ANÁLISIS

Santiago Trancón Pérez: «La corrupción de los incorruptos»

Santiago Trancón Pérez: "La corrupción de los incorruptos"
Ximo Puig y Jorge Rodríguez (PSPV). EP

Valencia ocupa un lugar destacado en la geografía de la corrupción. Hasta ahora, la mayoría de los casos salpicaban al PP, partido que desprende un tufo que ha llegado a anestesiar la pituitaria de muchos españoles. Pero el fenómeno, lejos de todo lo imaginable y esperable y suponible, lejos de desaparecer o atenuarse, se ha vuelto tan reiterativo que ha sumido a la mayoría de ciudadanos en la mayor de las perplejidades. De la teoría de los casos aislados, basada en la irrefrenable ambición de la condición humana, hemos pasado a la corrupción inevitable («sistémica») inherente al ejercicio del poder y los partidos.

El caso de la detención del presidente de la Diputación de Valencia, el socialista Jorge Rodríguez, viene a añadir, sin embargo, al repugnante fenómeno de la corrupción, algunos ingredientes que conviene destacar. Que este caso de corrupción del PSOE sea una repetición de lo ocurrido en la misma institución, la misma empresa pública y desde el mismo cargo (el presidente de la Diputación), y todo ello sin apenas solución de continuidad, en una carrera de relevos perfecta, es algo bastante asombroso. ¿Cómo no decir que el PSOE y el PP son igual de corruptos, y que en esto cualquier diferencia es meramente publicitaria? Y sin embargo…

Sin embargo, y esto es para mí hoy lo más importante, ni la percepción, ni el rechazo, ni la repugnancia despertada, es la misma. Dejo de lado la reacción sectaria y autoprotectora de los más fieles y fanáticos, aquellos que, en el PP y el PSOE, siempre defenderán que los más corruptos siempre son los otros. Algunos hasta echarán mano de calculadora y cuantificarán los millones robados, usurpados, rapiñados por unos y otros. Lo llamativo, digo, es esa especie de «velo de legitimidad», «‘plus de honestidad», «supuesto de incorruptibilidad» con el que la izquierda oficial ha logrado protegerse, aislarse, mantenerse inmaculada por principio, porque su bandera identificadora ha sido siempre la lucha contra la corrupción.

Al atribuirse esa hegemonía moral, al apropiarse de los valores más necesarios para la convivencia y el orden social (la honestidad, la justicia, la igualdad, la verdad, la compasión, la solidaridad, etc.), resulta difícil aceptar que de repente todo se desvanezca y resulte ser una farsa, un descarado engaño, una patraña. Que un tipo como este Jorge Rodríguez haya llegado al poder enarbolando la bandera de la anticorrupción contra su predecesor (el insolente Alfonso Rus) y poco después resulte ser su clon, es algo que obliga a todos sus votantes a una traumática reestructuración cognitiva.

Pero hay más, y aquí llegamos al meollo de este escándalo: así como Rus no actuaba solo, tampoco este satrapilla ha actuado solo, sino con la complicidad de un entramado que afecta a los más puros: esos de Compromís, IU y todos los incorruptos e incorruptibles que seguirán proclamando su superioridad moral y política. Y claro, tampoco es posible separar toda esta trama («casta», «trama»… ¿recuerdan a los de Podemos?) de los Ximo Puig y Pedro Sánchez, porque del mismo modo que vemos que no hay solución de continuidad entre la corrupción del PP y del PSOE, mucho menos entre el aparato socialista valenciano y el nacional.

Pues lleguen ahí, amigos todavía votantes de esta casta que usa los valores y la tradición de la izquierda para mejor manipular, engañar, corromper y corromperse. Encaren esta cruda realidad y obren en consecuencia: dejen de otorgar legitimidad moral a quienes demuestran carecer de cualquier principio o atisbo de honestidad y coherencia. Y sí, no tengan miedo, sospechen, duden por sistema de quienes, dentro de estos partidos, se llenan la boca con denuncias furibundas, proclamas huecas y promesas vacuas de regeneración, transparencia y tolerancia cero con los corruptos.

La izquierda necesita quitarse de encima esta lacra, esta casta de corruptos disimulados. Porque sí, otra izquierda es posible. No se trata de tener fe, de seguir creyendo en milagros. Es una necesidad. Otra izquierda es posible porque es necesaria, porque nuestra sociedad la necesita. Ni añoranza, ni nostalgia, ni apego a ningún pasado idealizado: por pura necesidad, insisto. Necesidad de equilibrar y armonizar las contradicciones y tensiones de una sociedad como la nuestra. Y también: porque necesitamos acabar con esta caterva miserable de corruptos y mentirosos.

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