De cuando la España ´vaciada´, se estaba vaciando

De cuando la España ´vaciada´, se estaba vaciando

GUADALAJARA: DATOS PARA UN ENTIERRO

LA MÁS SEPTENTRIONAL DE las provincias de Castilla la Nueva, ocupa una extensión de 12.190 kilómetros cuadrados, lo que supone el 2,4 por ciento del total del territorio de España. Pese a ello, su demografía es de sólo 139.524 habitantes (0,4 por ciento del total).

Esta considerable desproporción, que por sí sola bastaría para calificar de preagónica la situación de la provincia, se verá reflejada con mayor exactitud si tenemos en cuenta la densidad demográfica del territorio, que, según los datos de 1975, últimos oficiales, que utilizamos como base, alcanza únicamente la cifra de 11 personas por kilómetro cuadrado, cuando la media española anda ya por las 70 y cuando hay zonas de España con 300, 400 e incluso 500 habitantes por kilómetro cuadrado.

Las previsiones oficiales para 1980 indican que la densidad de Guadalajara habrá descendido a unos 10 habitantes por kilómetro cuadrado (130.000 personas aproximadamente), lo que complica aún más el asunto.

Conviene recordar que a partir de 20-25 habitantes por kilómetro cuadrado, se considera internacionalmente que un territorio está demográficamente desertizado, circunstancia en la que se hallarán en esa fecha las siguientes provincias: Soria, Guadalajara, Cuenca, Segovia, Zamora, Albacete, Palencia, Ávila, Ciudad Real y Burgos; y en general toda Castilla, puesto que la densidad media castellana rondará esa cifra.

No obstante es necesario todavía fijar la atención de otros dos parámetros que contribuyen a establecer un juicio exacto sobre este enclave de Castilla: la distribución interna de la densidad provincial y la trayectoria demográfica de los últimos años.
Puede decirse, con respecto primer factor, que unos 60.000 habitantes, es decir, casi la mitad de la población de Guadalajara, se concentran en un estrecho perímetro formado por la propia capital y los pueblos adyacentes.

Tan anómala distribución geográfica, que concentra a la mitad de la población en una franja exigua de la superficie total (si es que puede hablarse de concentración, manejando los datos que manejamos), nos dará idea del nivel de poblamiento de los restantes núcleos de la provincia, cuya densidad no supera generalmente los 4 habitantes por kilómetro cuadrado (cifra sólo comprable en Europa a la de los círculos polares escandinavos).

UNA PROVINCIA EN LA DIÁSPORA.

EN CUANTO A LA TRAYECTORIA demográfica de las últimas décadas, ésta es, obviamente, de constante descenso. Los 200.186 habitantes con que contaba la provincia a principios de siglo se mantienen en estos niveles hasta los años 40-50, puesto que la emigración era contenida y aún superada por el crecimiento vegetativo interno, pero a partir de aquí se inicia una acusadísima regresión que da como resultado el censo de 1960 (183.5455 habitantes) y el de 1970 (con ya sólo 147.732) cifra que precede a la actual, considerablemente inferior como antes mencionábamos.

En la década de los 60, Guadalajara ha visto acrecentarse de forma violenta el éxodo rural y el consiguiente proceso de desertización demográfica del territorio. Sólo en los quince años que van desde 1960 hasta 1975, esta provincia ha perdido el 24 por ciento de su población, la cuarta parte de sus moradores, lo que nos da idea de la magnitud del fenómeno.

La cifra de población de Guadalajara en 1900 (200.186 habitantes), pudiera parecer pequeña, pero no lo es si tenemos en cuenta que la población total española era considerablemente más baja que la de hoy en aquella fecha (sólo 18 millones).
Similar número de habitantes tenía entonces una provincia como Tenerife, y menos población que Guadalajara tenían las de Guipúzcoa, Álava, Logroño y Las Palmas, entre otras.

Actualmente, Guadalajara, ha sido superada por todas ellas, excepto por su hermana Soria, según puede verse en el cuadro evolutivo adjunto.

Quiere ello decir Guadalajara no significa ya absolutamente nada en el contexto demográfico del Estado español. Guadalajara ha sido vaciada de tal forma que si ahora mismo desapareciesen todos los habitantes que la restan al territorio, España no tendría que retocar siquiera sus estadísticas (apenas son unos decimales).

Mientras esto sucedía, España se iba convirtiendo en la décima potencia industrial del mundo; de donde se deduce que, o bien Guadalajara no es España o bien en España se han desarrollado determinadas zonas al tiempo que se han hundido, tanto en lo económico como en lo humano, las restantes partes del Estado.

