Desde el Exilio

Miguel Font Rosell

La reencarnación, un mal negocio…

 

Al parecer y según los estudiosos sobre el particular, en el mundo han existido alrededor de 15.000 religiones, muchas de ellas en activo. En todas existen al menos dos coincidencias absolutas: Todas son las verdaderas, y en todas ellas su dios o sus dioses son todopoderosos, lo cual es bastante evidente, pues es la esencia del propio término conceptual.

Salvados estos dos conceptos y aproximándonos en coincidencias, la inmensa mayoría piensan en un más acá y un más allá, así como en que alma, espíritu, u otras formas de nombrar algo similar, es algo independiente del cuerpo como ser material.

Aun cuando muchas basan su atractivo en toda una serie de normas, consejos, mandamientos o pilares de su propia sabiduría, suele ser común a todas la explicación más o menos coherente, pintoresca o incluso cómica sobre el origen del mundo, del hombre y de su destino, y ahí, surge otra característica común a la mayor parte de ellas, que les da un cierto halo de racionalidad, de equilibrio y de justicia en sus planteamientos: la reencarnación.

La reencarnación es la creencia consistente en que la esencia individual de las personas (ya sea mente, alma, conciencia o energía) adopta un cuerpo material no solo una vez, sino varias según va muriendo sucesivamente en materia. El regreso del alma a un cuerpo nuevo en un camino de perfección, no en otros mundos hipotéticos sino en este mismo, reencarnándose por tanto el espíritu de la persona, no la propia persona en si. Es así la creencia más común a la mayoría de las religiones, que aun perdiéndose su origen en la noche de los tiempos es propia del hinduismo, budismo, taoismo, shintoismo, jainismo, sijismo, judaísmo, gnosticismo, cristianismo antiguo, religiones amerindias, nórdicas, filosofía griega clásica (Pitágoras, Platón, etc.) y algunas otras menos conocidas.

El judaísmo actual considera como un mandamiento el cumplimiento del contenido de la Torá, dejando amplia libertad a todos aquellos judíos que crean en cuestiones que no son propias de la ley, entre las que se encuentra la reencarnación, de manera que existen hoy gran cantidad de judíos que siguen creyendo y esperando en tal supuesto. Al igual que en época de Jesús lo creían los fariseos, no tanto los saducéos, pero si parece creerlo Jesús, judío en una época en la que era lo normal entre la población de entonces, cuando sobre la figura de Juan el Bautista se cuestiona si acaso fuera la anunciada reencarnación de Elías, previa a la venida del Mesías, así en Marcos 8-28 y 9-13 (Pero os digo que Elías ya vino, y le hicieron todo lo que quisieron, como está escrito de él), en Mateo 11-14 (Y si queréis recibirlo, él es aquel Elías que ha de venir), 16-14 y 17-12 o en Lucas 9-19, en Juan, etc.

Los judíos, aun pudiendo admitir y creer en la reencarnación, no creen en resurrección alguna que no sea al final de los tiempos, pues mientras la resurrección es un tiempo de recompensa (cosecha), la reencarnación lo es de reparación (siembra), no creyendo por otra parte en ningún tipo de milagro. Así Maimónides, el sabio rabino y filosofo cordobés del siglo XII, aseguraba: “Cuando la creencia de una persona está basada en ver milagros, tendrá dudas persistentes, porque es posible que los milagros fueran hechos a través de la magia o de brujería”, algo premonitorio, dicho 900 años antes de que cualquier mago, hoy en día, sea capaz de simular “milagros” mucho más creíbles que ninguno de los explotados por la organización vaticana.

Por cierto, conviene hacer un paréntesis en el personaje de Elías (900 a.C.), un profeta sobre el que encontramos argumentos tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, e incluso entre los defensores del fenómeno OVNI, pues según la Biblia (2º reyes 2:11-13), Elías fue arrebatado al cielo en un torbellino, sobre un carro alado de fuego con caballos de fuego, sin que nunca se volviese a saber de él. Esta descripción parece cargar las pilas sobre aquellos ufólogos que aspiran a que los extraterrestres ya nos han visitado con anterioridad en distintas épocas, pues les resulta evidente que siendo el carro el único vehículo conocido entonces, la manera más lógica para aquellos personajes a la hora de describir un Ovni era la de “un carro alado de fuego en un torbellino”. Similares argumentos se emplean con Enoc y Jesús, personajes que en la mitología bíblica también ascendieron a los cielos. Curiosamente cabe pensar que si entonces tuvieran los conocimientos actuales sobre el universo, o estuvieran a lo manifestado por Juan Pablo II, quizá no hubieran “subido a los cielos”, algo propio de la ufología, sino simplemente desaparecido hacia otra dimensión desconocida, donde solo puede residir un dios.

