Fernando Jáuregui – Siete días trepidantes – Rato no es el hombre


MADRID, 31 (OTR/PRESS)

Madrid era un clamor.- Mala cosa para un partido de oposición que la chismografía política discurra en torno a su cohesión y a su trayectoria. Los asistentes esta semana a la conferencia en Madrid, en el Club Siglo XXI, del candidato del PP a la presidencia de la Xunta gallega, Alberto Núñez Feijoo, se lamentaban discretamente de que hubiese acudido a la Villa y Corte a hacer campaña electoral, «con la de pueblos que le quedan por visitar en Galicia». «Han aconsejado mal a Alberto», decía allí alguien que se muestra convencido de la honestidad y valía del hombre que quiere sacar a Touriño de la Xunta. Y es que la fotografía con según qué líderes nacionales del partido beneficia poco a las aspiraciones de Núñez Feijoo o del vasco Antonio Basagoiti, que se cuida bastante más de aparecer según cómo, dónde y con quién. Madrid es un avispero para el PP y Mariano Rajoy no parece estar siendo capaz de atajar la sangría interna, que cada día salpica las páginas de los periódicos, las tertulias radiofónicas y televisivas, los comentarios en los maliciosos cenáculos y mentideros de la capital.

Son muchos los que piensan que Esperanza Aguirre, ya que Rajoy no lo hace, tiene que dar un puñetazo en la mesa, separar preventivamente a algunos miembros de su gobierno -que, encima, se llevan mal entre ellos- hasta que se aclaren las cosas. Porque las cosas no se aclararon precisamente con la comparecencia en la Asamblea regional, el viernes, de Francisco Granados, el consejero de Interior de la Comunidad de Madrid sobre quien se han lanzado menos que veladas acusaciones de espiar a su compañero y superior jerárquico Ignacio González. Ni se aclararán presumiblemente con la investigación interna de la secretaria general del partido, María Dolores de Cospedal. Ni, me temo, se esclarecerán suficientemente con la instrucción judicial de un caso que ya acumula cuatro denuncias, pero que sumará, ya lo verán, algunas más. No es que yo sea escéptico, líbreme Dios, ante las facultades de una justicia capaz de mirar hacia Israel y al pasado olvidando el atasco de casos aquí y ahora, o capaz de ir a una huelga que sus propios reguladores del Consejo del Poder Judicial consideran ilegal. No: es que el torrente mediático lanzado por el cuarto poder ya desborda los estrechos límites del tercer poder (y del primero, y del segundo).

El escándalo está siendo de campeonato. Puede que el más importante en la breve historia de la democracia española. Se mezclan acusaciones nada disimuladas de corrupción urbanística practicada por altos cargos de la autonomía más importante de España, presuntos líos de faldas, espionaje chapucero (nada gusta más al lector que reír con los dislates de esos agentes tipo Mortadelo y Filemón), lucha por el poder económico (el de Caja Madrid) y pelea a muerte por el poder político (arrebatar a Mariano Rajoy su cetro). Casi nada. ¿De verdad cree alguien que una instrucción sumarial al estilo clásico, o la investigación cortocircuitada de Cospedal o, menos aún, la que Granados dice que ya ha llevado a cabo en su consejería, son factores capaces de acallar el estruendo? La simpática Esperanza Aguirre, cuyo rostro y actitudes desenfadados (hay que verla en las últimas fotografías, montada con donosura en una potente moto) para nada evidencian las tensiones que ha de estar viviendo, tiene, ya digo, que mover ficha. Y no un peón o dos, precisamente.

…Y en esto llegó Rodrigo.- En este marco agitado, la salida al ruedo, a cualquier ruedo, de Rodrigo Rato es saludada siempre con expectación en el reino de los cenáculos y los mentideros. Le dan un «honoris causa», lanza un discurso aburrido y descomprometido, y hala, allí está todo el PP -bueno, casi todo, que Ruiz Gallardón, otro que está tragando algunos sapos, aunque no disimule su satisfacción por la situación por la que atraviesa su enemigo González, no estuvo-. Todo el PP, o casi, como digo, vitoreándole, dándole palmadas cariñosas, «ánimo, Rodrigo», a ver si el ex vicepresidente y ex tantas cosas da el paso y levanta bandera frente a Rajoy como candidato a La Moncloa en 2012. Año en el que Rato tendrá 63 años y una considerable fortuna. O sea, que no; que me da a mí en la nariz que Rato sabe que en este país los presidentes del Gobierno llegan a este cargo a los cuarenta o cuarenta y dos años, y que en la «era Obama», que es exactamente un año más joven que Zapatero, porque ambos nacieron un 4 de agosto, es peligroso eso de andar mirando hacia atrás. «Non bis in idem», decían los romanos: más o menos, nunca transitar dos veces por la misma carretera. O nunca permitir semejanzas con aquel pasaje en el que Fraga, en Perbes, se vio forzado a aceptar a un jovencísimo Aznar como sucesor, frente a Isabel Tocino, que era a quien Don Manuel quería impulsar. Ahora, las cosas han de hacerse en los congresos del partido, no en los centros de apuñalamiento.

Educación y despilfarros.- Porque tengo para mí que, a la vista de cómo vienen los vientos desde los Estados Unidos, aquí, en la vieja Europa, se van a exigir cambios más profundos y menos cosméticos. Y algo de eso va a ocurrir, claro está, en España. Hay un hartazgo patente de las viejas discusiones, como por ejemplo si la educación para la ciudadanía ha de mantenerse o no. Claro que ha de mantenerse -menudo palo el del Supremo a las tesis del PP, y encima Rajoy sigue insistiendo en que hay que suprimir la dichosa asignatura-; lo que ocurre es que los libros de texto habrían de unificarse, evitando páginas «por libre» que son escandalosas, absurdas, amorales y hasta inconstitucionales. Una unificación que la ministra Mercedes Cabrera, otra que tal, debería haber impuesto o recomendado a las autonomías antes de lanzarse al vacío de hacer obligatoria una asignatura cuyos objetivos, a mi modo de ver, son muy razonables.

Y hay un hartazgo patente de los despilfarros absurdos de determinadas administraciones autonómicas -menudas revelaciones están apareciendo sobre el derroche en informes de la Generalitat catalana: algunas cosas son tan ridículas como ciertos pasajes de algún texto de E para la C- y locales. Y de la nacional, por qué no. El Gobierno, en un rasgo de fino humor, informa de que va a disminuir en un 19 por ciento los gastos en publicidad institucional. Es decir, esa publicidad en la que el propio Gobierno se glorifica, y que tan criticados fueron por la Administración Zapatero, que, a su llegada al poder, atacó sin piedad a sus antecesores aznaristas por la elevada cuantía de su autoglorificación publicitaria. Lástima que, luego, las cifras del aznarato se multiplicasen casi por dos en el zapaterato. Bueno, que disminuya esa partida es ya un ahorro, pero ¿es eso todo lo que se piensa hacer para que la ciudadanía adquiera la sensación de que también los estamentos oficiales sienten la crisis? ¿Va a ser así de lento, así de mínimo, el ritmo y el volumen de los cambios?

Fernando Jáuregui.

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA

Lo más leído