“Almacén. El lugar de los invisibles”, en el Museo de Escultura

Por José María Arévalo

( Sala 7 de la exposición, “Coral”, con cinco obras de Pompeo Leoni, dos de Pedro de Ávila, y una del círculo de Gregorio Fernández, S. Bruno, la primera de la izquierda, abajo ) (*)

Con el objetivo de dar a conocer el misterio y el secreto que supone para los visitantes de los museos el almacén, esa “cueva de Ali Babá” donde se custodian los fondos que normalmente no están a la luz del público, el Museo Nacional de Escultura presenta la exposición “Almacén. El lugar de los invisibles”. La muestra reúne, hasta el 17 de noviembre, en el vallisoletano Palacio de Villena – frente al Museo de Escultura- unas 280 piezas, alrededor del 15 por ciento del total de los fondos de la colección, para mostrar “los restos de una especie de naufragio donde el arte español en parte se ha salvado y en parte se ha perdido”, como explicó en la inauguración la directora del Museo Nacional de Escultura, María Bolaños. Se trata, como veremos ahora, de una exposición “salvaje”, e “indocumentada” donde, dicen que al contrario de lo que sucede siempre, las obras prevalecen por encima de las ideas.

( Cristo crucificado de Juan de Juni. Detalle ) (*)

Me la había recomendado un amigo arquitecto, advirtiéndome de lo inusual de ella, y había leído varias reseñas de la misma, de hoyesarte.com y otras, así que iba preparado; la idea de exponer lo almacenado me parecía estupenda. Pero cuando la visité, la desolación me invadió, sobre todo al no poder identificar con seguridad cual de las 24 tallas de Cristo crucificado de la sala 4 titulada “Variaciones sobre un tema”, era el de Juan de Juni –que incluía en decimotercer lugar la lista de mano que como “información de las obras expuestas” proporciona la muestra, indicando “Paredes de izquierda a derecha”- ni contando desde el principio ni desde el final.

Tampoco podía entender que figuraran, en la sala 7 denominada “Coral”, arremolinadas, casi superpuestas, entre más de veinte tallas, cinco obras de Pompeo Leoni, dos de Pedro de Ávila, y una del círculo de Gregorio Fernández, S. Bruno ( c.1634, de la Cartuja de Santa María de Aniago, de Villanueva de Duero); menos mal que ésta parece era la primera de la izquierda, abajo, y la quinta una de las de Pedro de Ávila, S. Luis Gonzaga, del Convento de las Comendadoras de Santa Cruz, Valladolid. No fui capaz de identificar ninguna otra de este grupo.

( Cristo crucificado de Juan de Juni. Ca 1550) (*)

Y ya me pareció una desfachatez que colocaran, en la sala 3 titulada “Reversos”, las tallas, de tamaño notable, de S. Agustín de Hipona y S. Gregorio Papa, de Adrián Álvarez, de la segunda mitad del s. XVI, pertenecientes al Convento de S. Agustín de Valladolid, de cara a la pared, a escasos centímetros, sin espacio ninguno para verlas, para destacar la trasera típica de algunas tallas, vacía, sin trabajar, cuando podían haberse colocando en un centro de la sala que permitiera ver las imágenes.

( S. Agustín de Hipona y S. Gregorio Papa. Adrián Álvarez, Segunda mitad del s. XVI. Convento de S. Agustín, Valladolid) (*)

De manera que tampoco tengo seguridad de que las tallas que menciono y adjunto foto para ilustrar el artículo, sean realmente estas que subtitulo, o una próxima. A la falta de identificación se une la poca iluminación de las salas, por esa manía de los museos actuales de rodear lo expuesto de obscuridad para que la atención se centre en las obras, que quedan mal iluminadas, muchas ( por ejemplo el Cristo de Juan de Juni que está en alto, creo) se ven fatal. Por ello las fotos que pude hacer -sin flash, claro- son bastante deficientes, menos mal que he conseguido bajar algunas de la nube.

( Sala 4 “Variaciones sobre un tema”, con tallas de Cristo crucificado de Juan de Juni, Leonardo de Carrión y Diego Rodriguez, y otros anónimos.) (*)

En fin, un desastre de exposición que más que sorprender, desorienta y desasosiega, un verdadero atentado al arte, exponerlo sin decir como mínimo quien es el autor. Y una falsedad que si se identificaran perdiera el sentido de “almacén” la muestra, ya que se hubiera podido colocar la clásica etiqueta, aunque fuera en tamaño mínimo, por ejemplo en la base de las tallas o en la pared. El colmo es que se califiquen como de segundo o tercer orden –como veremos hace la directora del Museo- tallas de Juan de Juni o Pompeo Leoni, incluso de Pedro de Ávila, que es evidente no están expuestas en el Museo habitualmente por falta de espacio expositivo, pero no por falta de calidad. Ello es cierto, en cambio en varias de Alonso Berruguete, que son solo fragmentos, como veremos.

