Desde el Exilio

Miguel Font Rosell

Ciudadanos, la única ruta viable

 

 

Los partidos políticos no han estado a la altura de las circunstancias. El principal motivo de ello reside en la falta absoluta de democracia interna, en la falta de agilidad democrática de sus cuadros, en sus intereses internos y en la inexistencia de protagonismo de sus bases. Hemos concurrido a unas elecciones en las que la atomización de alternativas ha dado como resultado la ingobernabilidad inmediata, pendiente de acuerdos, pactos o entendimiento entre partidos, que no ha llegado a plasmarse por excesivo protagonismo de sus líderes, quienes han antepuesto, en general, sus propias ambiciones personales a los intereses de su partido, y no digamos al de los españoles en general.

El Partido Popular (que no Rajoy) ha ganado las elecciones, demostrando la derecha española, y en particular sus votantes, que puede más el corporativismo y el miedo que la decencia, en cuanto a pretender mantener a un partido corrompido hasta las cejas, con unos dirigentes implicados al máximo en la financiación irregular de su partido. No obstante ese partido ha perdido la mayoría absoluta, al tiempo que gran parte de su electorado, siendo su líder el político peor valorado del arco político español, algo que el partido pretende seguir ignorando y vendernos lo contrario.

El Partido Socialista no solo ha perdido las elecciones, sino que también ha perdido gran parte de su respaldo electoral, no solo entre los votantes, sino incluso el de sus barones hacia su líder en las listas.

Ciudadanos ha hecho acto de presencia en el Parlamento nacional, con un buen número de escaños aunque por debajo de los esperados en las encuestas, fruto sin duda del nerviosismo de su carismático líder en el final de campaña, en la que ha perdido gran parte de su, hasta entonces, incuestionable seguridad y argumentos.

Podemos se ha convertido en la teórica tercera fuerza, aun cuando no deja de ser una amalgama de partidos en los que la uniformidad de ideas, actitudes y ambiciones, dista mucho de la pretendida unidad, pues si aislamos a “En comu podem”, “En mareas” y “Compromis”, lo que queda de Podemos no llega a alcanzar a Ciudadanos en cuanto a representación.

Finalmente Izquierda Unida ha sido víctima, de nuevo, de una ley electoral que les ha penalizado hasta extremos impensables, al presentarse con sus siglas en todo el ámbito nacional.

El resto son los inevitables nacionalismos tradicionales, más o menos preocupantes en cuanto a la matemática del voto.

El fracaso más notable, no obstante, ha sido el de las negociaciones internas. La situación preelectoral determinaba campos excesivamente estancos, con situaciones de tremenda agresividad que sin duda comprometerían posteriormente cualquier negociación, no ya solo por ideología, sino simplemente por rechazos personales.

El Partido Popular llevaba ya años gobernando en mayoría desde la más pura intolerancia, sin contar con nadie, con una soberbia y altanería insultante, no solo hacia el resto de los partidos, sino hacia los medios a los que su líder ninguneaba constantemente, y hacia una ciudadanía a la que, o bien no informaba de nada, o cuando lo hacía tampoco se prodigaba en demasiados razonamientos para dar amparo a sus decisiones. Así las cosas, las elecciones se les presentaban como una guerra contra todo y contra todos. En esas condiciones, su líder, con su exasperante inmovilismo les hacía perder votos a espuertas ante la absurda complacencia de sus paniaguados más cercanos, a los que poco a poco va llevando hacia un abismo al que todos parecen contribuir en una especie de irresponsable suicidio colectivo.

Su negativa al Rey a formar gobierno, a proponer programa alguno, a reunirse ni siquiera con Ciudadanos, su potencialmente aliado mas cercano, a exponer ideas, a proponer cambios sustanciales, a reconocer errores, a moverse, a nada en definitiva, cerró por completo cualquier posible acuerdo, que de seguro pudiera haberse producido de mediar otro líder menos contestado por todos y más dispuesto al diálogo.

En cuanto al Partido Socialista, la desmedida ambición por parte de su líder por llegar a presidente del gobierno, chocó con todo tipo de barreras. Por un lado su negativa visceral a reunirse con Rajoy, a llegar a acuerdo alguno con el partido popular por una parte, mientras por otra desde su partido se le negaba la posibilidad de hacerlo con Podemos, le dejó absolutamente aislado con el único apoyo de Ciudadanos, lo que también significó una barrera para Podemos en cuanto a acuerdo alguno.

