Financiación autonímica o vender España por parcelas

(PD).- «No basta con confiar en que los gobiernos adopten las medidas correctas; tendríamos también que preguntarnos si los agentes económicos están haciendo sus deberes«. Lo que es cierto es que mientras el mundo discute de la crisis financiera y de cómo acomodar la emergencia de unas nuevas potencias económicas que han alterado definitivamente el reparto del poder en el mundo, «aquí seguimos enfrascados con la financiación autonómica y la enseñanza en español«.

«Vuelvo uno a la cotidianeidad tras unos días de vacaciones fuera de España y le golpea con crudeza el creciente localismo de la política española. Mientras el mundo discute de la crisis financiera y de cómo acomodar la emergencia de unas nuevas potencias económicas que han alterado definitivamente el reparto del poder en el mundo, aquí seguimos enfrascados con la financiación autonómica y la enseñanza en español. Somos un país tan curioso que se empeña en negar su propia existencia», escribe Fernando Fernández en ABC.

Tenemos un activo económico y cultural de primera magnitud en el idioma común y nos empeñamos en perseguirlo y llamarle por otro nombre para confusión de propios y extraños. Intente explicar a un americano por qué castellano y no español, háblele de Franco, de la memoria histórica y de la necesidad de reparar heridas del pasado colonial y verá una sonrisa tan condescendiente como la de John Wayne. Tenemos un problema con la imagen de marca de un país que todavía no ve reconocido su esfuerzo de modernidad y desarrollo y nos aplicamos con éxito a que nadie conozca el nombre de España.

El Gobierno ha definido con acierto un Plan Marca España, como nutriente necesario de una estrategia de comercio exterior que afronte el problema de la competitividad española. Hoy, los países, como las empresas, venden sueños, visiones, atributos asociados a una marca ante un aluvión de oferta imposible de analizar si no es a través de simplificaciones groseras pero efectivas. ¿Por qué pagar tres veces más por un café en un vaso de cartón después de hacer dos colas y esperar a que griten nuestro nombre si no es por el valor intangible de una marca comercial de prestigio? En ese mundo de marcas molesta, hay que decirlo así, el esfuerzo que hacemos los españoles con el dinero de los contribuyentes para que nadie conozca la imagen de España.

Dos ejemplos, el Museo Guggenheim de Nueva York cuenta entre sus patrocinadores al gobierno vasco. Aparece en todas sus publicaciones y en una pared del impresionante edificio minimalista. El museo de Arte Moderno, el mítico MoMA, presenta una espectacular exposición sobre Miró. Patrocinada por el gobierno de Cataluña con abundante publicidad en catálogos y murales. Ni una sola referencia a España en ninguno de los dos casos. Debe ser otro país, otro pueblo soberano, otro contribuyente. Qué desperdicio. Qué lástima. Qué políticos tenemos. Y luego queremos vender jamón serrano, talgos, ingeniería eólica y arquitectura de diseño. Pero si hemos destruido consciente y sistemáticamente una marca.

Andaba yo cavilando estas cosas mientras me dejaba arrastrar por la vorágine consumista de unas Navidades americanas dominadas por dos temas. Las rebajas del 50% en todo tipo de artículos para intentar salvar una pésima campaña de compras en el momento en que el pequeño comercio hace un 30% de sus ventas anuales. Y una incipiente autocrítica por el tratamiento de estrella del pop que la prensa está dando al presidente electo, más preocupada en mostrar sus pectorales en una playa de Hawai que por comentar críticamente su inmenso paquete fiscal de más de medio billón de dólares, casi el 40% del PIB español.

La crisis económica es una realidad que se dejaba sentir en el número de turistas decían, aunque a mí las calles y museos me parecían el Bernabéu en día de partido. Lo importante es ver qué hacemos con ella. No basta con confiar en que los gobiernos adopten las medidas correctas; tendríamos también que preguntarnos si los agentes económicos están haciendo sus deberes.

Contrasta sin duda la actitud de los grandes almacenes de la Quinta Avenida que adelantaron sus rebajas, ampliaron los horarios comerciales y redujeron precios hasta en un 70% en algunos artículos, con las declaraciones de un promotor inmobiliario español que se ufana de que antes de rebajar los pisos un 30% los regala o con algunos sindicatos que consideran casi un ataque a la dignidad humana la libertad de horarios o algunos gobierno autonómicos que incluyen las rebajas en el patrimonio cultural propio en detrimento de la iniciativa de unos comerciantes que son vistos como especie en protección, como garantía de biodiversidad en el espacio urbano. No me cabe ninguna duda quien saldrá antes de esta crisis.

ARTÍCULO VÍA ABC.

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