No parece muy aventurado suponer que en los primeros tiempos de la democracia el por tantos motivos admirable filósofo español fue votante del PSOE, sin percatarse, como tantas otras personas, que contenía el germen de lo que ahora es.
Ignoro en qué momento dejó de hacerlo, cosa que, sin remedio, tuvo que suceder, pero no me cabe duda de que ya no podrá volver a hacerlo jamás. Salvo que se produjera un cambio profundo en el PSOE. Lo de Otegui le tiene que haber sentado como una patada en donde más duele. Y la indiferencia de los actuales votantes de este partido. Cabe pensar que Savater no es el único de los antiguos votantes socialistas que ya no podrán volver a votar jamás al que fue el partido de sus amores.
Al hilo de esta realidad, parece muy oportuno el debate sobre la conveniencia de considerar que la izquierda tiene poderes mágicos, es decir, imaginar que tiene la posibilidad de mejorar el mundo, y paralelamente a esta cuestión la de si merece la pena otorgar el voto de modo incondicional a algún partido, en vez de examinar de elección en elección, cuál es la opción menos mala de entre las concurrentes.
El PSOE, desde luego, está cayendo al nivel de Podemos, o más bajo. Y este es un partido que en algún momento tuvo una masa de votantes muy honrados, aunque sus dirigentes no lo fueran. Las expectativas de esos votantes han ido cayendo a lo largo del tiempo. Muchos de ellos se desengañaron ya con Felipe González, que pudo haber demostrado categoría de señor y haberse comportado con una honradez y una grandeza que habrían servido para enterrar definitivamente a Franco. No fue así, se comportó con mezquindad y prepotencia, lo cual permitió que la memoria del dictador siguiera viva. Lo de Zapatero y Sánchez es todavía más mezquino, ruin y, sobre todo, risible.

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