Tengo dicho que uno de los dos, el que sermonea en El País adoptando la pose de razonable y digno de fiar, me produce sueño. Tengo que quitarlo enseguida de mi vista para no caer dormido. Es tan evidente la impostura que me aburre de un modo inevitable.
El otro, en cambio, me sobresalta. Uno lo oye hablar: «Somos ricos. Claro que hay que subir los impuestos», y no suelta un taco, ni se sobresalta, porque se veía venir. Estos socialistas de aquí han perdido el norte, el oremus, la vergüenza y todo lo que había que perder. El problema es que como se parecen tanto a buena parte de la sociedad actual, les votan.
La situación, la de su semejanza con la sociedad, ha llegado a tal extremo que son muchos los analistas que piensan que hay Sánchez para rato en el gobierno, porque si hay nuevas elecciones ganará con más ventaja aún. Olvidan que eso sería así si la situación, en caso de celebrarse nuevas elecciones, fuera la misma que la actual. Eso parece ser que piensa también el propio equipo del presidente en funciones, que ve como única dificultad la de aprobar los presupuestos.
Olvidan la catástrofe que se avecina. Estos tipos que tienen tan poco decoro y tan escaso respeto por lo humano, que cuando consiguen el poder hacen lo que les da la gana, sin tener en cuenta las consecuencias de sus actos en el personal a costa del cual viven, han empezado ya dando poder a los sindicatos sobre los trabajadores y las empresas. Lógicamente, esto repercutirá en la calidad de vida de los afectados, y quizá mande a muchos al paro. Pero lo peor será esa subida de impuestos que da por buena el inefable Gabilondo. Cuando el país, o sea, España, empiece a caerse a pedazos y quienes votaron a esta panda paguen en sus carnes su error, por muchos sermones que suelte el otro Gabilondo, Sánchez se habrá acabado. Como político. Que en el futuro vivirá como un marqués es obvio.
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