Desde el Exilio

Miguel Font Rosell

Caganers, caganeras, gilipollas y gilipollos

 

Desde mi condición de catalán y por tanto de español de vieja estirpe, lo que garantizan mis primeros dieciocho apellidos catalanes, a saber: Font, Rosell, Mariol, Mariné, Riera, Brunet, Font (de nuevo), Clergas, Ros, Colomines, Casasayas, Soler, Puig, Lacoma, Soler (de nuevo), Grau, Buscallá y Mariné (de nuevo y será por mi afición al mar), me permito, ante le deriva a la que se ve sometida mi pueblo, como consecuencia del pastoreo de auténticos imbéciles, sostener ciertas afirmaciones.
El ser humano siempre ha tenido inclinaciones épicas hacia el heroísmo, como actitud que justifique memorablemente sus más solemnes y altruistas decisiones. Ello, en general, requiere de actitudes bien de valor o de simple temeridad, entendiendo el valor como el acto que se toma libremente, conociendo los peligros, y anteponiendo la voluntad de proceder a pesar del miedo, la precaución, o las consecuencias de tales acciones (el toreo, por ejemplo). Por su parte, la temeridad se manifiesta con idénticas o parecidas consecuencias, en aquellos que toman las decisiones inconscientemente del peligro y de sus consecuencias (el caganer).
Las diferencias suelen evidenciarse en el momento que el acto “heroico” tiene consecuencias, momento en el que el valiente las asume y el cobarde, cagón, mamón de mierda o caganer, como su nombre indica, “se caga por la pata abajo” y lo abandona todo y a todos, huyendo cual gallina descompuesta, o renegando de sus principios hasta entonces sacrosantos e irrenunciables.
Por otra parte, y también muy propio del ser humano, es el manifestarse y actuar como un auténtico gilipollas, palabra que, aunque tiene su origen en el siglo XIV, ha ido variando levemente su significado a lo largo de los siglos y que en la actualidad, y en consecuencia con la estúpida dictadura de género que nos acompaña, bien podría derivar en “gilipollos”.
El origen de todo viene de un tal Baltasar Gil, fiscal del Cuerpo de Hacienda, quien tenía un par de hijas no demasiado afortunadas, ni en belleza ni en inteligencia, de las que el hombre se hacía acompañar a toda fiesta, recepción o sarao de cierta consideración, con la esperanza de colocarlas en manos de algún adinerado pretendiente. Por aquel entonces a las mocitas casaderas se les conocía como “pollas”, de manera que no había fiesta en la que Gil y sus pollas no aparecieran, de manera que al referirse al trio habitual, la gente mencionaba la palabra Gilipollas y todos sabían a quienes se referían.
Hoy el significado ha evolucionado hacia la descripción de quien se considera excesivamente tonto, estúpido, lelo, huevón y boludo en sudamérica, bobochorra, potorrobobo, tontolhaba (no confundir con tonto del culo, hoy mejor considerado y en ascenso), en general para insulto o descripción de quien atesora más orgullo que inteligencia, con un alto grado de narcisismo solo superado por su memez y su empeño en sostenerla y no enmendarla, propia del fanático en posesión de la verdad que le otorga un sentimiento enfrentado a la más primaria de las razones, tratándose de una de las “enfermedades” sociales que más se contagian, llegando a provocar ciertas epidemias.
Uno de los síntomas más extendidos es el del delirio: El que suele urdir un sistema delirante proyectivo, de tipo paranoico, al estilo del delirio de grandeza, la mentira patológica, la ninfomanía o el misticismo con balcón a la plaza. Suele ser invulnerable al sentido crítico y carece del sentido del ridículo, ya que él mismo es el ridículo personificado, y esta vez no voy a hablar del alcalde de Vigo.
Así pues, a juicio de los expertos en la cuestión, existen gran variedad de gilipollas, aunque los más peligrosos y abundantes suelen ser los nacionalistas y los religiosos, otrora más peligrosos y hoy afortunadamente en retroceso.
El gilipollas nacionalista es quizá el caso más grave y contagioso actualmente, de forma que se suele propagar a lo largo y ancho de grandes extensiones epidémicas. Es fácilmente localizable y se cura con viajes y lecturas. En cuanto al gilipollas religioso o meapilas (al caso Oriol Junqueras), suele ser endémico en determinadas latitudes. Se cree elegido, ya que su sinrazón en forma de fe, lo que ejerciendo su condición llega a considerar un “don”, le hace creerse superior a los demás, a quienes en su solemne gilipollez en forma de pretendida bondad, acaba compadeciendo.