¿Qué pasó pues con el cristianismo?. Como sabemos, el año 313, con el Edicto de Milán, el emperador Constantino legaliza el cristianismo, cuyos planteamientos unifica en el Concilio de Nicea, donde se reescribe la “historia”, para ya finalmente con Teodosio en el año 380, mediante el Edicto de Tesalónica, hacer al cristianismo la religión oficial del Imperio, con lo que la Iglesia entra de lleno en la oficialidad, empezando su meteórica carrera hacia el poder terrenal, dejando para los pobres el más allá y apuntándose descaradamente toda su cúpula y su organización, hasta hoy, al tangible poder del más acá.

En esa línea, en el año 553, el emperador Justiniano convoca el Concilio de Constantinopla, al objeto de condenar políticamente la reencarnación y la doctrina de Orígenes, basándose en la creencia de que nuevas oportunidades en nuevas vidas socavaban el poder terrenal de la Iglesia. Por el contrario, la fe en un cielo y un infierno que premiara y castigara los efectos en una sola vez, confería un poderío superior a la Iglesia, tanto político como económico, una medida que siempre dio a la Iglesia un poder absoluto sobre sus ovejas.

No hay más que recordar la escandalosa venta de indulgencias que llevó a Lutero a separarse de la Iglesia de Roma, o a que actualmente, solamente la Iglesia norteamericana, tenga una rentabilidad anual de unos 150.000 millones de dólares (la religión de los pobres), gran parte de su procedencia de donaciones por parte de quienes piensan que con ello, a cambio, obtendrán una parcelita en el más allá.

Orígenes (185-254) el teólogo de mayor prestigio de la época, sostenía: «La preexistencia del alma es inmaterial y por tanto sin principio ni fin de su existencia. Las predicciones de los evangelios no pueden haberse hecho con la intención de una interpretación literal. Hay un progreso constante hacia la perfección. Todos los espíritus fueron creados sin culpa y todos han de regresar, por fin, a su perfección original. La educación de las almas continúa en mundos sucesivos. El alma frecuentemente encarna y experimenta la muerte. Los cuerpos son como vasos para el Alma, la cual gradualmente, vida tras vida debe ir llenándolos, primero el vaso de barro, luego el de madera, después el de vidrio y por último los de plata y de oro.»

No hay que olvidar que la abolición dictada por Justiniano, a instancias de su esposa Teodora, no fue firmada por el Papa Virgilio, por lo que fue encarcelado y la decisión corroborada por los obispos próximos a Justiniano, quien promulgó además por ley, la defensa de la trinidad (otro invento de la organización), iniciando algo que sería una constante en siglos venideros, la persecución a muchas otras religiones.

¿Por qué la Iglesia se esfuerza tanto en desacreditar la reencarnación? El impacto psicológico de la reencarnación puede ser la mejor explicación. Una persona que cree en la reencarnación asume responsabilidad por su propia evolución espiritual a través del renacer. El o ella no necesitan sacerdotes, confesionarios o rituales para evitar la maldición (ideas estas que por cierto no son parte de las enseñanzas de Jesús). Esa persona necesita solamente ocuparse de sus propios actos hacia el mismo y hacia los demás. Creer en la reencarnación elimina el miedo al infierno eterno que la Iglesia ha usado hasta la saciedad para disciplinar a su rebaño. En otras palabras, la reencarnación directamente socava la autoridad y el poder de la dogmática Iglesia. No es de extrañar entonces que la reencarnación ponga a los Defensores de la Fe tan nerviosos. La Iglesia estaba defendiendo en ese acto extravagante la doctrina del cielo y del infierno y las penas eternas porque centraba más poder en sus manos. Y de esa forma la reencarnación fue proscrita en uno de los más graves equívocos cometidos por el Cristianismo.

A principios del siglo trece, los Cataros, una devota e iluminada secta de Cristianos que creían en la reencarnación, florecieron en Italia y en sur de Francia. El Papa lanzó una cruzada para detener semejante herejía, medio millón de personas fueron masacradas, villas completas de una sola vez, y los Cataros fueron totalmente barridos del mapa. Esta purga impuso el tono de la brutal Inquisición que comenzaría pronto. No solo la creencia en la reencarnación era causa de persecución, sino cualquier idea metafísica que cayera fuera del dogma de la Iglesia.

Hoy, la reencarnación y su posible manifestación, se estudia ya por científicos experimentados a partir de actuales métodos de hipnosis, dando resultados espectaculares en procesos de contraste sistemático que pueda aportar pruebas fehacientes de su real existencia. Las conclusiones, a unos años vista, puede que lleguen a sorprendernos, o a que tal creencia pase a ser una más de las que, sin datos concluyentes que la sostengan, necesitan de la fe para tener cierta presencia.

