidentes diferencias, se unirán para desalojarlo de donde no le corresponde. Valgan cientos de ejemplos en ayuntamientos diversos. Incluso en alguna comunidad autónoma.
Avanza que:
Rajoy, salvo sorpresas, difícilmente podrá gobernar, ya que precisa de, cuando menos, la abstención del PSOE, cosa que no obtendrá a menos de que las ranas críen pelo. El NO es evidente, pletórico, estentóreo, orgulloso, casi con aroma a ajuste de cuentas. Cierto resulta que los socialistas han dicho en más de una ocasión que no y con el tiempo han moldeado su negativa, pero el caso de la OTAN no es tan frecuente: en aquella ocasión la irresponsabilidad del Gobierno de Felipe González hizo recaer sobre la decisión de todos los españoles algo que deberían haber resuelto ellos, aceptando el error de haber proclamado su rebeldía ante la sensata decisión del gobierno de Calvo Sotelo. Este NO suena a bocinazo en la cara de Rajoy. Y el NO es de todos, de Sánchez y los suyos, de los barones díscolos y de Susana Díaz también. Que no se engañen los populares: en eso no hay división en las filas socialistas. Cuando dicen que es a Rajoy al que le corresponde iniciar los trámites para formar gobierno es porque saben que no tiene suficientes apoyos para conseguirlo. De no ser así, no dirían lo mismo o no lo harían con tanta alegría. El problema estriba en que los chicos de Sánchez no lo tienen mucho más fácil para crear una alternativa, por mucho que el líder socialista viaje a Portugal para escenificar su deseo de hacer como sus colegas lusos. Por mucho que se trague sapos y llegue a un acuerdo con Podemos -de quien aparentemente tampoco le separan tantas cosas, a tenor de lo oído en la campaña electoral- le haría falta el apoyo de lo que queda de IU, de alguien más -tal vez ERC- y la abstención de un quinto grupo. Eso es sopa de letras. Y supone poner al país en serios riesgos. No es el caso de Portugal, donde -como acertadamente ha señalado Albert Rivera- nadie quiere acabar con Portugal como nación unida. Es otra cosa muy distinta.
Remata que:
Nada de esto tendría lugar si fuésemos un país europeo. A las pocas semanas se habría pactado un gobierno de amplia base con acuerdos de reformas y de políticas de estabilidad. Pero somos un simulacro, y los simulacros se gobiernan como tales, con simulacro de gobiernos.
Un pacto entre mil leches puede que resulte también algo improbable, pero no es imposible. El escenario inevitable, si nada lo remedia, será el de unas nuevas elecciones. Todo por no querer ser mayor. Para qué andar tranquilos en pudiendo sufrir.
Hermann Tertsch se fija en lo sucedido en Colonia y remarca que lo sucedido con las agresiones a mujeres por parte de un grupo de refugiados ya había sido advertido, pero que, claro, era más sencillo tildar de nazis y racistas a quienes así pedían prudencia antes de abrir las puertas como si nada:
Ahora se preguntan todos cómo ha podido pasar todo esto en Alemania. En pleno centro de una ciudad como Colonia. Junto a la catedral y la estación central. Cómo pudo ser que decenas de coches patrulla y sus dotaciones se convirtieran en testigos impotentes de centenares de agresiones y otros delitos. Y hayan reconocido que no hicieron detenciones por miedo. Ante la superioridad numérica y el despliegue de violencia desenfrenada de los muchos cientos de «hombres de aspecto árabe y norteafricano». Cómo fue posible que la Nochevieja en plena luminosa capital europea del Rin se convirtiera en una pesadilla de cerca de cinco horas, centenares de mujeres fueran agredidas, rodeadas por muchos hombres, agarradas por varios, despojadas de sus bragas, arrancados abrigos, vestidos, camisas y sujetadores, tocadas por decenas de ellos, violadas en algún caso. Cómo pudo ser que cerca de mil extranjeros, en una acción coordinada que se reprodujo en pequeña escala en otras ciudades, se mofaran masivamente de la Policía, agredieran a cientos de mujeres en pánico, amenazaran a las víctimas incluso cuando acudían a denunciar y mostraran una certeza procaz de su impunidad con frases como «soy sirio y no me podéis hacer nada porque soy invitado de Merkel».
