El evangelio sugiere más bien una moral de libertad y felicidad: el que descubre un tesoro escondido en un campo, “con gran alegría”, vende todo lo que tiene para comprar el campo donde está el tesoro
(Jesús Espeja).- El Vaticano II hizo suyos los justos anhelos del mundo moderno: la dignidad humana exige que cada uno actúe según le dicta su propia conciencia; hombre y mujer modernos está reclaman libertad de la que están dotado por ser imagen de Dios. Este reconocimiento implica un cambio cualitativo en la mirada de la Iglesia sobre el mundo y plantea serios interrogantes.
Pío IX en 1864 rechazó errores del mundo moderno, pero no destacó aspiraciones legítimas de inmanencia y subjetividad que iban más allá de los errores a la hora de realizarlas. Deseando ser él mismo, el hombre moderno rechazó una trascendencia que se le imponía desde arriba y desde fuera ahogando su autonomía y su libertad. El Vaticano II ha discernido y proclamado que los anhelos de autonomía y libertad que respiran los seres humanos son justos, y no se debe ir contra ellos, si bien el reconocimiento de su valor no excluye la crítica cuando sea necesaria.
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