Lo que no cabe duda es que la aceptación de la reencarnación por parte de la jerarquía eclesiástica, aportaría al creyente una sólida esperanza en su salvación, al permitirle ir puliendo su alma poco a poco, en algo parecido a lo que Santa Teresa llamaba camino de perfección o moradas, aunque de más largo recorrido en el que ir asentando los sucesivos progresos. Como ejemplo claro, la consecución de una carrera, en la que hay que ir pasando cursos a partir de ir aprobando asignaturas con la posibilidad de repetir, para llegar finalmente a la consecución final de obtener el título o abandonar, pues por supuesto nadie termina una carrera en una sola sentada.

En este mismo sentido fue muy claro Juan Pablo II, cuando en 1999, impulsado por el acoso de la ciencia, según los teólogos, aseguraba que “el cielo no es un lugar físico entre las nubes, como tampoco lo es el infierno, sino la situación de quien se aparta de Dios, siendo el purgatorio un estado provisional de purificación, sin influencia ya de Satanás, vencido por Jesús, quien nos ha liberado de su temor”, afirmación que, quizá no tan sorprendentemente, parece haber pasado desapercibida para el creyente, como que el verdadero purgatorio es esta vida que estamos viviendo (purgando, o corrigiendo para los reencarnacionistas), cuestiones que para nada le interesa propagar a la organización vaticana.

San Gregorio, arzobispo de Nacianzo diría, alrededor de 380 d.C. que “Un poquito de jerga es todo lo que se necesita para imponerse sobre la gente. Cuanto menos comprendan, más admirarán”.

¿Qué pasaría si Francisco, diera marcha atrás?.

Hoy, la cosa nostra vaticana tiene un líder incómodo, un hombre que empieza a cuestionar tabúes demasiado asentados en la organización. Es evidente que Roma sería para Jesús lo que fueron entonces los fariseos, aunque corregido y aumentado, pues a lo largo de veinte siglos la constante separación de toda la dogmática introducida por la Iglesia al mensaje de Jesús, lo ha desvirtuado tanto que para un auténtico creyente (no para una oveja al uso) cuesta una barbaridad separar el grano de la paja.

Han sido muchos los momentos históricos de cambios trascendentes para la Iglesia Católica, algunos mas espectaculares que otros, pero pocos de la trascendencia del que nos ocupa. La condena de la reencarnación y el dar un nuevo paso en sentido contrario al caminar de Jesús por parte de ¡un emperador romano! que dominaba la Iglesia de entonces por encima del Papa, ha supuesto para el creyente la reducción a una única ocasión para su salvación, y ello debiendo partir de situaciones absolutamente distintas para cada uno, desde quien nace en una familia con todo a su favor, hasta quien lo hace en la más cruel de las situaciones.

Todo ello está meridianamente lejos de la idea de un dios justo que existía en la época de Jesús, o de lo que preconizaba Origenes en cuanto a que la educación de las almas continúa en mundos sucesivos. El alma frecuentemente encarna y experimenta la muerte. Los cuerpos son como vasos para el alma, la cual gradualmente, vida tras vida debe ir llenándolos, primero el vaso de barro, luego el de madera, después el de vidrio y por último los de plata y de oro, o lo que es lo mismo experimentando todos las distintas posibilidades de vivir distintas vidas, e ir caminando hacia delante en cada una de ellas, para volver a repetir en aquellas en las que no experimentemos avances. Es la justicia de la reencarnación en estado puro, lo contrario al dogma interesado implantado por Justiniano y mantenido por el Vaticano a lo largo de los siglos, por puro interés material y de poder terrenal.

La Iglesia se ha cuestionado sus errores con Galileo (bien es cierto que tímidamente) lo que debería llevarnos a pensar que también pudiera hacerlo en cuanto a las decisiones de Justiniano, sobre todo por contrarias a las de Jesús, a las del Papa Virgilio y a la comunidad de creyentes. Otra cosa es su conveniencia para la organización, quien se vería obligada a revisar muchas otros “dogmas” con enormes repercusiones económicas, que afectarían gravemente a su supervivencia, tan alejada de aquel mandato de Jesús de “vende todo lo que tengas, dáselo a los pobres y sígueme”, la espada de Damocles más persistente en la cantada condena de la mafia vaticana, la verdadera enemiga del mensaje del nazareno.

Si, Francisco es un papa distinto que se atreve con pequeñas cosas pero, ¿le dejarían siquiera plantearse algo de tanto calado como esto?. Tengo la absoluta seguridad (la fe del agnóstico) de que nunca se llegará siquiera a plantearse esta salida.

La reencarnación, un mal negocio…

 

 

 

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Miguel Font Rosell

Licenciado en derecho, arquitecto técnico, marino mercante, agente de la propiedad inmobiliaria.

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