Con sus dos mil años de historia, el corazón de la Iglesia es punto de referencia artístico, espiritual y político para todos los países y religiones, como demuestran las continuas visitas de jefes de Estado y personalidades de la ciencia, la cultura, la economía o el arte. Es la institución más longeva del planeta y, a la vez, la más enrevesada, repleta de organismos peculiares y misterios difíciles de descifrar. Es un fascinante cóctel de lo más divino y lo más mundano, casi imposible de relatar correctamente en los medios de comunicación.
Juan Vicente Boo, veterano vaticanista desde hace veintidós años, explica ese curioso mundo desde dentro y desde fuera, y lo hace a partir de un original esquema de doce columnas y siete arcos que permite «ver» y entender el funcionamiento de la estructura como paso previo a la descripción de las tareas del Papa y sus principales desafíos, teniendo como referencia la historia del cristianismo.
Nunca nadie había osado describir el organismo más complejo del mundo en un lenguaje que los lectores no especialistas, pero sinceramente interesados en descubrir lo que hay — y en comprender lo que sucede— dentro de los muros del Vaticano, pudieran entender.
Las páginas de ‘Descifrando el Vaticano’ son comentarios de un periodista, son opiniones muy personales que, por lo tanto, no debían figurar en las crónicas escritas como vaticanista. En el Vaticano, lo único que de verdad importa es el Papa. La estructura destinada a ayudarle adolece de lentitud e hipertrofia. Su plantilla sumaba a principios del siglo XXI nada menos que cinco mil empleados, entre los que se cuentan muchas personas admirables, santas, pero también algunas que no deberían estar ahí.
La tarea del Vaticano solo se entiende mirando hacia el Papa y mirando con él «desde dentro hacia afuera» a los mil trescientos millones de católicos a los que directamente sirve, y también al resto de la humanidad: a la «familia humana», una y única, como enseña el cristianismo. Pero, al mismo tiempo, es necesario mirar el Vaticano «desde fuera hacia adentro», para evitar la autorreferencialidad, y el curioso culto a su cargo, o a sí mismos, que algunos todavía reclaman.