( S. Luis Gonzaga de Pedro de Ávila. S. XVIII. Convento de las Comendadoras de Santa Cruz, Valladolid) (*)

Lo cierto es que en esta singular exposición, a la hora de diseñar el montaje, se ha justificado el injustificable anonimato de lo expuesto diciendo que se ha huido de la creación de un discurso historicista o cronológico, para apostar por un carácter más “anárquico” y “desordenado”, donde las obras “no se agrupan de una forma histórica sino mezcladas entre sí, atravesando las capas del tiempo y jugando con la propia anarquía de la colección”. Y que se articula –informa hoyesarte.com- “a través de principios fundados en el libre juego y en la imaginación formal: las posibilidades que ofreció la fabricación de esculturas en serie y la tendencia de la escultura a la multiplicación; contrapuntos basados en el dualismo entre dos impulsos contrarios, el suelo y el cielo, y los recursos empleados por el escultor para reflejar esta disociación espacial; reversos de obras que muestran su parte invisible y profana; parajes arquitectónicos poblados de marcos de pinturas, arquitecturas de retablos, columnas, capiteles, frisos, pilastras; agrupaciones corales, singularidades, fragmentos, series y variaciones”.

¡Si Juan de Juni levantara la cabeza¡ La directora del Museo Nacional de Escultura en la presentación añadió que esta exposición da protagonismo a artistas secundarios, anónimos, y a piezas “de segunda y tercera fila” que normalmente no llegan a ojos del público y que ahora están a su disposición. “Las piezas no aparecen acompañadas de las tradicionales cartelas que describen la pieza, con su título, autor o materiales, y están agrupadas por salas en torno a criterios formales y estéticos”.

“Explicó también en la inauguración la responsable del diseño del espacio expositivo, Anna Alcubierre, que “cada sala es como un paisaje visual” y toda la exposición propone “un juego de percepción visual” donde, como parte del “juego” propuesto, “lo formal es una prioridad y lo académico no”, y donde “los invisibles se vuelven visibles y se relacionan entre sí”. Un recorrido que incluye casi 300 esculturas y objetos artísticos, entre la Edad Media y el siglo XVIII, pertenecientes a la colección menos conocida del museo, la que atesora y conserva en su almacén. A través de este proyecto se propone responder a los interrogantes que puedan existir sobre el significado del museo y su colección, sobre sus posibilidades, sus enigmas, sus paradojas y sus metas”.

( Veinte Pilastras de respaldo de sillería coral de Jacinto y Pedro de Sierra.1735. Conve3nto de S. Francisco, Valladolid) (*)

Para el gusto de quien escribe este artículo, esta exposición no enseña nada, es un completo fracaso, y tras verla dudo mucho que puedan decir los responsables del museo que “atesoran” nada, más parece que desprecian todo lo que almacenan “a mogollón”, como suele decirse, y por eso así lo exponen. Toda obra de arte es algo singular, irrepetible, no puede exponerse amontonado.

Recuerdo la malísima impresión que, como zamorano, me dio la exposición de Las Edades del Hombre de Zamora, cuando colocaron las famosas tablas de Fernando Gallegos, de Arcenillas, en un simple tablero, como un andamio, y las principales tallas de la Virgen a las que se tiene devoción en la ciudad en simples tarimas en fila, en un pasillo sin decoración ninguna, seguidas sin apenas separación. Por lo demás fue una exposición extraordinaria, solo que no cuidaron la presentación de las tablas –las que, menos una, que se ha perdido, hacía poco se habían podido recuperar después de su robo- y de nuestras imágenes de la Virgen, varias de ellas procesionadas todos los años en muy ricos tronos. De modo que aquella forma de exponerlas, además de atentar a la estética artística, hería la sensibilidad de los creyentes, como pasa ahora en esta del “Almacén” del Museo Nacional de Escultura, al menos en alguna sala como la 7, la denominada “Coral”, en que además de las obras de Pompeo Leoni, Pedro de Ávila y del círculo de Gregorio Fernández, tiene varias tallas de la Virgen; en cambio quizá resulta digna y no podía colocarse de otra manera, la sala 4 de tallas de Cristo crucificado, con los de Juan de Juni, Leonardo de Carrión y Diego Rodriguez, y otros muchos anónimos. Pero su título, “Variaciones sobre un tema”, es ciertamente despectivo y parece mentira que la propia Directora del Museo reconozca que el Crucificado es “una de las figuras más iconográficas del cristianismo occidental”. Penoso.

