El odio es una fuerza tan poderosa como el amor, pero en vez de engendrar perdón, reconciliación y unidad, conduce a la venganza y a la aniquilación del otro
(Martín Gelabert, op).- En este mundo no hay amores puros y desinteresados. Estos amores son, en todo caso, escatológicos. Eso no quita que, en este mundo, podamos purificar cada día nuestros amores, a fin de hacerlos más desinteresados y generosos y, si somos cristianos, hacerlos cada día más parecidos al amor que en Jesús se manifiesta.
El amor es una fuerza unitiva. Une los cuerpos, las mentes, los espíritus y las voluntades; une a las personas y a las sociedades, no más allá de sus diferencias, sino precisamente con sus diferencias. El amor convierte la diferencia en riqueza. El amor también une a las personas con Dios. El amor llena de sentido la vida. Allí donde falta el amor, las personas se sienten vacías y se separan cada vez más unas de otras. Lo más grave es que allí donde falta el amor se corre un serio peligro de muerte. No sólo porque la soledad produce tristeza, sino porque la falta de amor conduce a la rivalidad, a la enemistad, al odio. El odio es una fuerza tan poderosa como el amor, pero en vez de engendrar perdón, reconciliación y unidad, conduce a la venganza y a la aniquilación del otro.
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