Desde el Exilio

Miguel Font Rosell

FIFA do carallo…

 

 

Desde lo alto de un mirador de una montaña, un grupo de excursionistas que baja de un autobús, se dispone a observar el magnifico paisaje que desde allí se divisa. Es un día limpio y claro en el que junto al espectáculo del panorama a divisar, otro espectáculo mucho más preocupante, inesperado y potencialmente catastrófico, está a punto de suceder. Desde lo alto se divisa a la perfección el trazado de la carretera de subida, una carretera accidentada, estrecha, en pendiente y con un sinfín de curvas a cada cual mas peligrosa. De repente, alguien llama la atención sobre un par de coches que, en dirección opuesta, se aproximan a una cerrada curva, sin aminorar su velocidad, en una especie de carrera en la que emular a cualquier competición automovilística de montaña. Ambos conductores no se observan, no pueden verse, no alcanzan a advertir que al otro lado de la curva, otro coche a gran velocidad se dispone a acometer su trazado, son ajenos al peligro que les espera, un peligro del que sí son conscientes todos y cada uno de los excursionistas que los observan desde lo alto, que atienden, paralizados e incapaces, a una situación que irremediablemente acabará con ambos en el precipicio. La crónica de una muerte anunciada que vió perfectamente todo el mundo menos, infortunadamente, quienes más tenían que ser conscientes de ello.

Es una situación conocida y puesta como ejemplo de la inconsciencia propia ante aquello que más nos afecta, frente al conocimiento colectivo, a una visión desde la distancia, desde una posición de privilegio, la constatación de que muchas veces el afectado es el último en enterarse.

Hoy, los coches disponen casi todos ellos de un GPS, un sistema en el que se puede observar, no solamente el camino hacia un destino, sino también perfectamente el trazado de la carretera y lo cerrado de cada curva, algo recomendado cuando se circula por ese tipo de carreteras. En un barco se dispone además de un radar, lo cual te permite conocer la proximidad de otros barcos, algo no posible desde un coche, pues en el caso que nos ocupa nos hubiera mostrado la propia curva, pero si el terreno circundante fuera más alto, lo que se supone en una ladera, el propio terreno nos ocultaría la presencia del otro coche. En unos años, no obstante, la tecnología de que dispondremos, vía satélite, nos permitirá observar perfectamente, al momento, a todos aquellos vehículos que circulan en nuestras proximidades con toda claridad, conociendo incluso su velocidad, tamaño, tipo de coche, matricula, dimensiones, etc.

Es evidente que si los excursionistas pudieran ponerse en contacto con los accidentados para evitarlo, lo hubieran hecho, o si estos dispusieran de la tecnología que anuncio, nada hubiera ocurrido, con independencia de que si existiera un buen dios todopoderoso que velara por nosotros también lo hubiera evitado, ¿o no?, salvo claro esta, que no fuera bueno, o que no fuera todopoderoso.

Bien, sirva todo esto para un cambio de tercio radical, pasándonos al fútbol y a su dios absoluto y todopoderoso, la FIFA, un dios menos contradictorio, pues a este la bondad no se le supone, pero a quien tampoco le da la gana de intervenir para dar solución a un sinfín de barbaridades que siguen ocurriendo en el fútbol actual, regido por normas y convencionalismos propios de sus inicios, y me refiero al arbitraje.

Hace unos días, el Atlético de Madrid eliminó justamente al Barça de la máxima competición europea (vaya por delante que soy culé). No pretendo aquí examinar ni juzgar la eliminatoria puesto que, entre otras consideraciones, el fútbol ni se rige por la justicia, ni por la matemática, ni por nada objetivo a que atenerse, sino que simplemente consiste en marcar más goles que tu contrincante, aunque sean de rebote, y nada más, con independencia de tener mejores jugadores, presupuestos, posibilidades, etc.

No obstante sí que hay algo que mejorar considerablemente y es la labor de los árbitros, una labor que con ligeros retoques sigue la misma línea que hace ahora algo más de cien años. Los retoques son relativamente recientes y hoy en día el arbitro está conectado con los jueces de línea, quienes le ayudan a determinar las posibles infracciones que ocurren cerca de su presencia y poco más. También se ha dado entrada a un cuarto arbitro que pulula por las proximidades de los entrenadores controlando y cabreando al personal.

Hoy los excursionistas no tenemos que subir a una montaña para ver lo que sucede, nos sentamos ante la televisión y al momento podemos observar todo lo que ocurre en el campo, repitiendo al instante cualquier jugada conflictiva, a cámara lenta, desde cualquier ángulo, hasta la saciedad, comentada además por expertos sobre el particular, de tal manera que en unos segundos tengamos a nuestra disposición muchísima más información de la que pueda tener cualquier árbitro en el terreno de juego.

Finalizando el partido entre el Atlético de Madrid y el Barça, cuando el primero ganaba por 2-0, se produjo dentro del área del At. de Madrid un clarísimo penalty que el arbitro no vió, pero que al cabo de unos segundos todos los millones de espectadores que en el mundo estaban conectados a la televisión, e incluso los que se sentaban en los palcos en el propio estadio, pudieron observar con todo tipo de detalles, ángulos y posiciones, todos menos uno, precisamente el árbitro, quien habría de esperar a su llegada a la caseta, en el mejor de los casos, para ver su inmenso error (el interesado siempre es el último que se entera), un error absolutamente humano, del que no le culpo, pero perfectísimamente evitable y que el dios FIFA, dueño del infierno, sigue sin hacerlo.

Entre el señalamiento de la falta y el lanzamiento posterior, contando las tradicionales y viscerales protestas, la preparación, etc., transcurrió algo más de un minuto, cuando a los diez segundos todo el mundo sabía que lo que el arbitro vió fuera del área, había sido claramente dentro, tiempo de sobra para enmendar el error y conseguir con ello un fútbol más justo, algo claramente a nuestro alcance.

Nada garantiza que el Barça hubiera marcado, entre otras cosas porque últimamente su especialidad parece ser el fallar penalties, pero en el caso de marcar, lo más probable estadísticamente, el resultado de 2-1 llevaría el partido a la prórroga. Hasta entonces y también según las estadísticas, los jugadores del At. Madrid había recorrido a lo largo del partido algo más de 12 Km. que los del Barça, debido sin duda al estilo de los segundos de mantener la posesión del balón y obligar con ello a correr en su busca al equipo contrario, lo que añadido a que la segunda parte se había convertido en un continuo martilleo del área atlética, le daban al Barça unas posibilidades de pasar la eliminatoria quizá superiores a las de su contrincante, quien, ya lo he dicho, a mi entender mereció la victoria final, algo que nunca sabremos.

Vemos por tanto como una actitud absolutamente estúpida, manipulable y decimonónica de la FIFA, sigue propiciando todo tipo de injusticias perfectamente evitables en el fútbol mundial del siglo XXI, un siglo que parece que ni siquiera ha asomado por la puerta de la Federation International of Football Association.

¿Servirán este tipo de errores, urbi et orbe, para que a través de esta oración y otras similares, el dios del fútbol rectifique, perdone a su pueblo, y se ponga al día de una puñetera vez?

FIFA do carallo…

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Miguel Font Rosell

Licenciado en derecho, arquitecto técnico, marino mercante, agente de la propiedad inmobiliaria.

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