EVOLUCIÓN DE LA POBLACIÓN DE HECHO EN EL PERIODO 1900-1980

Censo 1990 1940 1975 1980(previsiones.)
Álava 96.385 112.876 238.233 275.000
Guipúzcoa 195.850 331.753 682.517 755.000
Las Palmas 156.696 320.524 657.330 710.000
Logroño 189.376 221.160 240.736 250.000
Tenerife 201.868 359.770 686.958 735.000
Guadalajara 200.186 205.726 139.524 130.000
Soria 150.462 159.824 103.908 95.000

Evolución general de España: de 18 millones (1900) a 37 millones (1980).

UNA PROVINCIA DE ANCIANOS.

DE IGUAL MANERA, LA emigración ocurrida en esta provincia, al actuar sobre las capas más jóvenes, ha provocado un alarmante aumento de los índices de envejecimiento. De esta forma observamos que la proporción de habitantes cuya edad sobrepasa los 65 años, ha crecido con respecto a la población total de 5,8 (en 1990) al 13,8 (en 1970), esperándose una cifra de 19,3 para 1980.
Como además, España tiene uno de los más altos índices de envejecimiento europeo, comprenderemos el hecho de que dentro de poco Guadalajara puede ser la zona de población más envejecida de nuestro continente, el mayor asilo de ancianos de Europa, puesto que ya en estos momentos pasan del centenar los municipios con menos de cien habitantes todos ellos próximos a la llamada tercera etapa vital.

He aquí las palabras con que la Fundación FOESSA describe la ausencia de horizonte de Guadalajara:

“Si las hipótesis se cumplen –y hasta el momento, parecen confirmarse-, una provincia como Guadalajara, para la que se prevé un índice de envejecimiento cercano al 20 por ciento, no parece tener al menos demográficamente, un porvenir muy halagüeño. Piénsese, para finalizar, que se está hablando del total provincial, dentro del cual hay, al menos, un municipio “urbano”: la capital. Para las zonas rurales, la irreversibilidad del proceso despoblador, acelerado de forma inusitada en los últimos años, parece haberse presentado ya”. (1)

Supongo que será difícil, para quienes no vivan en alguna de las provincias situadas a uno y otro lado del Sistema Ibérico (Soria, Guadalajara, Cuenca, Teruel…, la mayor bolsa de pobreza de Europa, el cuarto mundo interior del que nadie se decide a hablar), comprender la cruda realidad de esta dramática situación.

Acostumbrados como estamos a escuchar los lamentos de las zonas tenidas por “subdesarrolladas”, la opinión pública española se sorprende cuando se intenta romper sus esquemas por completo.

Esta es la mayor tragedia de las tierras realmente condenadas a la desaparición, la de ir extinguiéndose sin que nadie lo sepa, sin que nadie quiera enterarse, sin que nadie –ni sus propios habitantes- se atrevan a remediarlo. ¿Por qué? Probablemente porque aquellos en disposición de hacerlo –los jóvenes- ya han emigrado, y los que quedan bastante tienen con sobrevivir penosamente cada día.

Debemos reconocerlo, cuando uno tiene presentes estas notas, y escucha a representantes de otras partes más afortunadas de España afirmar que en su territorio se produjo una “persecución” durante la etapa franquista, comprende que, efectivamente, en España tuvo lugar durante dicha etapa una destrucción de incalculables consecuencias, que ha provocado muchas más víctimas y desaparecidos de los que pudiera imaginarse, y no precisamente en las zonas que más se citan.

LOS MECANISMOS DE EMPOBRECIMIENTO

PERO NO ES SOLAMENTE, la pérdida poblacional la causa de empobrecimiento paulatino de estas tierras: junto a este hecho, suficiente por sí mismo, dada su magnitud, para hipotecar definitivamente el futuro de la provincia, es necesario considerar otros factores que contribuyen igualmente a la evolución negativa de Guadalajara.

En primer lugar, hemos de ocuparnos de la evasión legal de capitales, puesto que el ahorro de las provincias menos desarrolladas del Estado salen de ellas para apoyar el despegue acelerado de los territorios más prósperos, al tiempo que las inversiones públicas y de los créditos oficiales se concentran igualmente en los mismos lugares.

Por otro lado, Guadalajara ha sido relegada al papel de productora de materias primas (especialmente energéticas, cuyo estudio reservamos para otro capítulo) y elementos agrícolas (convirtiéndose así nuevamente en generadora de riqueza para otras provincias que los transforman), toda vez que su capacidad agraria no ha encontrado, por los motivos de descapitalización y despoblación que apuntábamos, el camino de una industrialización basada en sus propias posibilidades que retuviera la riqueza adicional.

