El Acento

Antonio Florido

Verde pantano al atardecer. Novela de Guille Paier.

Verde pantano al atardecer. Novela de Guille Paier.

Verde pantano al atardecer
De Guille Paier
A tantos del verano del 2020, en plena canícula.
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Leer Verde pantano es una necesidad en estos tiempos. Nace en la agonía existencial de un autor que corre por la vida con la mirada puesta en el posible detenimiento que ya se huele y que más tarde llegará. Pero ya se vislumbra, digo, ya el amanecer de los días eclosiona en el horizonte, más allá de las aguas, donde se mezclan los colores tullidos de esos tiempos de confusión.
Berti, Quique, Cora…
De sabrosa y gran narrativa. En la historia se definen unos personajes que apuntan las esquinas de unos compromisos audaces. No siempre cumplen el guion establecido y, entre ellos, se vuelca el tapiz de la confabulación y el consentimiento. Confianza del uno en el otro que se torna en una vertiginosa sospecha evidente. De vivas voces en los espacios más insospechados, surge el tono denso del agasajo y la disputa, en la voz del bonaerense, del puritito argentino que se jacta de serlo.
Una apuesta y un atrevimiento. ¿Qué saldrá de esta aventura compartida? Los hechos se suceden en un amasijo de palabras que corren con la velocidad del entendimiento de quien lee. A veces los mismos árboles se empeñan en ocultar, pero la médula pervive y se muestra en todo instante. Se percibe la desdicha, una sudestada implacable. Uno quiere la participación para encauzar los acontecimientos pero los actores son auténticos, crueles y soeces, sarcásticos, tristes y a veces cómicos, humanos. Aunque en todo caso el tema te queda de costado y te conformas con la lectura, sin mayor pretensión que el paso del tiempo saboreando, saboreando…
El Caras, Kat Silvera, Baigorrita…
Más allá de las puras descripciones, de personajes y de espacios, de emociones y futuros, la prosa es una yuxtaposición de cañizo, una estructura estructurada sobre sí misma, una paradoja de la creación en la que sin querer todos se expresan y todos se confunden. Se trata de un ejercicio en el que el idioma se hincha con la presión del invento. Sí, el español gana. Hay un rescate y una exposición clara de la palabra, como si la palabra se colocara en un altar y nos hincásemos de rodillas y le rezásemos, sí. Una frase cortada se apoya en la siguiente y se forma una articulada escritura de puntos que nunca serán capaces de caer. Se crece la propia organización, cruje el propio sentido del crecimiento.
Urbe, edificaciones, sueños, playa, viento, sexo, miradas, pausas…
Sintaxis, en la conjetura de una soñada expresión matemática. La misma se vuelve tonta al no entender por qué la tratan de esta manera. Un patrón único, particular del autor y que solamente él conoce, nos lleva al sentido exacto de la expresión que inocula un pensamiento que después se contradice y se solapa con otra perspectiva en un declive licencioso, en un marasmo y un querer que se prestan al compás de lo que uno desea y necesita. Pausas y gestos, nunca un autor dijo más con menos, nunca nadie supo hablar a medio pelo, con trabalenguas y suposiciones, no.
Paier…
Comienza la historia con un juego de luces en el cielo, en la explosión de las palabras a media banda. Uno, dos, tres hablando, cuatro llega, cinco mira, seis acepta, siete observa, anota, piensa. El lector duda de poder llegar hasta el final si la cosa sigue en este tono. Guille logra establecer un lazo entre los personajes y la sensible amistad de ese lector enceguecido. Uno se hace amigo de los pibes y de las minas que brotan como por arte de magia. Eso, ese milagro es obra sólo del autor, no lo olvidemos. Como un Tolstoi en medio de su heredad, labrando codo con codo con los mujiks del labrantío, asistimos al desbroce continuo de la epigrafía sobre la dureza del entendimiento, porque sólo estuvo acostumbrado a la dicción sencilla del occidente, pero ahora le llegó el Paier y le tomó de las solapas y le dijo: leé pibe, tomá, leé.
La eclosión y la locura de los artificios pincela toda la obra. El ritmo se mantiene, como el interés por continuar leyendo. Nunca decae. De vez en vez, entre el amasijo de indicaciones, de idas y venidas, de locuras y calmas, el lector encuentra un remanso de agonía donde el autor descansa. Le habla al cielo y al agua, a la esperanza y al remordimiento, a los dioses del augurio. Le vemos allí sentado con los ojos en alto hablando a esa conciencia que nunca detiene su dichosa costumbre de dudar, de poner en cuestión todos los hechos, de auditar hasta los suspiros, a esa gnosis que le dice que ya basta, que ya tuvo bastante, que la vida es más que eso, es otra cosa, otra bien distinta si se la entiende con la humildad de un nacido, con la sencillez de un paseante…
En síntesis, se puede afirmar que la obra Verde pantano al atardecer, es también un ejercicio de análisis heurístico, donde el autor nos muestra que comprende en profundidad los dos aspectos sustanciales de lo que estamos hablando, esto es, la realidad y la ficción, la quebrada tesitura de la materia y la angustia humana del ser perdido, la reverberación del alma que ansía encontrarse y llegar, la catarsis, la bruma despejada, el viento de la libertad más allá de la pura edificación pasajera y fútil. Dos mundos entendidos que Paier pone en comunicación, comparándolos.
Ese es el camino que uno entendió al leer, y tal vez la enseñanza si es que se trata de eso, de encontrar una posible simetría en la conciencia.
Verdaderamente encomiable. Verdaderamente aconsejable su lectura.

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Autor

Antonio Florido

Antonio Florido nació en Carmona (España), en 1965. Estudió Mecánica, Ingeniería Industrial y Ciencias Políticas. Aunque comenzó su oficio de escritor con la poesía, reconoce que se sintió tan abrumado por la densa humanidad de este género que tuvo que abandonarlo

Antonio Florido

Antonio Florido nació en Carmona (España), en 1965. Estudió Mecánica, Ingeniería Industrial y Ciencias Políticas. Aunque comenzó su oficio de escritor con la poesía, reconoce que se sintió tan abrumado por la densa humanidad de este género que tuvo que abandonarlo

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