Resulta incongruente, ofensivo, absurdo, antihumano y anticristiano el mantenimiento "infalible" de disciplinas estrictamente misóginas
(Antonio Aradillas).- Confieso haber tenido necesidad de restregarme los ojos una y otra vez, para percatarme de la veracidad de las palabras del Papa Francisco pronunciadas «off de record» a los periodistas que le acompañaban en la vuelta a Roma, en su reciente viaje a Suecia.
Alabando la oportunidad y provecho de su visita a favor del ecumenismo, y después de haber orado en común con obispos y «obispesas» luteranas, y de haberles abrazado con signos de amor y esperanza, el Papa Francisco les comentó a los informadores que la disciplina eclesiástica en relación con la negativa al acceso de la mujer al sacerdocio ministerial en la Iglesia Católica seguía, y seguirá, vigente en consonancia con lo proclamado por sus antecesores en la Sede Apostólica.
(Mi comentario se lo dedico en esta ocasión a Yolanda, periodista de «El Correo de Burgos», número 37 de las mujeres sacrificadas en este año en España en el altar de la «violencia de género» por su expareja, así como a tantas otras con idéntico destino martirial, por el hecho de ser mujeres, que se registra en otros países -también católicos- con predilecta mención para Argentina).
Intentar aducir argumentos bíblicos o semi-bíblicos, sobre los que sustentar doctrinas y comportamientos canónicos relativos a la grave marginación que sufre la mujer en la Iglesia, impidiéndosele el ejercicio de la plena responsabilidad en igualdad eon el hombre, no parece serio, y menos en consonancia con las expectativas «franciscanas» que alentaban, y siguen alentando, la mayoría de los componentes del ya ex devoto «sexo femenino», y también de no pocos hombres.
El hecho de tener que mantenerse esta impertérrita negativa, apenas basada en las manzanas bíblicas de la condición esencial de «pecado» y de «impureza- impuridad», transmitida en la teología y en el catecismo católico, hiere y desprestigia principios muy elementales de sensibilidad evangélica, siempre a favor de los más pobres y marginados/as, en sintonía con el ejemplo encarnado en el comportamiento de Jesús en el trato con la mujer «cananea», «pecadora» o «samaritana».
Destacar que la Virgen María, las Teresas de Jesús, de Calcuta o de Lisieux, Juana de Arco y tantas otras mujeres, son dechados y ejemplos de la consideración, respeto y amor canonizado por la Iglesia a la mujer, además de ser, o tratarse, de tema distinto, no oculta la triste y dramática realidad generalizada de la que esta es partícipe y protagonista dentro de la Iglesia, como institución y también como Estado libre y soberano.
Ante tantas discriminaciones por razones de sexo que sigue padeciendo hoy la mujer y que no pocas conducen hasta a la muerte, hay también hombres que recurren a la facilona, soez e impúdica explicación, de que algo habrá en el fondo de la condición femenina religiosa para que hasta la misma Iglesia Católica no les facilite y estimule el acceso a la plenitud de responsabilidades canónicas.
En unos tiempos como los actuales, en los que a la mujer se le abren puertas y ventanales en todas las profesiones, cargos u oficios, hasta no resistírseles ninguno de ellos, en ocasiones, superando en efectividad a los que tradicionalmente patrimonializaron los hombres, por hombres, resulta incongruente, ofensivo, absurdo, antihumano y anticristiano el mantenimiento «infalible» de disciplinas estrictamente misóginas. Por tan poco, o nada, razonable obsesión de incolumidad de defensa de la Iglesia de este principio canónico, es presumible que bien pronto la misma Iglesia , por sus representantes supremos, se sienta constreñida a pedir público perdón al resto de la humanidad por su comportamiento misógino «en el nombre de Dios», alentado y tutelado durante siglos tan tenebrosos y largos.
Aunque ya resulte difícil restañar heridas tan graves, en la sensibilidad y en el cuerpo de la «mitad de la humanidad más uno», que configura el censo «oficial» de la mujer,, urge eliminar medidas que eliminen todo atisbo de discriminación femenina dentro de la Iglesia. No está comprometido en ello ningún principio dogmático, y aún en el caso de que lo estuviera, sería preciso hallar otras fórmulas e interpretaciones benignas y actualizadas, tal y como aconteció en diversas circunstancias y tiempos históricos.
Testigo de los verdaderos, audaces y profundos deseos personales de cambio, alentados renovadoramente por el Papa Francisco, también en estas esferas eclesiales y «pontificias» como Jefe de Estado, dejo para otra ocasión proseguir con la reflexión. Mientras tanto, movimientos políticos y religiosos aúnan fuerzas y esfuerzos por denunciar ante los tribunales internacionales competentes, a aquellos organismos , instituciones y «religiones» en los que la mujer sufre discriminaciones que llevan a muchas a intitular con letras de sangre las primeras páginas de los medios diarios de comunicación…