A mí la gente anfibia,
que en oleajes se baña,
y se seca en baldíos,
ni me enferma ni me alivia,
y menos aún me engaña,
pues, conociendo sus líos,
como me da mala espina,
me gozo dándole esquina.
Cierto que la gente anfibia,
roja como amapolas,
o morada cual cizaña,
fría, caliente o tibia,
acompañada o a solas,
bien que está jodiendo a España,
y encima, como propina,
llevándola a la ruina.
Sin duda la gente anfibia,
esa a la que “igual-dá”
la axila que el peroné,
y los dientes que la tibia,
a ella lo que le va,
es el llevarse el parné,
si no lo otro, haciendo pis,
¡coño!, … ¡en su propio país!.
Y el colmo: la gente anfibia,
la que hace a pelo y a pluma,
fía en ella poca gente;
pues propenso a la lascivia,
quien más vicio en ella suma,
¡leche!, es su presidente;
y acabo, porque si sigo …
¡quién sabe qué harán conmigo!.

