EL ÚNICO EMPERADOR ROMANO CAPTURADO EN BATALLA HASTA LA EDAD MEDIA

El humillante y espantoso destino de Valeriano: de emperador romano a esclavo persa

El emperador Valeriano sufrió una derrota histórica en Edesa que marcó un antes y un después en las relaciones entre Roma y el Imperio sasánida

El Rey Persa Shapur I usando al Emperador Romano Valeriano capturado como escabel
El Rey Persa Shapur I usando al Emperador Romano Valeriano capturado como escabel. PD

Corría el año 260 cuando el emperador romano Publio Licinio Valeriano, al mando de un numeroso ejército, se enfrentaba a las fuerzas del Imperio sasánida lideradas por el sah Sapor I cerca de la ciudad de Edesa, en la actual Turquía.

Lo que parecía ser una campaña militar más en la larga historia de enfrentamientos entre estas dos potencias de la Antigüedad, terminó convirtiéndose en uno de los episodios más humillantes para Roma: Valeriano se convirtió en el primer y único emperador romano capturado vivo en batalla por un enemigo extranjero, una deshonra que no se repetiría hasta ocho siglos después, cuando el emperador bizantino Romano IV Diógenes cayó prisionero en Manzikert.

La batalla de Edesa representa uno de los momentos más oscuros de la historia militar romana. Aunque existen versiones contradictorias sobre cómo ocurrió exactamente la captura del emperador, algunas fuentes sugieren que Valeriano pudo haber caído en una emboscada o ser víctima de una traición durante las negociaciones con Sapor I. Sea como fuere, el resultado fue catastrófico para el prestigio imperial romano.

El camino hacia la desgracia

Valeriano había llegado al poder en el año 253, en un período de gran inestabilidad para el Imperio Romano. Desde el comienzo de su reinado, nombró a su hijo Publio Licinio Egnacio Galieno como coemperador y dividió el gobierno: él se encargó del este mientras su hijo administraba el oeste.

El reinado de Valeriano estuvo marcado por graves amenazas territoriales. En el año 253 se produjo una gran invasión bárbara en la Galia que no pudo ser adecuadamente contenida porque la mayoría de las tropas habían sido enviadas a combatir a los persas. En el 257, logró recuperar Antioquía y expulsar a los persas de Siria, lo que le valió epítetos como «Restaurador de Oriente» y «Restaurador del Mundo».

Sin embargo, estos éxitos serían efímeros. A finales del 259, Valeriano se trasladó a Edesa al mando de un numeroso ejército para enfrentar a Sapor I, quien llevaba años hostilizando y conquistando fortalezas romanas en Mesopotamia, Antioquía y Siria.

La humillación del águila romana

Tras su captura en la batalla de Edesa, comenzó para Valeriano un período de sufrimiento y humillación sin precedentes para un emperador romano. Según relatan las crónicas, Sapor I utilizó a Valeriano como escabel humano, obligándole a arrodillarse para que el monarca persa pudiera usarlo como apoyo al montar su caballo.

La derrota y captura del augusto dejó al Oriente romano completamente expuesto ante los sasánidas. Sapor I aprovechó la situación para establecer su cuartel general en Nísibis, desde donde conquistó Tarso, Antioquía y Cesarea, haciéndose con toda Mesopotamia y devastando Siria, Cilicia y Capadocia. Las fuentes antiguas describen un panorama desolador: gargantas y colinas cubiertas de cadáveres. En Cesarea, el monarca persa ordenó deportar a sus 400.000 habitantes hacia el sur de Persia.

La respuesta romana y el abandono del emperador

Resulta sorprendente la reacción del hijo de Valeriano ante la captura de su padre. Galieno, lejos de organizar una expedición de rescate, cesó la persecución de los cristianos que su padre había iniciado y se centró en restaurar la paz en el Imperio. Reformó el ejército para incorporar más unidades de caballería, aunque la infantería siguió siendo mayoritaria, y gobernó durante quince años hasta ser asesinado en Milán.

La falta de interés de Galieno por liberar a su padre fue tan notoria que posteriormente el emperador Juliano el Apóstata lo acusaría de comportamiento afeminado y débil. Esta aparente indiferencia ante la suerte de Valeriano resulta aún más llamativa si consideramos que fue el propio Valeriano quien había nombrado a Galieno como coemperador desde el inicio de su reinado.

Un giro inesperado: Odenato de Palmira

La expansión sasánida tras la captura de Valeriano fue finalmente detenida por un personaje que no pertenecía a la familia imperial romana: Septimio Odenato, rey de Palmira y aliado del emperador Galieno. En una sorprendente campaña militar, Odenato llegó hasta Ctesifonte, la capital sasánida, donde capturó los tesoros y el harén del Imperio persa. Aunque posteriormente se retiró, sus acciones atemorizaron a Sapor I y pusieron fin a la guerra.

La persecución de los cristianos: el legado controvertido de Valeriano

Antes de su desastrosa campaña contra los persas, Valeriano había iniciado una de las persecuciones más severas contra los cristianos. Aunque durante los primeros años de su reinado mostró tolerancia hacia ellos, en enero del 257 emitió un edicto que ordenaba la persecución de la Iglesia cristiana en todo el imperio. Les retiró el derecho de reunirse y de entrar a los lugares subterráneos de enterramiento, y desterró al clero.

En 258, un segundo edicto ordenó la ejecución de obispos, sacerdotes y diáconos. Los hombres de rango senatorial fueron castigados y sus bienes confiscados. Valeriano se apoderó de las propiedades cristianas y ejecutó a quienes no se retractaban de sus creencias, amenazando a las mujeres con la confiscación de sus propiedades.

Irónicamente, esta persecución terminó con su captura por los persas en 260. Algunos vieron en este desenlace un castigo divino por su crueldad contra los cristianos.

Curiosidades sobre el cautiverio de Valeriano

El destino final de Valeriano está envuelto en leyendas macabras que han perdurado a través de los siglos. Según algunas fuentes, tras años de humillaciones como esclavo personal de Sapor I, cuando finalmente murió, el monarca persa ordenó desollar su cuerpo y rellenar su piel con paja o estiércol. Este macabro trofeo habría sido exhibido en un templo como recordatorio permanente de la victoria sasánida sobre Roma.

Otra versión sostiene que Sapor I utilizó al emperador como copa humana, obligándole a tragar oro fundido como símbolo de la insaciable sed de riquezas de Roma. Aunque estas historias pueden ser exageraciones o propaganda, lo cierto es que el cautiverio de Valeriano representó una humillación sin precedentes para la dignidad imperial romana.

Un dato fascinante es que existe un bajorrelieve en Naqsh-e Rostam, en el actual Irán, que representa el triunfo de Sapor I sobre Valeriano. Esta representación pétrea, que ha sobrevivido casi 1800 años, muestra al emperador romano arrodillado ante el monarca persa, una imagen que los romanos habrían considerado absolutamente intolerable.

El impacto en las relaciones romano-persas

La captura de Valeriano marcó un punto de inflexión en las relaciones entre Roma y Persia. Durante siete siglos, estas dos potencias mantuvieron una rivalidad que, según el historiador Adrian Goldsworthy, se caracterizó por «la paz como lo normal —una paz cautelosa y vigilante basada en la sensación de poderío militar de cada imperio— y la guerra como lo ocasional».

Sin embargo, el episodio de Valeriano demostró la vulnerabilidad de Roma y elevó el prestigio del Imperio sasánida. Esta humillación quedó grabada en la memoria colectiva romana y contribuyó a intensificar la hostilidad entre ambas potencias.

Décadas después, bajo el emperador Diocleciano, Roma lograría cierta revancha diplomática. En 287, el rey persa Bahram II ofreció valiosos regalos a Diocleciano, declaró abiertamente su amistad con el imperio y lo invitó a visitarlo. Además, Persia renunció a sus reclamaciones sobre Armenia y reconoció la autoridad romana sobre el territorio al oeste y sur del Tigris. Estos gestos fueron interpretados como símbolos de victoria en el marco de las guerras romano-persas, y Diocleciano fue alabado como el «fundador de la paz eterna».

El legado de una derrota histórica

La captura y humillación de Valeriano dejó una profunda huella en la historia romana. Ningún otro emperador sufriría un destino similar hasta la caída del Imperio Romano de Occidente. Esta derrota también aceleró las reformas militares y administrativas que posteriormente implementarían emperadores como Diocleciano, quien reorganizó la frontera de Mesopotamia y fortificó ciudades estratégicas como Circesium en Siria.

Paradójicamente, el cristianismo, la religión que Valeriano había perseguido con tanta saña, acabaría triunfando en el Imperio Romano. Apenas medio siglo después de su captura, el emperador Constantino promulgaría el Edicto de Milán en 313, estableciendo la tolerancia religiosa hacia los cristianos. Y en 324, tras derrotar a Licinio y convertirse en único emperador, Constantino favorecería abiertamente al cristianismo, sentando las bases para que se convirtiera en la religión oficial del Imperio.

La historia de Valeriano nos recuerda que incluso los imperios más poderosos pueden sufrir humillaciones devastadoras. Su destino, pasar de emperador todopoderoso a esclavo y trofeo de guerra, representa uno de los giros más dramáticos en la historia de Roma, un imperio que se consideraba a sí mismo invencible pero que, en Edesa, vio cómo su águila imperial se inclinaba ante el león persa.

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