Por desgracia, el que nace o se cria gilipollas acaba muriendo gilipollas, pues tampoco hace nada por su curación, ya que uno de los síntomas más preocupantes es que son los únicos incapaces de ver su propia gilipollez, sintiéndose cómodo en su situación, la cual puede pasar una vida sin reconocer. No obstante, para casos extremos, la terapia de choque, a saber de los expertos, resulta adecuada a través de una mano de importante tamaño, a poder ser callosa y huesuda, administrando un par de hostias de cierta consideración y repitiendo el tratamiento en tanto se repitan los síntomas, pues al igual que con las maquinas tragaperras, un buen golpe a tiempo y en el lugar adecuado puede desatascarlas y llevarnos a situaciones esperanzadoras.
Pues bien, cuando las situaciones de caganer y gilipollas coinciden en una misma persona o personas, la situación resulta absolutamente caótica, las consecuencias demoledoras a largo plazo y la propagación de la enfermedad, un problema de difícil erradicación, ya que ambas condiciones se potencian y se auto alimentan en la desgracia que acaban convirtiendo en virtud, en función de su alto grado de gilipollez, que hace incluso de la descomposición en la huida una virtud patriótica que alimenta su alto sentido del victimismo. Ya he advertido que no voy a tratar aquí el ejemplo de libro del alcalde de Vigo, sino el más peligroso, por masivo y de consecuencias lamentables, de gran parte de mi pueblo, de los catalanes independentistas que pretenden cambiar, en un acto de exaltación de la gilipollez, el ancho paraguas de protección y progreso de España y la Unión Europea, por el despelote propio para, aburridos de tanto mentir y llevar al huerto a la manada, salir huyendo cuando caen cuatro gotas.
Se trata de cobardes caganers y caganeras, gilipollas y gilipollos que cuando huelen a presidio, salen despavoridos en una estampida de “nada por la patria” dejando atrás a tanto ingenuo de fe ciega en héroes patrios de pacotilla, que incluso tienen la desfachatez de disfrazar su cobardía, su irresponsabilidad y su daño irreparable a su patria en favor de su ambición de cabeza de ratón, de “estrategia”.
Pero no se trata de valientes, conocedores de unos riesgos acometidos con el miedo y la responsabilidad de asumir sus consecuencias, sino de quienes con la inconsciencia y la alegría de la temeridad, se aterran ante las consecuencias de haber acometido unos delitos que acabarán pagando con largos años de cárcel, con la misma alegría estúpida de quienes como milicianos van cantando a la guerra para volver destrozados y con el recuerdo eterno de haber participado en algo que no se justifica más allá de la propia irresponsabilidad, desafiantes de un riesgo que ni siquiera han sido capaces de evaluar, arrastrando en su inconsciencia a parte de un pueblo contagiado de gilipollez y dilapidadores de un cartel envidiable que su pueblo mantenía ante el mundo y ante la sociedad en general.
España es un país europeo que se rige por una democracia más o menos imperfecta, pero a través de un Estado de Derecho en el que la Constitución que todos votamos es la ley suprema. Como tal Estado de Derecho, el imperio de la ley está por encima de todo lo demás, incluso por encima del propio sistema y de la voluntad popular, que en algunos aspectos nada tiene que ver con la democracia, pues solo es cuestionable por el pueblo aquello que dispone de un estrato legal que ampara bienes superiores que ese pueblo a través de la Constitución ha considerado no cuestionables. Algo que se entiende muy bien con el ejemplo de llevar a cabo una votación popular para decidir el reparto de la fortuna de Amancio Ortega entre todos, lo que probablemente arrojase una mayoría suficiente entre los votantes como para dejar en calzoncillos al máximo responsable de Inditex, decisión muy democrática, pero a años luz de la defensa de los valores que la Constitución sostiene. No todo es hacer lo que a determinada voluntad popular le apetece en cada momento, de falta de solidaridad y menosprecio a los demás por el hecho de sentirse mejores, por encima de valores más solidarios, pues no olvidemos que se quieren ir no por distintos, ya que distintos todos lo somos, sino por considerarse mejores que los demás.
Nuestra Constitución ampara unos valores que solo pueden ser modificados por una reforma constitucional acordada por todos, a través de la razón y el voto en consecuencia, de manera que quien la vulnera en acto de rebelión, desacato y sin seguir los procedimientos establecidos para ello, incide en una serie de delitos de suma gravedad, así considerados en el Estado de Derecho en el que afortunadamente nos movemos. Ese es el riesgo, un riesgo que el valiente asume en sus consecuencias, como en la historia han hecho algunos golpistas con mayor o menor éxito, al contrario que estos de fácil descomposición desde su condición de caganers.