Pero vamos a recoger una breve descripción de las distintas salas.

SALAS

La muestra se estructura en torno a nueve salas, que reflejan diferentes ámbitos relacionados supuestamente con la propia exposición. Así, la muestra se abre con un espacio denominado Sala 1. ‘Repetición’, donde se recrea una especie de nichos en los que han depositado numerosos relicarios de diferentes siglos, que dejan paso a continuación a otro área, Sala 2. ‘Contrapuntos’, donde ninguna figura (solo sus sombras) aparece como suele ser habitual a la altura de los ojos del espectador, sino yaciendo en el suelo o suspendidas en el aire desafiando la gravedad, como sucede con numerosos ángeles. La tumba de los Señores de Mogrovejo, 1500-1525, interesante obra en madera de autor anónimo de Cantabria, aparece en el suelo, como otras varias.

( Santa Clara de Montefalco. S. XVIII, Convento de S. Agustín, Valladolid. Foto Ical) (*)

Otro de los espacios es Sala 3. ‘Reversos’, donde se puede apreciar el andamiaje tradicionalmente oculto de esculturas, retablos, relieves y relicarios gracias a piezas que se encuentran de espaldas a su posición natural, dejando a la luz anotaciones, dibujos o la huella de gubias y cinceles, ensambladuras y prótesis posteriores.

En Sala 4. ‘Variaciones sobre un tema’ se reúnen decenas de tallas de Cristo crucificado, una de las figuras más iconográficas del cristianismo occidental; sobre esa sala, Bolaños aseguró que en ella, “si uno quisiera, podría hacer una historia de la escultura española, atendiendo a la torsión de los cuerpos, los ropajes o la expresión de las figuras”.

Tras otro espacio denominado Sala 5. ‘Estructuras’, que aglutina piezas no figurativas que desgranan el aspecto más “arquitectónico” de la escultura, la siguiente sala es una de las más impresionantes de la muestra, a un lado aparecen suspendidas en la pared nueve figuras que han denominado Sala 6. ‘Solistas’, que “sobresalen del conjunto por su gesto teatral o narrativo”, mientras frente a ellas aparecen dispuestas en cinco filas otras 28 esculturas estructuradas a modo de coro griego dialogando a través de los siglos y las congregaciones religiosas a las que pertenecen sus santos representados.

( Retablos del Bautismo de Cristo y del martirio de S. Juan Bautista, de Esteban de Rueda, 1621.22, Convento de S. Juan Bautista de Tordesillas) (*)

La Sala 7 “Coral” es la que ya hemos explicado incluye arremolinadas, casi superpuestas, entre más de veinte tallas, cinco obras de Pompeo Leoni, dos de Pedro de Ávila (una de ellas S. Luis Gonzaga, del Convento de las Comendadoras de Santa Cruz, Valladolid), y una del círculo de Gregorio Fernández, S. Bruno ( c.1634, de la Cartuja de Santa María de Aniago, de Villanueva de Duero)

Tras un espacio donde se arremolinan 1.656 fichas de inventario antiguas de los fondos de la colección, a modo de mosaico, en Sala 8. ‘Libreto’, ya en la recta final de la muestra, se describe “la parte narrativa del almacén” y se subraya la relación que la palabra escrita ha tenido con la escultura a través del cristianismo.

( A la izquierda, obras de Pedro de la Cuadra ca.1599 en el Convento de Nuestra Señora de la Merced, Valladolid) (*)

Por último, en Sala 9. ‘Fragmentos’ se presenta el almacén como una suerte de “asilo de náufragos”, que reúne restos de obras que simbolizan “lo que la cultura ha podido rescatar de la violencia de la historia”. Entre ellas figuran un san Felix de Valois atribuido a Francisco Salcillo, y varios fragmentos de retablo de Alonso Berruguete (una cabeza de carnero, un roleo vegetal y un mascarón) y un fragmento de balaustre también suyo. Ese bloque final le sirve a Bolaños para “reivindicar la importancia de los museos y la función tan importante que cumplen como custodios y difusores del patrimonio”.

Al final, en fin, vale la pena la visita, a pesar del disgusto. Pero advierto que conviene llevarse una lupa para leer la lista informativa de las obras expuestas, debajo de alguna zona más iluminada de cada sala.


(*) Para ver las fotos que ilustran este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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