Ciudadanos basó su política de alianzas en lograrlo con el PP y el PSOE, empezando por llegar a un acuerdo programático serio con los socialistas, acuerdo que podía ofrecerse a derecha o izquierda, pues podría bien ser asumible por ambos, de no existir líneas rojas excesivamente marcadas. Por la derecha, lo natural, no cuajó por la incompatibilidad y enfrentamiento manifiesto entre los líderes de los dos grandes partidos, mientras que con Podemos tampoco tenía futuro mientras estos pretendieran apoyar los referendums de independencia, de manera que el acuerdo solo acabó sirviendo para manifestar una buena voluntad de pacto, y un estudio serio de convergencia.

Podemos, al tratarse de una alianza de partidos en los que predominaban los nacionalistas, estaba atenazado por excesivas líneas rojas, incapaces de faltar a sus compromisos con catalanes, gallegos, vascos y valencianos, sin los cuales, el peso de sus votos poco valía.

Así las cosas el fracaso estaba cantado y unas nuevas elecciones eran el único camino.

Pasando ya al futuro inmediato, lo que no puede ocurrir es volver a lo mismo, pues entonces correrlos a gorrazos es lo menos que los ciudadanos podemos acometer con esta clase política de patio de colegio, tan primitiva y francamente impresentable.

Con independencia de las ideologías, y considerando que es impensable una mayoría absoluta por parte de nadie, a efectos de no repetir errores, urge retirar del mercado a quienes personalmente, físicamente, viscerálmente, no se soportan, en bien tanto de los partidos como de los ciudadanos, a la hora de intentar formar un gobierno estable.

No es de recibo, por tanto, que ni Mariano Rajoy, ni Pedro Sánchez encabecen las listas de los partidos mayoritarios. Si en algo menos de un mes han de estar confeccionadas las listas, y todos sabemos que en España ninguna de las listas que concurren a las elecciones se llevan a cabo por procedimientos democráticos (los partidos norteamericanos llevan casi un año por todo el país eligiendo sus candidatos), es tiempo suficiente como para buscar nuevos líderes, con solo abrir la puerta en cada partido a todos aquellos que desde hace ya algún tiempo afilan sus cuchillos, oficializar la guerra interna entre familias, y a quien mate y mienta más y mejor, con mayores éxitos en sus traiciones y puñaladas por la espalda, se le conceda el honor de ser el cabeza de lista. Es lo que hay.

Volver a los mismos líderes sería reírse de nuevo de los españoles, volver a soplarles el bolsillo y enfrentarlos de nuevo a otra tortura de incomprensiones, demoras y empobrecimiento paulatino del país.

No obstante y considerando que a nuestros políticos y a sus partidos la ciudadanía les trae al fresco, lo más posible, conociéndolos, es que vuelvan a presentarse los mismos, y si es así, lo deseable dentro de lo posible es que la probable coalición PP-Ciudadanos obtuviese la mayoría absoluta, con la condición impuesta por Ciudadanos de sustituir a Rajoy por otro presidente, bien propuesto por el PP o independiente, de consenso entre ambos, imponiendo Ciudadanos un programa muy similar al negociado con los socialistas.

Otra solución es impensable, pues una alianza entre PSOE-Podemos- IU-En comú podem-En Mareas-Compromís y algún otro necesario (7 en total), no solo es materialmente imposible, sino que sería una bomba de relojería a muy corto plazo, que podría desembocar en la más pura y dura anarquía.

Francamente, si de cambiar en profundidad se trata, sin romper con todo aquello aprovechable, manteniéndonos en los logros conseguidos y sin partir España, no veo otra solución que votar a Ciudadanos, pues solo un Ciudadanos fuerte y próximo a la mayoría, puede imponer tales cambios a un PP cuyos votantes se resisten a enterrar, pero a quien hay que obligar a acometer cambios en profundidad, a renovarse, y a abandonar para siempre las viejas maneras, viejas prácticas, sempiternas corrupciones y rancios personajes que acaban exasperando a la sociedad.

El PP tiene que plantearse como partido, que si de verdad quiere seguir gobernando, aun a costa de grandes cambios, tiene que ser prescindiendo de Mariano Rajoy, por su bien y por el de todos, bien antes de las elecciones o después, ya que para Ciudadanos (su único aliado posible), entregarle sus votos, y por tanto proclamar como presidente de nuevo a Rajoy, sería su fin.

Solo un excelente resultado para Ciudadanos, acompañado de la renuncia de Rajoy, pueden garantizar las reformas que España necesita. Cualquier otra situación nos conduce de nuevo al caos.

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Miguel Font Rosell

Licenciado en derecho, arquitecto técnico, marino mercante, agente de la propiedad inmobiliaria.

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