Añade que:
Los alemanes se preguntan cómo este inaudito acto de violencia masiva no tuvo reflejo antes en los medios. Y comprueban cuánta verdad se ha intentado ocultar. Porque la monstruosidad de Colonia, el tamaño de la agresión sexual colectiva en el espacio más público y compartido de una gran ciudad, ha revelado insufribles prácticas de ocultación. Que parecen responder a instrucciones para ocultar consecuencias indeseadas de la política de Angela Merkel y sus socios. Salen a la luz centenares de agresiones sexuales en diversas ciudades, con violaciones y detenciones. Los policías, hartos de ocultación, dejan claro que en su inmensa mayoría son sirios y de otros países musulmanes. Lo grave no es que entre el millón de refugiados que Alemania ha acogido ahora haya mil agresores violentos. Lo terrible es ver que los peores temores se cumplen. Los recién llegados han abierto una lucha cultural por el espacio público que los alemanes y el Estado de Derecho perdieron en esa Nochevieja en Colonia. Como lo están perdiendo en pueblos y barrios en los que la masiva presencia de estos hombres amenaza con poner fin a la vida en libertad y seguridad de una población a la que nadie consultó ni avisó de esta política de tan dramáticas consecuencias.
Y recalca que:
Todos los que advirtieron fueron tachados de racistas y nazis. Los medios tienen tanto miedo a «incorrecciones» que sus informaciones no se entienden. Los políticos han inaugurado el coro de lamentos. Algunos denuncian ahora espacios urbanos sin ley en los que el Estado alemán ha perdido el control. Lógica consecuencia de la llegada de golpe de centenares de miles de refugiados que no tienen cultura de convivencia en libertad. Y que abusarán de ella mientras no conozcan límites. Pero esos límites, que deberían ser defendidos con draconiana firmeza para ser creíbles, no son compatibles con la mentira original del estado beatífico que vende la insensata narrativa de la clase política europea que no cree capaz a su población de soportar verdades. Las declaraciones de Merkel ayer revelan la incapacidad de acción de alguien atrapado en su propia discurso. Enfado como mujer, persecución del delito y aceleración de expulsiones es lo que anunció. Un catálogo ridículo de impotencia ante la alarma que se genera cuando se descompone la percepción de seguridad de una sociedad moderna y se quiebra la confianza en el Estado. Un remedio eficaz es muy improbable. Pero lo cierto es que si no lo hay Colonia habrá sido un síntoma de un destino europeo.
En El Mundo, Santiago González le dice las cosas claras a Pedro Sánchez a la hora de fijarse en el pacto a la portuguesa y asegura que allí, en el país luso, echar a la derecha del poder no era único punto que unía a los progresistas:
Pedro Sánchez es hombre de natural modesto. Pudo haberse inspirado en su colega francés, François Hollande, o en la tradición de los alemanes, Gerhard Schröder y Peer Steinbrück, pero él no quería darse importancia y se conformó con visitar a su homólogo portugués, António Costa. Menos mal que nos queda Portugal tituló la banda Siniestro Total un disco suyo de cuando Sánchez era todavía impúber.
Seguramente, Sánchez preguntó al primer ministro portugués ¿cómo lo hiciste?, en lugar de preguntar ¿qué harías tú en mi lugar? Costa dio el salto a Passos Coelho. Sacó cuatro escaños menos que Sánchez, aunque el número de escaños en el Parlamento lisboeta es de 230, no de 350 como el nuestro. Los socialistas portugueses ganaron 12 escaños, no perdieron 20 como Sánchez. Sus socios del Gobierno portugués también habían mejorado sus posiciones: 11 escaños el Bloco y uno el Partido Comunista y asociados.
Recuerda que:
La teórica es sencilla. Se trata de hacer una gran coalición, aunque el concepto difiera ligeramente de lo que por tal se entiende en Alemania. No tiene claro más que un punto del programa: echar a Mariano Rajoy. Tampoco tiene una idea muy precisa sobre sus compañeros de aventura, salvo que sean los suficientes para llevarlo a La Moncloa. Si António Costa le prestara sus 86 diputados en comisión de servicio, alcanzaría con sus 90 los 176 de la mayoría absoluta. Después de todo, nada se parece tanto a un socialista español como un socialista portugués.
Las cosas se complican en la práctica. Izquierda Unida ha visto evaporarse un grupo que tenía 11 escaños para quedarse en dos. La hegemonía de la gran coalición que quiere articular Pdro Snchz residiría en la fuerza en ascenso, los 69 escaños de Podemos, que constituyen el núcleo irradiador en tensión con la seducción de los sectores aliados laterales, como habría dicho el niño de la beca con una de sus fascinantes cursilerías.
