El Acento

Antonio Florido

Llanto de un central cualquiera

Carlos Serrano Martín
Monologuista. Guionista y Director de Cortometrajes. Ha colaborado en diversos medios de comunicación: A un metro de Sevilla, A vista de Águila, Lebrija Digital. Radio Triana Y Onda Guillena. Colaborador habitual del periódico Montilla Digital con su sección de relatos La putada de ser piano. Es Miembro del Grupo de Investigación Influencia de los Géneros Periodísticos y de las Tecnologías en la Comunicación Social de la Facultad de Comunicación de Sevilla.

Qué puede decirse. Mucho se ha escrito y hablado, siempre metiendo la pata y con el objetivo de hacer sangre. Nadie puede ponerse en mi situación. Nadie por tanto puede depositar en un papel, volcar en un micrófono de la radio, cómo me sentí o los motivos que me impulsaron a actuar. Ni siquiera el entrenador. Ya falla la memoria, así que disculpen el baile posible de fechas y acontecimientos que llevan al día de autos.
Hay quienes nacen con un don para este deporte. Otros sólo tienen el barro y sudar la camiseta para justificar presencia en el once. El fútbol tiene un extraño sentido del humor, roza lo cabrón. No por mucho trabajar serás mejor jugador, ciertos aspectos no entienden de carreras, ni pizarras manchadas con rotulador. Con la literatura ocurre igual. Escribes y lees, la técnica mejorará. Aunque si eres malo con las metáforas, lo serás toda la vida.
No hay profesores de visión de juego. De dónde enviar el pase en cada momento. Del poder de saber dónde enviaras el balón en cada golpeo. Está la intención y está el hecho científico de voy a mandarla a ese punto del terreno de juego exactamente. Yo era de los de sudar la camiseta y poco más. Nunca ficharía por un grande ni llegaría lejos con la selección. No lleno titulares ni tengo un coche deportivo.

Saben de quién voy a comenzar a hablar, no era igual. Lo hacía todo fácil. Siempre con esa sonrisita de estudio fotográfico. Da igual que hubieras corrido detrás de él ochenta minutos. Que el equipo hubiera anulado sus cualidades. Bastaba un toquecito y todo tu trabajo iba a la mierda. Un toquecito. Así sin más.
Era o un pase de gol, o remate imposible, o provocar un penalti. Repito, eso no se entrena. Y parecía no sudar. El esfuerzo era una nube lejana. No recuerdo en nuestros enfrentamientos nunca verlo bajar a defender, meter pierna y frenar un contragolpe. Nada. Él y su toque, ceros y ceros detrás de una cifra par en su nómina.
Reconozco que no hay una justificación. Me encantaría. Sólo hablo de un momento de oscuridad mental, eso no hay cómo describirlo. Era el momento de acabar en lo más alto, salvados del descenso y jugando una final copera. Navidad y un cumpleaños, todo en uno. Nadie naba un duro por aquel equipo. Y mordieron el polvo los grandes. Jugamos de tú a tú. Ellos ya venían calentitos de la Liga.
Les dejamos a cero. En el marcador y en todos los sentidos. No hubo foto de portada para el energúmeno. Fue de los primeros en no dar rueda de prensa y tampoco baños de masas de fotos para redes sociales. Cobarde.
Una final es otra cosa. Estábamos en el mapa. Teníamos voz en la mesa de los mayores. La motivación no tenía límites. Cuando quisimos darnos cuenta, llevábamos noventa minutos e íbamos empate a uno. Te pasan muchas cosas por la cabeza, pero no la falta de respeto. La lluvia tardó en pasar tarjeta de visita. Con ella, el césped mojado. Con terreno húmedo, una carrera se va por el desagüe.

Fue superior a mis fuerzas. Todo sirvió para nada nada. Lo estábamos haciendo bien. Mejor que bien, de puta madre. No sabían dónde meterse. Cuando menos te lo esperas, de nuevo el toquecito de las narices. Vino de frente el descarado. Baile inútil, yo no me muevo. No me iba a regatear tan fácilmente. Le adivino que irá a mi derecha, su pierna buena de disparo. Me lanzo al suelo a por el balón, era él o yo. El fútbol dijo no. Mi mente dijo balón, pero el pie quiso resbalarse y caer de espaldas.
Otra vez ese gesto de triunfador. Avance, tiro y gol. Al carajo la final. Todo debido a un resbalón. El más inoportuno de mi vida. Y él ahí riendo todo el rato. Centro de los focos. No hubo más resbalones, la siguiente jugada fue un humillante túnel. Otra vez por el rabillo del ojo vi su expresión de júbilo. Esta vez no. Mi codo cobró vida propia y fue a parar a todo el centro de su cara. Cayó al suelo. Solo veía sangre entre sus manos.
Rojo en su cara y en la tarjeta. No hablé con nadie. El míster hecho una fiera. Mis aliados de equipo incrédulos. Quedé como un carnicero y un animal. No hubo piedad de un servidor. Hasta colegas del barrio salieron en los telediarios diciendo que siempre tuve genio. Mamones. Única expulsión de mi carrera. Ahí el dato.
Él parecía un héroe de guerra. Con esas vendas y tanta atención. Con la medalla de campeón y diciendo que no pasaba nada, lances del juego. Aunque no volví a ser convocado y chupé muchísimo banquillo. Hay quienes nacen con un don para este deporte. Otros sólo tienen el barro y sudar la camiseta para justificar presencia en el once. Yo esa noche, ni lo uno ni lo otro.

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA
Autor

Antonio Florido

Antonio Florido nació en Carmona (España), en 1965. Estudió Mecánica, Ingeniería Industrial y Ciencias Políticas. Aunque comenzó su oficio de escritor con la poesía, reconoce que se sintió tan abrumado por la densa humanidad de este género que tuvo que abandonarlo

Antonio Florido

Antonio Florido nació en Carmona (España), en 1965. Estudió Mecánica, Ingeniería Industrial y Ciencias Políticas. Aunque comenzó su oficio de escritor con la poesía, reconoce que se sintió tan abrumado por la densa humanidad de este género que tuvo que abandonarlo

Lo más leído