Para rezar en el silencio del Sábado Santo

Santa María la de Cleofás

Modelo a imitar por tantas mujeres de nuestras comunidades

Santa María la de Cleofás
La Virgen y María la de Cleofás

Porque siempre están prontas para compartir el sufrimiento y dar una palabra de consuelo...

(Emilio Aranguren, obispo de Holguín).- Indudablemente que, en la vida diaria, uno ve cómo Dios llama a hombres y mujeres a tener un papel protagónico en la vida de las familias, de las comunidades y de los pueblos. A su vez, hay otros muchos hombres y mujeres que hacen el camino de la vida siendo «del montón», es decir, viven en lo cotidiano su fidelidad a Dios, a su familia, a la Iglesia y al pueblo.

Esas personas y comunidades son las que, en el Jueves Santo, se inclinan a lavarle los pies a los necesitados -sin manto de dignidad y con toalla de sirvientes-. Esas personas «de a pie», sin protagonismo, del montón, son la mayoría de la Iglesia y, en un altísimo por ciento, son mujeres. Por eso la comunidad católica es creíble, porque «los del montón» ofrecen «en la base» un testimonio de lo que es y de lo que puede el amor que se hace vida a través de sencillos gestos.

El Viernes Santo, en la lectura de la Pasión, sale a relucir el nombre de María la de Cleofás (Jn. 19,25) quien «junto a la cruz acompaña a María, la madre de Jesús, y a María Magdalena».

Esta mujer que estuvo presente en El Calvario, junto al sepulcro vacío en la mañana de Resurrección y en el Cenáculo en Pentecostés acompañando a María, la madre de Jesús, como miembro de la comunidad, fue capaz de sobrellevar a su marido Cleofás, el único que San Lucas identifica por su nombre de los dos peregrinos de Emaús que, de acuerdo a las características de la narración, tendrían que haber sido insoportables, analizándolo todo desde lo terrenal, a partir del juicio humano, y también un poco distante de la figura de la mujer, cuando dice: «Aunque algunas de nuestras mujeres nos han sorprendido, porque fueron temprano al sepulcro y no encontraron el cuerpo» (Lc. 24,22).

María la de Cleofás, en aquel momento fue del montón, pero al cabo de dos milenios, hay que reconocer que por su fidelidad y permanencia durante el histórico Triduo Pascual, también fue protagonista del cambio producido por Aquel que acostumbraba decir: «Han oído que se dijo:… pero yo les digo:…» (M.5, 27). Por eso, es justo y es bueno que, al igual que a la Virgen la tratamos con el título de «Santísima Virgen María», y de San José y de San Juan Bautista e, incluso, de Santa María Magdalena, ¿por qué no hacerlo con María la de Cleofás diciéndole: Santa María la de Cleofás?

Es más, ella puede ser el modelo a imitar por tantas mujeres de nuestras comunidades que son amas de casa y lo dejan todo preparado para ir a ocupar su tarea en la comunidad; que muchas veces aguantan al marido palabras, gestos, juicios muy lejanos de la fe que ellas profesan, enseñan y testifican; mujeres que, a pesar de lo que muchos digan, son incluyentes y saben acoger a las caras nuevas que se integran a la comunidad e incluso, son capaces de llamarlas «hermanas» sin riesgo a que nadie emita ningún juicio, porque todo el pueblo conoce bien cuál ha sido la trayectoria de cada una de ellas.

En este Santo Triduo Pascual, al fijarnos en las múltiples acciones que se realizan en nuestras comunidades, destaquemos la presencia de tantas seguidoras de «Santa María la de Cleofás». Y lo podemos hacer a modo de letanía. Miremos el ejemplo de ellas y recemos dando gracias:

Porque cuando salimos para la Misa Crismal, ellas corrieron para entregar las crismeras limpias y despedirse, porque era preferible que participase por vez primera la que se está preparando, aunque ellas se quedasen organizando los ramos…

Porque cuando nosotros dormíamos, ellas plancharon el mantel del altar…

Porque cuando nos sentamos a balancearnos a descansar el almuerzo, ellas aprovecharon para barrer el templo…

Porque mientras estábamos sentados en la TV y discutiendo sobre lo que decían quienes hablaban, ellas estaban en el templo encendiendo las velas y organizando el Vía Crucis…

Porque cuando, al terminar la celebración, todos nos fuimos a la casa, ellas se quedaron recogiendo y poniendo las cosas en su lugar, apagaron las velas para evitar un por si acaso, desconectaron los equipos eléctricos, cerraron las ventanas y aseguraron las puertas pasándole la doble llave…

Porque cuando los lectores estaban ensayando, ellas enseñaron a los niños de la escuela que entraron en el templo, a hacer la señal de la cruz y la genuflexión ante el Santísimo…

Porque cuando entró el borrachito en el templo y dos hombres fueron a evitar que caminara hacia el altar y no les hizo caso, ellas se le acercaron, lo trataron por su apodo y le dieron la vuelta para que regresara para el fondo, porque los del montón tratan con cariño mientras que los sabios lo hacen por la fuerza…

Porque cuando todos se sientan quejosos porque están cansados, ellas son las que cuelan el café, lavan los vasos, sacan el hielo y lo sirven sonriendo mientras dicen: «No se levanten, yo se los hago».

Porque el lavatorio de los pies se hace en el templo una vez en el año, y ellas lo hacen en el barrio o en el pueblo en el resto de los días…

Por todo esto, en el silencio del Sábado Santo, después de haber entrado en Jerusalén y celebrado el Domingo de Ramos… después de haber compartido la Última Cena y rezado ante el hermoso Altar de la Reserva… después del Vía Crucis, de las Siete Palabras, de la procesión y de la Adoración de la Santa Cruz… busco a las seguidoras de «Santa María la de Cleofás» y no las encuentro. Pregunto: «¿dónde están?». Y pienso: «después de lavar la ropa de la casa y tenderla aprovechando que es sábado, fueron a rezar a la funeraria y acompañar a una vecina a quien se le murió un hijo en un accidente». Por eso hay que añadir:

Porque siempre están prontas para compartir el sufrimiento y dar una palabra de consuelo…

Porque continúan estando dispuestas a sonreírle a «los Pedros», acoger «a las Magdalenas», acompañar a los jóvenes «Juanes», no hacerle casos ni a «los Pilatos, ni a los Anás ni a los Caifás» porque ellas «no están en eso», sino que están «en los de ellas».

¡Gracias, Santa María la de Cleofás, porque laicas como tú son también las que necesitamos, capaces de hacer crecer en sus familias y comunidades, a los otros laicos capaces de también aportar su granito de sal, la luz de su vela y la pizca de levadura para que nuestro mundo se transforme desde adentro y cambie!.

Un día, a esos laicos se les llamará «protagonistas», mientras que ustedes seguirán siendo «del montón». No importa: ¡Cristo resucitó para todos y nos brinda su paz!
Amén.

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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