Análisis

Pedro Rizo: «La ley del eterno retorno»

Pedro Rizo: "La ley del eterno retorno"
Murallas de Roma Agencias

Muchos famosos, cuyos nombres pueden pasar sin cita por la memoria de mi lector, confiesan que no son católicos o, peor todavía, que lo fueron pero ahora ya no lo son. Y uno se pregunta ¿es que no fueron bautizados? Porque, si lo fueron, son cristianos de bautismo por deseo de sus padres y padrinos. Con esto, hablando desde la fe sepan, recuerden, guarden en su conciencia que siempre conservarán ese, llamémoslo así, ADN sobrenatural. Esa simiente de salvación cristiana siempre viva incluso a segundos antes de la rendición de cuentas.

Esto aparte, contemplemos como en estos tiempos sin guía ni norte, ni tan siquiera en la cambiante Roma, se destaca una dificultad insalvable para volver del materialismo a la fe. ¿Cómo puede volver nadie a la actual Iglesia comunista, o progresista que es su eufemismo, cualquiera que se arrepienta de su materialismo? A esta Iglesia infectada de clero comunistoide, o resentido de demagogias pobristas, no se apunta nadie. Y menos aún el que en su juventud fuese sincero marxista. Demasiado estúpido sería aborrecer el dogma marxista para tragárselo torrefactado de la actual receta clerical que se cocina en Roma:

– Véase ahí la componenda con China del papa Bergoglio, dejando al pairo a la Iglesia independiente que se plantó durante décadas a la usurpación de obispos por el ‘Politburó’ chino.

Debemos subrayar que estos tiempos son difíciles para convertirse a la fe milenaria y católica. Aún más para andar por sus decorados sin contaminarnos de su obsceno relativismo.

Pasemos, pues, a hacernos algunas preguntas. Por ejemplo: ¿Quién que sea protestante va a decidir hacerse "papista" si la Iglesia nos enseña ahora a
simpatizar con las herejías luteranas? ¿Tiene sentido? Creo que no.

¿Cuál judío ortodoxo se va a interesar por el cristianismo si los obispos les ofrecen las instalaciones de la Iglesia para sus oficios? No tiene sentido. A propósito no dejemos de señalar que son varias las parroquias «del Opus Dei» que ofrecen espacio a sus reuniones.

¿Y del Islam? ¿Acaso no se ha permitido hace apenas un mes que, en la sagrada catedral de Madrid, una de sus facciones, los derviches

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giróvagos de la orden Mevleví, la más conocida del sufismo, ofreciera sus danzas religiosas? No tiene sentido.

¿Qué anglicano, presbiteriano o episcopaliano se va a acercar a la «liturgia del Concilio de Juan y Pablo» si ésta es, ahora, incluso más superficial que sus oficios? No tiene sentido.

¿Qué hindú se sentirá tentado por el catolicismo si los católicos creemos ahora que su idea de Dios, y sus castas, son asimilables por la Iglesia? Tampoco tiene sentido.

Sólo la nada del Hades puede esperarse de esta traición.

La oferta de un mismo Dios para todos los credos, referido a un "Ser Supremo", Gran Arquitecto del Universo, multiforme y multiusos Dios de dioses… ¿no nos induce, como ley inviolable, a marginar al Hijo y al Espíritu Santo?

Muy en especial lo sufren así, y sin darse cuenta, los que habitan los mismos corros -y aulas- en que la ortodoxia es moldeada por la herejía. Y puesto que dejar la casa a los okupas no es honroso, sienten que deben mantenerse firmes ante los extraños. Porque no es caridad, y menos religión, dejarles a sus anchas difundir la perdición sin avisarles de su engaño. No sería honroso.

Las verdaderas conversiones a Cristo, son ahora perseguibles. Está de moda la disolución de la multifacies, el abrirse a todas las religiones para olvidar que ser católico es presentar a todos los hombres un solo credo. Es la conversión de los que deciden volver a la fe de sus padres. De los que entienden, como San Pedro enseñó, que

(…) para ser salvos no se nos ha dado otro nombre bajo el cielo que el
de Jesucristo. (Hch 4, 12) De los «conversos» de hoy, de los que vuelven a la ortodoxia, los medios nada dicen. Excepto si es para desprecio o burla. Sin embargo,

(…) bienaventurados seréis cuando por mi causa os ultrajen y persigan y
dijeren todo mal contra vosotros. (Mt 5, 11)

Más pronto que tarde llegará la restauración de la Iglesia, como ha sido cíclico
desde sus primeras horas. Quizás lavada con sangre, como está profetizado,
para embridarse en la promesa y esperanza ciertas de verdadera vida eterna.
«Fe tan antigua y tan nueva».

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