Mikel Arizaleta

Una reflexión: el silencio

"Por mucho que valga un hombre nunca tendrá valor más alto que el valor de ser hombre"

Una reflexión: el silencio
M. Arizaleta

Es la Biblia quien debe respetar los derechos humanos, los resultados de la ciencia, las conclusiones del pensar humano, y con la Biblia los creyentes y la Iglesia católica, y no al revés

(Mikel Arizaleta).- Txema Montero, en artículo de Deia del domingo pasado nos recordaba que san Francisco Javier fue el primer misionero católico en llegar a Japón. Ocurrió en 1549. Sesenta años después había en el país 300.000 feligreses, 95 jesuitas extranjeros y alrededor de setenta hermanos jesuitas japoneses. En 1614, comenzaron las persecuciones, cuya razón era estrictamente política: los sucesivos emperadores vieron en el catolicismo un caballo de Troya que abría las puertas de Japón al mundo occidental, del que querían preservarse.

La Iglesia de Roma se definía católica, esto es universal, y se erigía como un poder propio con supremacía sobre los estados nacionales existentes. No era el caso de los países cuyos monarcas habían abrazado el protestantismo. La persecución contra los católicos fue tan pavorosa como coherente desde el enfoque político de las autoridades japonesas y ordenada, y su objetivo era la apostasía, sobre todo la de los sacerdotes, para que cundiera el desánimo y la desafección entre sus feligreses. Los perseguidos eran sometidos al suplicio de la fosa: colgados boca abajo, por los pies, la cabeza hundida en un albañal, en una alcantarilla, ceñidos fuertemente por cuerdas, lo que impedía que la sangre bajase de golpe a la cabeza, se les practicaba una incisión tras la oreja por la que goteaba lentamente con lo que alargaban aún más el tormento. Tardaban unos diez días en morir. Pero podían acabar apostatando en apenas dos.

A mitad del siglo XVII murió el último sacerdote clandestino. Así y todo, los cristianos escondidos (Kakure Kirishitan) mantuvieron su fe durante 240 años más.

Martin Scorsese leyó Silencio, una novela del escritor japonés Shûsako Endô escrita en 1966 y rodó una película, Silencio, que se exhibe en nuestros cines. Rodrigues y Garpe, dos jesuitas se ofrecen voluntarios para meterse en un Japón cerrado a cal y canto y en plena persecución contra los católicos. Trataban de esclarecer si el padre Cristóbal Ferreira, su profesor en el seminario, había renegado de la fe luego de ser sometido al tormento de la fosa, tal y como se comentaba.

La película se adapta a la novela, pero el final es diametralmente distinto. El padre Ferreira apostató tras cinco horas de tortura en el foso. Él, que había enviado a misionar a Japón; él, que había sido superior de los jesuitas en aquel país; él, que había visto morir martirizados a otros jesuitas; él, que sabía del impacto enorme que su apostasía tendría en todo el orbe cristiano. Más, Ferreira, ya apóstata, presiona al entonces detenido padre Rodrigues para que siga por su camino pisando el fumie, pequeño relieve de metal con las caras de la Virgen y de Jesús que le es expuesto bajo su pie. Y, todavía más, le pide que lo haga en presencia de cristianos también torturados y, enorme chantaje, prometiéndole que con ese simple acto serán salvadas las vidas de los feligreses.

Si el padre Rodriguez apostata las vidas de todos serán preservadas. A todo esto, dios, a pesar de todas las invocaciones de los sufrientes, guarda silencio, no dice ni mú, un silencio a martillazos. Ese silencio divino en medio del horror humano es el hilo conductor de la película, de la novela y de la vida de muchos creyentes.

Desde hace años sigo con placer los escritos del viejo profesor jesuita de bioética Juan Masiá, autoridad en su materia y con más de 40 años en Japón de profesor universitario. En un comentario sobre la película de Scorsese y la novela de Shûsaku Endo hace dos reflexiones sobre el tema: En el clímax del filme y de la novela, la voz del Jesús crucificado, del Pisoteado, rompe el silencio divino, el crucificado (que ha venido a salvar al desvalido) invita a pisar el fumie y convierte el silencio del padre-dios en clamor del hijo-crucificado, puesto de parte de las víctimas de modo incondicional y comprometido. A partir de ese momento el tema deja de ser el silencio, para convertirse en la voz del pisoteado.