El problema de estos fascistas disfrazados de demócratas de pacotilla, ha sido su innata capacidad para agilipollar a buena parte de una sociedad contagiada y dejarlos colgados tras este largo periodo de mentiras, fantasías y ambiciones, que lo único que han evidenciado es que finalmente los únicos que siguen con el mantra de mantenerla y no enmendarla son los impresentables de la CUP, que por su propia inconsciencia o por no haber pisado poder, siguen en la misma tesitura de fascismo independentista y diciendo las mismas mentiras y bobadas que al principio, para finalmente librase de todo los principales causantes del desaguisado, los Mas y los Pujol, delincuentes máximos de la película, enterradores de Convergencia, el refugio de la derecha catalana, pero libres de toda responsabilidad. Todo ello evidencia más a las claras el carácter gilipollesco de los que, bien están en el llamado “exilio”, o en la cárcel pagando su deuda con la sociedad, la de los que se han librado, y la propia ante sus ingenuas decisiones, acaban sintiéndose mártires, en lugar de gilipollas de libro.
Como al igual que el gilipollas religioso, el independentista no quiere ver la realidad ni razonar nada ajeno a sus propias convicciones de sentimiento, algo que le permite seguir engañándose, al amparo de la manada y de absurdas promesas de un mundo mejor, con la diferencia de que a los primeros nadie les va a impedir el vivir sus fantasías, aunque ellos en otros tiempos condenaran a tortura, hoguera y muerte a quienes no las siguiesen, mientras que a los segundos, el Estado de Derecho les aplica la ley que entre todos nos hemos dado para evitar que nadie pudiera aplicar su voluntad en contra de todos los demás, por muchos seguidores fanatizados que tuviera.
Estos señores no están en la cárcel o en el “exilio” por demócratas ni por sus ideas contrarias a la Constitución, aunque con eso quieran engañarse y engañar a todo el rebaño, sino por saltarse la ley, actuar en contra de los mandatos del Tribunal Constitucional y vulnerando la Constitución, pasarse el Estado de Derecho por el arco de triunfo, pretendiendo aplicar la democracia a planteamientos manifiestamente ilegales en contra de un mandato del Tribunal Constitucional, saltándose la legalidad por cauces ajenos a los que corresponde a un Estado de Derecho Constitucional y democrático, cometiendo algunos de los delitos más penados en nuestro código penal y haciéndolo a sabiendas con el objeto, entre otros, de desafiar al Estado, todo lo cual, en cualquier país de nuestro entorno supondría ni más ni menos que lo mismo que ahora les acontece a los no fugados, pues a los huidos y huidas de la justicia, de estar en cualquier país de la UE que no fuera el Estado fallido de Bélgica o la “neutral” Suiza, tampoco les esperaría situación distinta de la que le espera a los primeros, y solo en el aspecto penal, con la suerte para ellos de que nadie les acusa del daño civil ni les pide compensaciones por ello, ya que la pérdida económica que para Cataluña ha significado y sigue creciendo su locura independentista, no se repara en años ni se compensa con el hecho de que pasen a residir en la sombra, a costa de todos los españoles.
No obstante existe otro daño de difícil cura, cual es el descrédito y desprestigio causado a la condición de catalán, que hasta ahora significaba algo admirable entre la población que consideraba tu condición como la de gente seria, trabajadora, moderna, leída y viajada, etc. para pasar a generalizar con la condición de convertirte de la noche a la mañana en un hijo de la gran… simplemente por el hecho de confesarte catalán.
Y ahora, a ser consecuentes con vuestra condición de gilipollas y gilipollos, caganers y caganeras, a ejercer de víctimas del Estado español arrastrando a la manada y, como españoles que sois aun a vuestro pesar, a cumplir la pena que en aplicación de la ley os imponga un juez en ejercicio de su misión de aplicarla en bien de la colectividad.
Os lo dice un catalán con 18 apellidos catalanes. ¿Quien da más?

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Miguel Font Rosell

Licenciado en derecho, arquitecto técnico, marino mercante, agente de la propiedad inmobiliaria.

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