Y destaca que:
Podemos no se lo va a poner fácil, aunque él no se quiera enterar. Él tiene muchas ganas y seguramente aceptaría una declaración de Iglesias de renuncia a incluir la autodeterminación en el programa común, aunque se reafirmara en su vigencia como herramienta de futuro. El problema es si Podemos puede forzar esa mínima concesión en las cuatro coaliciones que lidera. Otro problema reside en la respuesta a la pregunta: ¿para qué querría Podemos apoyar un Gobierno socialista? Es verdad que les tendría en sus manos, algo le contó ayer Costa a Sánchez sobre la negociación diaria que debe mantener con dos socios tan menores. Hacerlo con un socio que te pisa los talones es más complicado. Pero además es una fuerza en alza mientras la suya retrocede. En buena lógica debería interesarle más darle el sorpasso.
La muy probable repetición de las elecciones catalanas aleja el Congreso que exigen Susana y otros barones. El PSOE seguirá su camino hacia la nada, en plan Pasok, aunque Sánchez aún tiene una baza fantástica: fichar a Mas como estrella para las próximas generales. La solución está aún lejos y será mala.
Raúl del Pozo avisa de la que se le viene encima a este país con un PSOE empeñado en pactar con quien sea, independentistas incluidos, para desalojar del poder al PP, aun a costa de poner España patas arriba:
El aire del hipo y el pedo que empieza a respirarse este año nuevo resulta nocivo. Decir que los partidos políticos resultan peligrosos sería atacar al sistema democrático, pero alguien tiene que advertir que algunos políticos derrotados en las últimas elecciones han entrado en el terreno del disparate. La gente alegre y confiada ha disfrutado del primer año nuevo con indicios de recuperación, pero todo puede irse a pique. Como en la canción, «vengo de Barcelona de ver un barco que se ha ido a pique», y llego a Madrid, y también hay naufragio aunque no haya mar. La dirección del PSOE, acosada por el Ibex, la lógica europea, la presión bética y los códigos de la Internacional Socialista quiere repetir en Madrid la gran farsa del tripartito que hundió a Cataluña. Han tramado un nuevo pacto de Tinell sin nombre, para borrar al PP. Barajan la posibilidad de una mayoría de Gobierno con Podemos y Esquerra Republicana. No sé si recordarán que aquel tripartito de la gauche divine dejó sin tuétanos los huesos y anunció desde su parlamento que se estaban llevando el dinero a espuertas.
Aclara que:
Desde el punto de vista teatral sería un gran ópera cómica la participación en el teatro de Moncloa de los separatistas de caviar, de los que detestan a España, a su aristocracia pendona y a su monarquía hemofílica. ¿Se imaginan a los ario-góticos del norte del Ebro dominando a los sarracenos sin ganar otra batalla que la desconexión con el reino del Borbón?
Ningún catalán -desde Prim y la Primera República- ha presidido un Gobierno en Madrid y ahora con un frente de izquierdas y nacionalistas podría darse el caso de una paradoja, un Gobierno absurdo, irracional, un disparate contra el sentido común y la opinión. Han inventado el eje Madrid-Lisboa, un frente zurdo, pero olvidando que el Portugal ni se matan los toros, ni hay separatistas y las revoluciones se hacen con claveles. Decía Blake que sin los contrarios no hay progreso, pero lo que están tramado es dejar parte del poder de la nación no a los contrarios, ni a los adversarios, sino a los que acaban de proclamar en su propio Parlamento la República de Cataluña. Ya sabemos que se proclamó muchas veces y no hubo nada, pero lo que siempre funcionó fue el cártel de los ladrones de Madrid y de Barcelona para llevarse a Suiza y a las Islas Caimán un botín que no tiene precedentes en la historia de Europa.
Y finaliza apuntando que:
En ese frente de izquierdas estaría Esquerra -el partido de Macià y de Company-, que reivindican los Países Catalanes, incluidas las Islas Baleares, el reino de Valencia, la franja Aragonesa del Poniente y Grecia en un futuro.
Los separatistas de la desconexión con España pueden ocupar el vacío que dejaron en San Jerónimo las huestes de Pujol y de Duran, en realidad la gestoría de los intereses de la clase dominante catalana. Y gracias al suicidio asistido de los socialistas tendrían un regalo inesperado: mandar en España sin disparar un tiro.


