La sociedad brasileña tiene una deuda con la Iglesia Católica, que se convirtió en defensora de aquellos que eran masacrados por la dictadura
(L. M. Modino).- Para la Iglesia católica cualquier atisbo de comunismo siempre fue motivo de confrontación. La amenaza de éste, con el consecuente ateísmo y el crecimiento de los movimientos de izquierda en la década de sesenta fueron motivos suficientes para que la Iglesia Católica Brasileña apoyase el Golpe Militar del 31 de marzo de 1964, del que ahora se cumplen cincuenta años.
Pero poco a poco la actitud de la Iglesia Católica fue cambiando, como consecuencia de las violaciones de los derechos humanos, represiones contra diversas instituciones y la censura mediática. Las ideas del Concilio Vaticano II, se concretizaran en Medellín en torno de tres ideas fundamentales: opción por los pobres, defendiendo sus derechos e denunciando las injusticias; la liberación integral, que traducía en críticas al capitalismo; y la elección de las CEBs, comunidades eclesiales de base, como lugar de encuentro de las clases que más necesitaban de ayuda.
Las CEBs se convirtieron en lugares de reflexión, de aproximación entre la jerarquía y el pueblo de Dios, colocando a la persona humana como centro de atención, como preocupación fundamental. A partir de esta nueva forma de ser Iglesia se crearon organismos que hicieran posible un contacto más estrecho. Surgen los movimientos especializados de Acción Católica, la Comisión de Justicia y Paz, el Consejo Indigenista Misionero, la Comisión Pastoral de la Tierra.
Esta forma de ser Iglesia tenía en la Teología de la Liberación el lugar de reflexión. Nacida en 1952, con la llegada de la Dictadura tomó nuevos bríos, defendiendo que la Iglesia debe caminar al lado de los oprimidos, viendo la realidad desde los pobres y defendiendo una fe y práctica pastoral libertadoras.
Para leer el artículo completo, pincha aqui: