David Gistau

El ‘cara de anchoa’, la broma y el repartidor… de hostias

Es curioso cómo se parecen ciertos barrios por más lejanos que estén, al menos en nuestra percepción cultural

El 'cara de anchoa', la broma y el repartidor... de hostias
David Gistau. PD

ROBERTO Arlt es un autor argentino algo raro, pero injustamente excluido de los cánones que convirtieron en cliché a Borges y a Cortázar.

Arlt, que de verdad se frotó con los «malevos» en lugar de idealizarlos desde un café de Recoleta como Borges, tiene sus textos salpicados de personajes portuarios y recién desembarcados, personajes que a menudo están en tránsito: ni dejaron de ser completamente del lugar del que partieron, ni pertenecen todavía del todo al lugar al que llegaron.

Leyéndolo, es posible enterarse hasta del delicioso origen de algunos neologismos. Como el de la palabra «percanta», debida a los inmigrantes italianos que, ansiosos de sexo después de varias semanas en el mar, abordaban a las prostitutas de la Boca y les preguntaban: «Per quanto, per quanto?».

O «atorrante», que se consagró a partir del hecho de que los vagabundos y los malvividores de la Boca dormían metidos en unos enormes cilindros de obra de la marca A. Torrent.

Disculpen si me pongo pesado, pero es que desde chiquito yo siempre lo pasé muy bien con las etimologías: no todo iba a ser arrojar cascotes a los trenes y robar meriendas en el patio.

En «Los lanzallamas», Arlt tiene una escena que describe muy bien cierto ambiente barrial poblado por malotes de los de sombrero de medio lado. En una esquina, unos muchachos gastan bromas a los paseantes.

Les parece gracioso sacarse la minga y orinarles los zapatos. Mientras lo hacen, se festejan a sí mismos con risotadas. De pronto, la broma se la gastan al tipo equivocado.

Un duro que juega en serio y que no se compadece de la traviesa ingenuidad adolescente. Saca una pistola del bolsillo del gabán, le pega un tiro en el vientre al bromista y después continúa caminando como si nada.

Es curioso cómo se parecen ciertos barrios por más lejanos que estén, al menos en nuestra percepción cultural. Esta escena cabría imaginarla idéntica en la historia del Bronx de Palminteri.

A veces me ocurre que un hecho no forzosamente importante de la actualidad se me encaja solo en un recuerdo literario, me lo refresca.

El hecho me parece en esas ocasiones menos importante que la lectura antigua a la que me llevó de vuelta.

Así, la escena pistolera de Arlt me vino al recuerdo al enterarme de una noticia menor, la de un joven «youtuber» a quien también le parecen graciosas las bromas a los transeúntes e incluso las graba para expandir las risotadas de quienes se las festejan. No orina los zapatos a los desconocidos: los llama «cara de anchoa».

Ha sido muy comentado el hecho de que se lo dijera al tipo equivocado.

Uno que no sacó una pistola ni le disparó en el vientre, pero que sí le encajó una reverenda bofetada ante la cual el muchacho se quedó completamente atónito, desconcertado, como si nadie le hubiera avisado, metido en una burbuja adolescente que Clint Eastwood relacionaría con la «sociedad pussy», de que esas cosas suceden en el mundo adulto donde a ciertas cosas se juega en serio.

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