Cuando Quim Torra llegó a la Moncloa luciendo el entorchado del lazo amarillo independentista, con permiso del Presidente Sánchez, este hombre de «estado lamentable» ya estaba haciendo méritos para recibir los cálidos apoyos gubernamentales del secesionismo catalán. Y el independentismo ya se sentía como en casa, fomentado por el advenedizo inquilino monclovita.
Recientemente, la portavoz del PSOE en el Congreso, Adriana Lastra, arremetía en Navarra, en el Dia de la Rosa, contra el PP, afirmando que sus gobiernos habían sido «una máquina de crear independentistas», asegurando después que el gobierno d Pedro Sánchez será el que «resuelva la crisis catalana».
No parece que el actual gobierno socialista, con ayudas de nacionalistas periféricos y de Podemos, que apelan al «derecho a decidir», esté haciendo mucho por acabar con el separatismo catalán por vía del federalismo asimétrico, que favorece los privilegios, yendo contra la igualdad en la Unidad.
En tal sentido se manifestó la ministra de Política Territorial, Meritxell Batet, encargada de gestionar la crisis catalana, defendiendo reiteradamente una reforma constitucional como solución al independentismo, que reconozca el «sentimiento nacional de los territorios», bajo el epígrafe «nación de naciones», pero contradiciéndose a sí misma cuando afirmaba, refiriéndose a los partidos catalanes nacionalistas: «…la ciudadanía en Cataluña está abandonada, porque hay un gobierno dirigido por CIU y ERC que están trabajando por la liturgia, los ritos y la historia» de la causa independentista. Pero, olvidando que España es uno de los países más descentralizados de Europa, en grado superior al de muchos Estados federales del mundo. Desbarra la ministra de Política Territorial cuando asegura que el Pacto del 78 «está en crisis» y que es «urgente y viable» una reforma constitucional descentralizadora, o sea, que acepte la propuesta socialista de un federalismo favorecedor de desigualdades.
Sustenta parecida idea Josep Borrell cuando se muestra partidario de reconocer a «Catalunya como nación», después de haberse manifestado, junto a la Societat Civil Catalana, solidario «por la Unidad de España».
Son estos bandazos e incongruencias los que más fomentan el crecimiento de un independentismo espoleado por el «derecho a decidir», derecho votado por Meritxell junto a los independentistas, entendiéndolo éstos como «derecho de separación».
También cría independentismo la titular de Justicia, Dolores Delgado, cuando se abstiene en la defensa del juez instructor del proceso independentista, Pablo Llarena, del Tribunal Supremo, alegando la privacidad inasumible de las declaraciones del magistrado. Actitud a la que se suman destacados miembros del PSOE cuando ponen en duda el delito de rebelión cometido por los encausados del 1-O.
Acusado Pedro Sánchez, en el Congreso, de negociar los Presupuestos del Estado en la cárcel con los golpistas, a cambio de posibles indultos, y preguntado directamente por la veracidad de dichos indultos por Albert Rivera, su callada por respuesta hace pensar en las intenciones de una supuesta canallada.
El agitador Torra, queriendo involucrar a Sánchez en el contubernio, a cambio de apoyos, le pide que se comprometa a darle un estatuto de soberanía catalana. El independentismo fanático tienta la fatuidad del poder intrusamente detentado. Pedro Sánchez, desorientado entre la B a n d e r a y el F a l c o n, se lo está pesando.
Si Pedro piensa, el independentismo existe.
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*José Luis Suárez Rodríguez es Director de www.masespaña.es Doctor en Pedagogía y Filosofía. Tesis: Filosofía y Humor. Politólogo. Analista Político.
