José María Carrascal

Rajoy está dispuesto a gobernar, no a que le gobiernen

Rajoy está dispuesto a gobernar, no a que le gobiernen
José María Carrascal. PD

AUNQUE el adjetivo está muy deteriorado por el uso, podríamos decir que ayer fue un día histórico: dimitió un aspirante a la presidencia de gobierno, cuando aquí no dimite nadie, y fue nombrado otro al que la mayoría de los expertos daban por muerto desde hace años, lo que indica lo expertos que son.

Pedro Sánchez renunció a su acta de diputado «para no traicionar a su palabra, ideas y votantes». Cuando todos sabemos que un no a la investidura de Rajoy significaba el cierre de su carrera. Él la mantiene abierta y se dispone a liderar un «nuevo PSOE alejado del PP». Soñar es gratis. Equivocarse, no.

En cuanto a la investidura de Rajoy -no hubo sorpresa en los 15 noes socialistas ni en su abstención mayoritaria-, decir que los españoles empezamos a conocer al mayor superviviente de nuestra escena política, en la que lo ha sido casi todo en las más difíciles circunstancias.

Es la mejor prueba de que no vemos la realidad, sino lo que queremos ver. Rajoy es el político español más predecible, siempre que se le juzgue por lo que hace, no por lo que quisiéramos que hiciese, que suele estar contaminado por nuestra ideología y tiende a la fantasía especulativa, cuando él se atiene solo a la realidad.

Hace ya años, escribí que se equivocaba en las cosas pequeñas, pero acertaba en las grandes. Tengo que rectificarme en parte: más que equivocarse, los pospone para cuando haya resuelto lo fundamental.

Y ahí lo tienen, reelegido presidente del gobierno ¡con el apoyo de Ciudadanos, que quería jubilarlo, y la abstención del PSOE, que quería enviarle a los tribunales!

Nada de extraño el cabreo de la extrema izquierda y las esperanzas de que «mantendrá la tónica de no sobrepasar los dos mandatos» de la izquierda moderada. Pero dependerá de cómo vea el país en 2020.

Cuando Rajoy llegó al gobierno, decidió que el problema de España era la economía y se concentró en ella, olvidando todo lo demás, lo que le trajo críticas, incluso de su partido. Seis años después, con la economía española creciendo más que ninguna europea, cree que lo importante es ocuparse de la corrupción, de la igualdad, de la unidad, del diálogo.

De paso, ha hecho un experimento casi de laboratorio: ha dejado gobernar -en las ciudades, no en la nación-, a las «fuerzas de cambio», para que los españoles las conociesen, no en la calle y platós de televisión, sino frente los problemas del día a día.

Los resultados los hemos tenido en las elecciones del entretanto: han ido perdiendo fuerza mientras él la ganaba. Esta estrategia política -gris, lenta, predecible- no nos gusta a los españoles, que lo queremos todo rápido y espectacular.

Pero surte efecto. Que se lo pregunten a Pedro Sánchez. O a Pablo Iglesias, que puede poner la coleta a remojar. Aunque ése es de los que nunca aprenden.

En cuanto a nosotros, a ver si aprendemos de una vez lo que nos advirtió: está dispuesto a gobernar, no a que le gobiernen.

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