De vez en cuando alguna publicación o medio audiovisual decide hacer una encuesta entre críticos musicales, extensible también al público, con el fin de saber qué canción española del pop melódico creen es la mejor, a su juicio, de las compuestas, estrenadas en los últimos cincuenta, sesenta años. Y por lo general siempre resulta elegida «Mediterráneo», que Joan Manuel Serrat grabó en Milán en 1971. Han transcurrido, por lo tanto, cuarenta y seis años (uno menos, si somos precisos, pues faltan unos meses para esa efeméride). Por razones que no han sido explicadas -tampoco es que sean necesarias- el cantautor catalán accedió a grabar ahora su celebrado tema, con la aportación de una quincena de voces de otros colegas más jóvenes que él, quienes o no habían nacido cuando se dio a conocer «Mediterráneo» o eran unos niños. Entre ellos: Manolo García, Antonio Orozco, Ismael Serrano, el dúo Estopa… Los derechos de autor irán destinados a una organización que vela por la integración europea de los miles y miles de refugiados, que huyen de los conflictos de Oriente Medio.
Conocí a Serrat cuando vino a Madrid en 1967, a poco de ser seleccionada «La,la,la» para competir en el Festival de Eurovisión, al que finalmente como es archiconocido no acudió al exigir que o lo hacía en lengua catalana o no tomaría parte. Asunto turbio, ya harto ya debatido, en el que se vio envuelto por diversas presiones nacionalistas ya entonces. El caso es que en una de las diferentes entrevistas que con el paso de los años sostuve con él, me dijo que no creía fuese «Mediterráneo» su composición preferida, por mucho que sus admiradores así lo consideraran. No sé si habrá cambiado de opinión a estas alturas. Nosotros seguimos manteniendo que es la más emblemática de su vasto repertorio. En su grabación tomó parte activa, con unos excelentes arreglos, Juan Carlos Calderón, que contribuyeron a reforzar su calidad. Manuel Vázquez Montalbán escribió en la biografía que publicó sobre el «Noi de Poble Sec» (como se conocía en Cataluña al cantautor) que «el Serrat de siempre está en «Mediterráneo». Y Margarita Rivière, en otro volumen, «Serrat y su época» decía que «era un canto a la sensibilidad del Sur frente a la cultura del Norte, toda una declaración cultural, lo latino frente a lo anglosajón». El propio intérprete ha declarado estos días que al volver a grabar «Mediterráneo» lo ha hecho «pensando en las personas que cruzan el mar en búsqueda de un mundo mejor», según recoge Manuel Román, en Libertaddigital, hoy 28 de enero de 2017
Cuando apareció el disco en 1971 fue inmediatamente bien acogido por los comentaristas musicales, y en pocos meses el álbum llegó al número 1 de las listas de ventas, en tanto la propia canción alcanzaba el mismo honor. Aquel elepé fue de los mejores de su discografía (junto al «Dedicado a Antonio Machado»), pues contenía joyas como «Tío Alberto», «La mujer que yo amo», «Lucía», «Qué va a ser de ti»… Los jóvenes veinteañeros de aquellos primeros 70 consideraban a Joan Manuel Serrat un cantautor distinto a los de su generación, el más querido y valorado. Seguidores que no pertenecían únicamente a élites universitarias, pues se extendían a otras esferas, obreras, o de más baja condición social. ¡Y qué decir de ellas, las que lo idolatraban, las que con su rostro figuraban en las pegatinas adheridas a sus cuadernos estudiantiles!
Entre tanto, como él mismo declararía en sus entrevistas, vivía incontables aventuras sentimentales, pasajeras, sin atarse para nada a ninguna mujer. Eso sí: con absoluta discreción. Los semanarios de finales de los 60 y primeros 70 no prodigaban todavía su imagen en ellos, si exceptuamos alguno de los editados en Barcelona, su ciudad natal. No era «un personaje de revistas del corazón». Hasta que pasó un tiempo. Hubo una anécdota, que él mismo contribuyó a divulgar en una canción, «Conillet de vellut» (Conejo de terciopelo), donde reflejaba el amor hacia una modelo de la que se había prendado y aportaba un número telefónico: el propio de Serrat. Ni que decir tiene que al poco tiempo de la salida del disco al mercado hubo de cambiarlo ante la avalancha de llamadas femeninas, que lo acosaban a diario, al descubrir que esos dígitos correspondían a los de su casa u oficina. Se supo en esos finales sesenteros que iba a ser padre, sin estar casado. Recordemos que esa circunstancia, desde luego en una mujer, era por entonces motivo de cierto escándalo en la sociedad española de la época. El cantante se había enamorado de una atractiva modelo, Mercedes Doménech, que alumbraría un hijo, Queco, en 1969. El cantante nunca quiso desde luego cobrar ni un duro de las revistas. Ni por una exclusiva ni por contar sus memorias, como le ofrecieron más de una vez con un cheque en blanco. No se casó con Mercedes, mantuvo con ella incluso la amistad cuando se separaron, y dio sus apellidos a Queco, preocupándose por su educación y estando en contacto periódico con él. Siempre fue un hombre responsable de todos sus actos.
