Viaje solidario de Mensajeros de la Paz a Haití y República Dominicana (I)

Solidaridad con Haití al reclamo del Padre Ángel

¿Qué hacen aquí juntos Miguel Ángel Rodríguez, Isabel Gemio y Sandra Ibarra?

Solidaridad con Haití al reclamo del Padre Ángel
Padre Ángel, Isabel Gemio, Sandra Ibarra y la autora del reportaje

"El Padre Ángel es un hombre discreto, de trato cercano, personal y sonriente. Siempre está calmado. Transmite confianza"

(Irene López Alonso, enviada especial).-Santo Domingo amanece con un aguacero calentorro. Son las 6 de la mañana y el grupo de los que formamos el viaje solidario de Mensajeros de la Paz desayuna mientras asiste a un concierto de trinos tropicales. En seguida salimos para el aeropuerto J. Balanguer, donde nos esperan 3 pequeños aviones que nos llevarán, sobrevolando el verdoso mar caribe, a Haití.

«Buenos días, ¿has dormido bien'». Todavía no nos conocemos a penas, pero el trato ya es familiar. Desconozco algunos nombres, la profesión de cada uno, sus motivaciones. No sé cuál es el empresario, cuál el político, el cura, quién es el inversor y quién el notario. Formamos un grupo variopinto, y el Padre Ángel no se hace notar entre nosotros. Es un hombre discreto, de trato cercano, personal y sonriente. Siempre está calmado. Transmite confianza.

¿Qué hacen aquí juntos Miguel Ángel Rodríguez, Isabel Gemio y Sandra Ibarra? Qué tienen en común el hombre bonachón de la sonrisa y el amable señor que me enseña, orgulloso, su cámara. Y la mujer que hace bromas como si nos conociéramos todos de toda la vida, la que me trata tan maternalmente, el grupo de mejicanos que canta Bésame mucho, la que chilla y el que habla tan bajito, el de los ojos entusiasmados, la que habla del antimosquitos como la colonia de moda entre los viajeros, Eau de Relec.

Son tan diferentes, tan dispares, que, mientras subimos al primer mini-avión, dispuestos a contemplar la bella orografía de las Antillas, me obsesiono con buscar algo común en todos.
No son las manos: Las hay inquietas, agarrotadas por el miedo a volar, entrelazadas con las de la pareja, jóvenes, viejas, negras y blancas.

Tampoco los pies (hay quien se atreve a llevar sandalias con plataforma), ni por supuesto la ropa, ni la cara, con tantas expresiones distintas…

Una mosca me distrae de mi reflexión. Demasiado tarde para volver a Dominicana, me temo que vas a venirte con nosotros.
De pronto, ésta se posa en la espalda de uno de los pasajeros. Eso es: la espalda. Mientras despegamos, leo en el chaleco de Mensajeros de la Paz (que todos llevamos puesto para identificarnos) una palabra con letras negras: Solidaridad.

Claro, ésa es la explicación de lo increíble. De que un grupo de personas tan distintas haya acudido al reclamo del Padre, y comparta risas y familiaridad mientras sobrevuela la vegetación y las nubes de la isla.

 

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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