Para mucha gente, lo importante son los rituales, no Dios. Que haya bodas y procesiones, pero no creen en Dios
(Jesús Bastante).- Es uno de los teólogos españoles más respetados en España, Latinoamérica y, en los últimos tiempos -coincidiendo con el pontificado de Francisco-, también en Italia. El primero en consseguir un doctorado Honoris Causa por una Universidad Civil. José María Castillo ha intervenido este fin de semana en el Congreso de la Asociación de Teólogos Juan XXIII con una ponencia sobre la Iglesia, la democracia y los derechos humanos. Siempre es un lujo poder conversar con él.
«Francisco es considerado un bicho raro por buena parte de la Curia y del clero vaticano, porque a él le interesa más el Evangelio que la religión«, constata Castillo, quien se pregunta «¿qué autoridad moral o qué credibilidad puede tener, ante los ciudadanos de nuestro tiempo, una institución que, tal y como está pensada y organizada, no puede ser gobernada como una democracia ni puede suscribir ni poner práctica los derechos humanos?».
«La Iglesia actual no puede transmitir lo más sublime -el Evangelio-, pues no puede cumplir lo más elemental -la democracia y los derechos fundamentales-. Y lo más grave es que la mayoría del mundo eclesiástico, ni la gente, no se dan cuenta de ello», sostiene el teólogo, quien en los últimos tiempos se ha visto rehabilitado por una institución que, en su opinión, «olvidó que lo fundamental es transmitir y vivir el Evangelio».
«La Iglesia necesita recuperar la credibilidad que tanto necesita para poder cumplir la misión que tiene asignada, y para ello ha de intentar vivir con fidelidad a la democracia y a los derechos humanos». En opinión de Castillo, el problema no está tanto en precisar si la Iglesia puede o no ser democrática, sino «afrontar la relación entre la Iglesia y la religión».
Para el teólogo, desde el momento en que la relación con Dios se realiza a traés de «mediadores asociados a jerarquías que entrañan un sistema de ritos, rangos y poderes sagrados, que implican dependencia, obediencia, sumisión y subordinación a superiores invisibles». «Sin eso -añade- no hay religión. Pero con eso, no hay derechos humanos, porque no se admite la igualdad ni la libertad. Lo primero no es Dios, sino los rituales».
«Para mucha gente, lo importante son los rituales, no Dios. Que haya bodas y procesiones, pero no creen en Dios», denuncia Castillo, quien contrapone religión, «que es jerarquía y obediencia» a Evangelio, que es «vida e igualdad». «En la Iglesia, los hombres tiene derechos que no tienen las mujeres, los clérigos gozan de derechos que no pueden tener los laicos…, lo cual, para amplios sectores de la población, resulta sencillamente irritante».
«Ni el Evangelio es una religión, ni la Iglesia puede ser una institución que representa a una religión«, añade José María Castillo, quien insiste en que «Jesús fue perseguido, insultado, amenazado, juzgado, condenado y ejecutado por representantes de la religión del templo. Los hombres de la religión, en tiempo de Jesús, se dieron cuenta de que lo que ellos representaban y lo que representaba Jesús eran dos cosas incompatibles».
«Seamos claros: Jesús no fundó la Iglesia, Jesús no fundó una religión. Más bien, desplazó la religión, la sacó de ‘lo sagrado’ y la puso ‘en la vida'». Por ello, el Evangelio, «como forma de vida y principio organizativo para la Iglesia, se ha ido marginando», lo que lleba a que «la Iglesia hoy es una institución más religiosa que evangélica. Por eso la gente sabe que, cuando se habla de cristianismo y de la Iglesia, estamos hablando de ‘religión’, no de ‘Evangelio'».
Frente a ello, Castillo ofrece cuatro propuestas: «En primer lugar, mantener el papado como lo está intentando el Papa Francisco: ser fundamentalmente el obispo de Roma; en segundo lugar, recuperar el gobierno sinodal, con participación de los laicos, que estuvo vigente en la Iglesia durante el primer milenio; en tercer término, renovar y actualizar la praxis de los sacramentos, para que puedan ser practicados como símbolos de la fe; finalmente, la Iglesia tiene que insistir, no sólo en los deberes de los fieles, sino igualmente en los derechos de todos los ciudadanos«. Ojalá así fuera.