Acabada su relación con la modelo, Joan Manuel Serrat se sintió muy atraído por una belleza morena, de raíces calés: Charo Vega, hija del matador de toros Gitanillo de Triana, tía de Pastora Vega (la ex de Imanol Arias), y nieta de la legendaria bailaora Pastora Imperio. Se veían en Madrid, adonde él viajaba con frecuencia, y en verano, en Marbella, donde los sorprendí, coladitos el uno por la otra. Pero el cantante no quería atarse entonces «de por vida» y aquel inicio de romance, se enfrió. La íntima amiga de Charo, Lolita, estaba «hasta las cachas», loquita por Joan Manuel, pero éste sólo la consideraba una buena amiga… y nada más. Nunca se atrevió a ir más allá, por mucho que la hija de «La Faraona» estuviera deseando que él se lanzara. Dicho sea con todos los respetos. Pero posiblemente la fémina que marcó más el corazón del «Nano» (otro de los apelativos de su círculo familiar) fue Marisol. O si lo prefieren, Pepa Flores, que salía de su separación matrimonial de Carlos Goyanes, un marido con el que no fue nunca feliz; una boda en cierto modo impuesta, que ella ha olvidado con el paso del tiempo.
Con la colaboración del malogrado reportero Juanjo Montoro, tempranamente fallecido, pude descubrir el nidito de amor de la pareja. Un apartamento propiedad de Serrat, situado a espaldas del Nou Camp. Supongo que lo compró en esas inmediaciones dada su manifiesta devoción por los colores blaugranas. El cantante es un seguidor culé y cuando su físico se lo permitió formó parte del equipo de veteranos del club, con quienes jugaba en encuentros benéficos junto a César, Ramallets, Kubala y otros ídolos, a los que evocó en una de sus canciones. Pues bien, allí, en aquella vivienda, Joan Manuel y Marisol vivieron un tórrido amor, que les duró unos pocos meses. Aunque no siempre ella podía quedarse en la Ciudad Condal, sujeta a sus compromisos artísticos todavía. Pero Marisol quería formalizar de algún modo aquel idilio, no necesariamente con papeles por medio. Y Serrat volaba por libre. Y de manera sutil se lo fue manifestando. Ella lo comprendió, por mucho que le doliera su separación de un hombre al que quería y admiraba. Del que llegó a cantar alguna de sus creaciones, por ejemplo, «Tu nombre me sabe a yerba». Pensaba en él, como cuando Lolita entonaba en otro disco las notas del tan traído y mentado «Mediterráneo».
Pero, en el firmamento sentimental de Joan Manuel Serrat apareció cierto día la figura de una bella mujer, de nombre Candela Tiffon. Educada, tranquila, discreta, nada que ver con ninguna de sus alocadas «fans». Hija del responsable de la Feria de Muestras de Barcelona, prohombre industrial que dirigía la misma empresa, Catalana de Gas, en la que años atrás había trabajado su progenitor de operario. El cantante, procedía del lumpen; Candela, de la burguesía catalana. Pero Joan Manuel nunca fue un arribista. Además, para esas calendas, cuando se casó civilmente en 1978, ya tenía un abultado patrimonio. ¿Mayor que el de su suegro? Puede. Desde luego no era el paria de treinta años atrás. Y han sido muy felices. Con dos niñas: María, nacida en diciembre de 1979 y Candela, que vino al mundo en el otoño de 1986, convertida en una estupenda, prometedora gran actriz. Entre tanto, después de superar no hace muchos años una dura y complicada operación de cáncer, felizmente superada su quebrantada salud, Serrat ha continuado su carrera, con varias giras por España e Hispanoamérica con su cuate Joaquín Sabina, que a veces lo saca de quicio cambiándole sus costumbres y horarios. Pero Joan Manuel ya no ejerce de seductor con las muchas chicas que se le acercan. No se le conocen infidelidades. Ha grabado algunos otros discos. Compone, aunque ya no con la costumbre de antes. Siempre le costó. Me lo dijo un día: «Tardo mucho en que me salga una canción». Tiene un ejemplar historial. Ya pertenece a eso tan traído y llevado de «la memoria sentimental de varias generaciones de españoles».