El P. Adelino Ascenso, autor de una disertación doctoral sobre literatura y teología en la obra de Endo, describe este momento crucial, que convierte la apariencia superficial de apostasía en realidad profunda de encuentro con la misericordia del crucificado: «Rodrigo se encontró implicado en un diálogo delicado cuando decidió pisar el emblemático icono del fumie como un acto de amor y compasión para con sus hermanos cristianos japoneses. Un diálogo tan arriesgado como ese es lo que necesita la teología cristiana… Rodrigo desafió y confrontó la imagen de Jesús que le había sido presentada hasta ahora y descubrió, oculto bajo la superficie, al auténtico Jesús, doliente con quienes sufren»

¿Y cuál es la imagen recibida de Jesús, del pisoteado?

He traducido a varios teólogos católicos y protestantes de renombre y conversado con algunos de ellos, hoy viejos profesores, y haciendo un resumen del pensamiento moderno traducido de libros y pensamientos de exegetas y teólogos, críticos respecto a la Biblia y a la imagen transmitida del Jesús de los Evangelios, cabe decir hoy que:
Es la Biblia quien debe respetar los derechos humanos, los resultados de la ciencia, las conclusiones del pensar humano, y con la Biblia los creyentes y la Iglesia católica, y no al revés.

A lo largo de los siglos se han construido «verdades históricas» que nada tienen que ver con la realidad, entre otras razones porque la historia es una poderosa arma política, que ha sido puesta al servicio de los intereses de quienes han controlado el poder. La mayor parte del Nuevo Testamento ha sido falsificada. El Jesús histórico no concuerda con la imagen de él elaborada por la Iglesia y la tradición. La Iglesia católica desde hace décadas se enfrenta a un problema muy grave de fondo histórico.

La mayor parte -hasta un 95%- de las palabras de Jesús transmitidas en el Nuevo Testamento obedecen, se basan, en meras falsificaciones. Frases como «yo soy la verdad y la vida» o «esto es mi cuerpo, entregado por vosotros» nunca las pronunció Jesús.

A medida que uno avanza en los conocimientos bíblicos se desmorona en él la imagen de Jesús recibida de la Iglesia y su tradición: de ese señor soberano sobre el cielo y la tierra, sobre la vida y la muerte, presente en todas partes, en las iglesias, en los cementerios y en las viviendas. Fantasía de creyentes basada en arena movediza.

Ya al inicio de la Biblia se encuentra el error de que todos los hombres descienden de Adán y Eva. Al final, en el último capítulo del Apocalipsis de Juan, se anuncia la pronta llegada de Jesús, en el interim han transcurrido 2000 años.

En los textos sagrados hay graves errores y graves contradicciones porque han sido escritos por personas de procedencia distinta y en épocas muy diferentes. La parte más antigua del Viejo Testamento surgió unos 1200 años antes del nacimiento de Cristo, la última y más moderna unos 165.

Los textos del Nuevo Testamento no son solo, como a menudo se dice, testimonios de fe sino que además son en gran parte panfletos dirigidos no sólo contra los enemigos externos sino también contra cristianos que piensan de otro modo. De ahí que los Evangelios y las cartas se contradigan en muchos pasajes y momentos. Se denominan y escriben como «palabra de dios» corrientes de opinión y de grupos en lucha y discusión con otros, sin miedo a calumniar o cuando menos a llevar a cabo, sin reparo alguno, una falsificación grave.

Sabemos que la historia ha sido escrita por los vencedores, pero siempre quedan testimonios que permiten escudriñar en la verdad. Hay dos cartas a los tesalonicenses. Y no sólo en la segunda se contienen ideas muy distintas a la primera, sino que el autor de la segunda afirma que la primera se ha falsificado. Y es exactamente lo contrario: Él es el falsificador. La primera proviene de Pablo, la segunda no. Su autor dice ser Pablo y atestigua haber escrito «de su propio puño». Mentira. En que la segunda no es de Pablo concuerdan casi todos los estudiosos del ramo, sin embargo los cristianos hoy, en su mayoría, no tienen ni idea de esto, creen que Pablo escribió ambas porque así está en la Biblia.

