Nuestra clase política, esa que el Director General Adjunto del Transparencia Internacional refiere como no respetada en los países del sur de Europa, adolece toda ella de una enfermedad que solo cambia en el grado de intensidad y que varía según o no estén en labores de Gobierno.
Da lo mismo que hablemos de la derecha o de la izquierda, nacionalista o no. Todos ellos creen que los ciudadanos somos gente estúpida, incapaces de saber lo que nos conviene, y como consecuencia necesitados de orientación para sacarnos del lío en el que nos han metido.
Exige de un ejercicio de disciplina democrática quedarse sentado ante la avalancha de estupideces que se les ocurren.
Los mismos, exactamente los mismos que nos hablaban del pleno empleo en 2008.
Y es curioso que en lugar de mirar al sistema y corregir lo que no funciona, o al menos intentarlo, no, ellos insisten en nuevas normativas, en variantes de viejas normativas, en regulaciones provisionales o en suspensiones provisionales de viejas regulaciones.
Eso es lo que ahora propone el PSOE.
Ni una palabra, ni una medida, ni una simple sugerencia que ponga de manifiesto que los dirigentes políticos confían en los ciudadanos que les pagamos y sostenemos la estructura de este Estado elefantiásico en cargos y asesores. Nada.
Erre que erre en intentar arreglarnos ellos la vida. En no dejarnos vivir, más bien.
La traición del PP a su programa y sus votantes no tiene igual por lo disparatado, por más que nos hablen de un estado de necesidad.
¿Qué necesidad ni niño muerto? Si crees en la gente, ayuda a la gente y déjala actuar, que a largo plazo es la gente la que salva a los países, mientras que una clase política cuasi perenne como la que tenemos poco respeto puede inspirarnos.
Pero esto no se trata de un desahogo, sino de dar una opinión sobre las propuestas que acaba de presentar el PSOE.