[De que el Presidente lo supo, de eso se trata el asunto. El hombre aislado siempre fue consciente de que el barco se le hundía. Sí, eso que ocurrió el 11 del 73. Desastre de La Moneda en La Moneda misma. La prensa mundial habló. Palabras del Presidente. Heroicidad del Presidente. Todo era un revoltijo, y los demás con los puños encrespados.]
En el último estertor del año. La democracia colapsó. A partir de ahí un pecio en las profundidades de la memoria del pueblo. Decían que era una de las más estables. Augusta, afirmaban otros. Hubo una corriente de aire infestado de la cordillera, las cabezas se hicieron daño y la gente comenzó a pedir y pedir, hasta lo que nunca fue suyo, a manotazos, querían la vida resuelta, que todas sus ocurrencias fuesen atendidas como Dios manda, eso pedían.
Las torres paralelas habían sido derribadas. Cayeron en una garganta de nubes y la noticia circuló de un lado a otro del mundo. Yo estaba trabajando. Movía los muebles. Era mi casa, la mudanza en el interior, mi niña pequeña jugaba a lo suyo y mi mujer faenaba lo que podía. De pronto sonó la voz en la pantalla y me detuve. Fue un silencio hueco, como si se tratase de un vacío en el estrecho corredor de nuestro piso. Era para el caso. Sólo salió eso, pero se llevó todo el día y parte de la noche y de nuevo todo el día y así no sé cuántos. El mundo estaba cambiando. Me dio mucho miedo por la celeridad con la que sucedían los acontecimientos porque yo vivía en la burbuja de la evanescencia. Me tomó de traviesa, una cosa rara. La América se retorcía. Era una tragedia de la que nos iríamos enterando en lo sucesivo, esto sólo era el comienzo, que la caída sería larga, hasta de años.
La Moneda fue antes, me atravesó un recuerdo espadado. También cayó. Parecía que alguien nos estuviera maldiciendo. Un anticipo de lo que se nos venía encima. Septiembre, siempre en septiembre. Cosa de locos. De ahí que me dio en apoyarme en la voz de los malditos. Reivindico el derecho a la locura. Ser de más. Inevitablemente. Partir la cuadratura, en una convulsión de cada día. Recordar, como la única herramienta que destruye el conocimiento y lo embota. Se resiste el arte de crear, por eso hace falta el delirio, la enajenación más exasperante.
La prensa latinoamericana se hizo eco. Un hombre ha perdido la cabeza. Y con ese hombre otros muchos hombres que lo siguieron por la angostura, hacia la capital, con armas en los brazos; iban cargados esos hombres de ilusiones y esperpentos, donde el ser dejó de ser y se transformó en algo telúrico, como el oráculo que alza la voz de los dioses y comunica al mundo la valía del Presidente. Llegó el espejismo hasta la colina. Salió de su Casa de gobierno y el hombre se iba preguntando si el amigo estaría a salvo, sin saber que ese mismo amigo le había traicionado, pero él lo seguía creyendo, como un bebito que se impone a los años que ya cumplió de por mucho.
¿Cómo estará, le habrá pasado algo?, y continuaba limpiando las legañas de sus ojos adormilados que únicamente veían el altivo gesto de entender que todo iba funcionando.
El colapso y la dictadura, una constante en el devenir de la historia de tantos países del sur.
Soy un hombre bueno.
Un hombre loco. Un incomprendido al que nadie entiende.
Llegó al palacio presidencial, saludó marcialmente con una sonrisa en la cara, entró a su despacho, tomó la botella, bebió hasta la línea baja de la etiqueta, no quiso detenerse hasta que las entendederas se le fueron abriendo y algo le dijo que ya era suficiente, que esa sería la última botella de su vida. La miraba con los aspavientos de un enloquecido que se cree el salvador de la comuna. Luego comenzó a recordar las cifras que esos desafortunados le colocaban por delante todos los días.
[Me engañan, esos malditos la tienen conmigo y me embaucan para que el pueblo me ignore, para que les asalte el odio encerrado de tanto].
Sobre la mesa un informe abierto. Colapso socialista, inflación, todo por las nubes, violencia en las miradas y componendas.
[Yo no trabajé para esto. Nunca lo quise. Sólo buscaba otro camino para alcanzar al horizonte y tumbarlo. Deseaba reparar la historia de los pobres, devolverles algo que les fue robado. Muchos con la canción de que debo cambiar el rumbo, que esto no se aguanta. ¡Qué saben ellos de lo que uno sabe!]
Los periódicos mundiales llamaron héroe al Presidente. Páginas de colores fuertes, rojos de celofán y azules extendidos, amarillos chillones, enceguecedoras imágenes de la rabia asesinada, la furia del pueblo, del individuo pobre que aspira llevar un pedazo de pan a su casa. Daba igual hablar de ideologías. Habían muerto encarnadas en un símbolo de gafas con rebordes negros. El mundo se quedó con la cara ancha, pensaban en las prefecturas que no se debe tratar a nadie de esta manera. Todos se pusieron de acuerdo en difundir las imágenes de un cuerpo sin alma, balaceado sin misericordia, levantaron las palabras en invectivas, así quedaron enterradas las ocurrencias a la verita del Mapocho.