Es cosa grave que a los cristianos no se les aclare y se les mantenga en el error de que el Nuevo Testamento, los 27 documentos, fueron escritos por los apóstoles o por sus acompañantes, es decir los 4 evangelios, las 21 cartas, la Historia de los apóstoles y el Apocalipsis. La realidad es que de ellos sólo 7 provienen de un apóstol, de Pablo. Y que ningún autor de los 27 documentos conoció a Jesús, es decir no contienen información de primera mano. El mismo Pablo se convirtió al cristianismo tras la muerte de Jesús.

La Iglesia en el 200 del nacimiento de Cristo dijo ser «palabra de dios» lo que contiene la Biblia, y palabra de hombre lo que no está en ella. Lo determinante fue si procedía o no de un apóstol. Fue un error, si entonces hubieran sabido lo que hoy sabemos habría que haber elegido otro criterio, de lo contrario el Nuevo Testamento hoy sería un librito delgado con las siete cartas de Pablo. Lüge bleibt Lüge, auch wenn sie in der Bibel steht, la mentira es mentira aunque esté en la Biblia. En la Biblia hay textos que no son ni cristianos, como el Apocalipsis de Juan, su descripción del mundo es truculenta y bestial, propia de novela negra y no mensaje de esperanza.

El estudio crítico-histórico de la Biblia y sus componentes, que se viene realizando desde casi dos siglos, ha llegado a determinar cuándo, en qué época, quién o quienes, qué grupo los escribió, cuando fueron reescritos o reinterpretados si lo fueron, con qué objetivo y en qué circunstancias se escribieron etc. Por tanto seguir diciendo que son palabra de dios además de mentira es mantener en el error al creyente de calle, inducirle al error, crearle graves contradicciones y no dejarle avanzar. Le agresivizan en sus discusiones.

Así, cuando se plantea la solución a un problema de nuestro tiempo, pongamos por caso la mujer, la homosexualidad, el aborto… muchos de ellos recurren a ideas expresadas en algún documento de la Biblia y se aferran a lo dicho allí como palabra de dios, como un se acabó, en lugar de recurrir al conocimiento humano y a la búsqueda de una respuesta razonable, acorde con los conocimientos actuales y las conclusiones de la ciencia.

Es la Biblia quien debe respetar los derechos humanos, los resultados de la ciencia, el pensar racional del hombre actual. La búsqueda de la verdad sin prejuicios ni apriorismos es grandeza y deber humano, búsqueda que se afinca en el amor por la verdad y que puede venir impulsada por un humanismo sano, por la investigación, la solidaridad con el otro, el seguimiento a Jesús de los cristianos o el amor a la naturaleza.

Proceso que se ve hoy frenado en muchos católicos partiendo de presupuestos falsos, que les conducen a absurdos.

Y termino con algo expresado en «Los vagabundos» del gran Máximo Gorki: Por muy bajo que aparentemente caiga el hombre siempre será hombre. Aunque la sociedad los desplace y los rechace, el hombre siempre será hombre. Porque, como decía Antonio Machado, «nadie es más importante que nadie, porque por mucho que valga un hombre, nunca tendrá valor más alto que el valor de ser hombre.»

Y esto conviene hoy gritar en calles, plazas y medios; hoy que gobiernos e instituciones políticas, policiales y de justicia ahogan en los mares a refugiados pobres y perseguidos, hoy que un 1% de desalmados poseen más que el 99% de la humanidad, hoy que la tortura campea en forma de hambre, pobreza, persecución, abandono, desprecio y abuso de muchos por unos pocos con el silencio, la colaboración y el desprecio de gobiernos criminales.

No, tampoco hoy vale aquello de los maté porque eran míos. El hombre pobre no es bocadillo del hombre cruel, que se alimenta de sangre y holocausto humano, porque por mucho que valga un hombre nunca tendrá valor más alto que el valor de ser hombre.

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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