Que se sientan libres y hablen, una vez que el escándalo ha estallado
(Sor Lucía Caram).-Los legionarios tenían una especie de cuarto voto, un voto de secreto que todos los seminaristas eran obligados a hacer antes de ser ordenados sacerdotes y que los obligaba -dicen que bajo la pena de excomunión si lo quebrantaban- a no poder criticar ni denunciar a los superiores, con lo cual el secretismo y la impunidad quedaban garantizadas. Así amordazando a los jóvenes seminaristas y sacerdotes garantizaban la fidelidad a «la Institución» -y el secreto ante sus fraudes- o la paz del cementerio.
Roma, de la mano de Benedicto XVI, los liberó de este yugo, y lo hizo, entre otras cosas para que se sientan libres y hablen, una vez que el escándalo ha estallado y que los visitadores han emprendido su cometido de recabar información. Para que hablen y expliquen lo que ya todos sabemos, y que el Papa ha querido aclarar, seguramente, para reparar y para salvar a los mismos Legionarios de los lastres de su historia, de su origen y de la sombra de su fundador y de sus cómplices -que seguro que los tuvo-.
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