Este miércoles 23 de julio de 2015 Gabriel Albiac escribe una columna en el diario ABC que se titula ‘Cataluña Sagrada‘ y que comienza así:
El tiempo que no pasa, el tiempo siempre anclado de las mitologías, es el heraldo oscuro de un mundo putrefacto. Va siempre revestido de ornamentos solemnes: de patria, lengua, sangre… Pero es una piltrafa que no habita el espíritu. El tiempo congelado de las mitologías condena a Cataluña a un naufragio anacrónico en el alucinado mar de las creencias. Nacionalismo es sólo religión sucedánea.
Continúa:
Es todo tan ridículo, que da un poco de vergüenza volver a formularlo: no, no hay la menor renovación en la religión laica de cuya exaltación vive el nacionalismo. Ni un solo gesto de Pujol o de su aprendiz Mas, ni una tilde o una coma de quienes cantan su epopeya, se diferencian un átomo de los gestos y palabras que escenificara Riefenstahl o teorizara Rosenberg. Con la específica peculiaridad de que, allá donde el arrebato nacionalista centroeuropeo colocó el asesinato como rito de paso, los de Pujol pusieron el robo. Es una diferencia. Y no hay que menospreciarla. Pero tampoco deberíamos menospreciar al Hitler que cuenta, en 1933, a Hermann Rauschning lo políticamente rentable de su llamamiento a los suyos para que roben en masa: el robo compartido une aún más que la sangre.
El nacionalismo actual nace en Cataluña con Jordi Pujol. De quien el primer -y tan señorial- presidente autónomo, Josep Tarradellas, vaticinaba hasta qué punto haría añorar a Franco. Hoy, tras decenios de poder monolítico y tras haber impuesto como heredero a su hombre de confianza, el jubilado Pujol aparece como el patriarca de un impune clan de estafadores
Finaliza:
Es algo tan idiota que resulta difícil entender que funcionara. Funcionó. Ninguno de nosotros es inocente de ello. Nos dio miedo ser tachados de «españolistas»: insulto supremo. Nos lo sigue dando. No hay un solo país en la Unión Europea en el cual alguien que hubiera violado principios constitucionales como los que Mas viene saltándose no estuviera en la cárcel. Pero nadie en la UE se avergüenza, como nos avergonzamos en España, de ser nosotros mismos. Es nuestra maldición. Y, en este otoño, que cristalizará el tiempo que no pasa, podrá ser nuestra tragedia. Vulgarísima.