UN EJEMPLO PRÁCTICO: LA RED VIARIA.

COMO EJEMPLO FÁCILMENTE COMPRENSIBLE de la insuficiente dotación infraestructura de la provincia, consecuencia del olvido en que se halla por parte de la Administración Pública, y culpable –junto con las razones antes reseñadas- de la emigración y del subdesarrollo que padece, cabe señalar la precaria red de comunicaciones, realizada para servir a los intereses de las zonas industriales, y no a los de la provincia.

En lo que se refiere a los ferrocarriles, la única línea férrea del territorio (trazada en el exclusivo fin de comunicar Madrid con Barcelona) cruza rápidamente el valle del Henares e dirección suroeste-nordeste, dejando amplias bolsas incomunicadas, a casi 100 kilómetros de cualquier tendido ferroviario.

Con respecto a las carreteras, sólo existe una que comunique Guadalajara con Castilla la Vieja a través del Sistema Central, pero se encuentra situado en una esquina de la provincia y en tan lamentable estado de conservación que más vale desecharlo, de forma que si se quiere atravesar la Cordillera hay que desviarse previamente a los puertos de la provincia de Madrid.

Pueblos de altura, como el Cardoso de la Sierra, Bocígano, Colmenar de la Serra, Peñalba…, carecen por completo de vías de comunicación con la capital de la provincia; para llegar a ella han de hacerlo también a través de las carreteras de Madrid. Otros pueblos de montaña cuentan únicamente con caminos de tierra, quedando incomunicados con las primeras nevadas.

De hecho, puede decirse que Guadalajara tan sólo cuenta con una carretera apropiada a estos tiempos: la Nacional II, mantenida con dignidad, como antes veíamos en los ferrocarriles, para que madrileños y barceloneses puedan cruzar velozmente esta provincia.

Podríamos añadir, además, los kilómetros iniciales de la Nacional 320, Guadalajara-Cuenca.

Ambos casos son, sin embargo, claros ejemplos del olvido en que están los específicos intereses alcarreños, toda vez que el trazado de la primera discurre por una tierra de nadie despoblada, que va dejando a un lado y otro las ciudades importantes de la provincia (Sigüenza incluida), con lo cual no se sirve a sus necesidades de comunicación, pero naturalmente se gana en velocidad de tránsito por una enojosa provincia que sólo parece estar en los mapas para que madrileños y barceloneses tarde más al realizar mutuamente sus viajes. (2)

En lo referente a la segunda, ha sido adecentada en sus primeros kilómetros, a raíz de la explosión turística de la llamada “Ruta de los Lagos”, es decir, los pantanos del río Tajo, la cual arroja sobre ella decenas de miles de madrileño semanalmente. En cuanto el interés turístico de los madrileños cede, la carretera vuelve a su lamentable estado.

El resto de la red viaria provincial se halla en el más completo abandono ahogándose de esa forma por omisión de la infraestructura pública, cualquier alternativa de progreso que aún le quedara a la provincia.

¿QUÉ HACER?

Frente a la situación demográfica y económica esbozada, que sería extremadamente benigno calificar de tercermundista ya la que se ha llegado por decisión consciente del poder, no por deficiencias de la Naturaleza, las posibilidades de desarrollo son evidentes para cualquiera que conozca mínimamente el territorio.
Los tres núcleos comarcales de Guadalajara: la Alcarria, la Campiña y la Sierra, ofrecen un amplio muestrario de recursos sin desarrollar.

Olivares, viñedos, apicultura, madrea y pastos de la Alcarria; buena tierra cereal en la Campiña: y una importante capacidad agropecuaria y forestal en la Sierra, deberían hacer, junto a la suficiente red hidrográfica, menos temible el futuro que ya se nos avecina.

Tampoco hay que olvidar las posibilidades de desarrollo turístico, puesto que Guadalajara es una provincia excepcionalmente hermosa, si bien totalmente desconocida en el resto de España y en absoluto promocionado.

Por sus especiales características cerraremos esta somera descripción de la geografía provincial de Guadalajara, mencionando una subcomarca que ocupa el núcleo este de la provincia: el Señorío de Molina, espacio que en su zona sur enlaza con las estribaciones de las Serranías de Cuenca y de Albarracín a través de los Montes Universales.

Corresponde a los enclaves del Alto Tajo, terreno que se define por las profundas gargantas y hoces que el río ha ido forjando pacientemente.

Como dato escalofriante, citemos que la comarca de Molina, caya extensión de 3.000 kilómetros cuadrados es similar a la de toda la provincia de Álava y casi duplica a las de Guipúzcoa y Vizcaya, apenas alcanza los 5.000 habitantes, menos que cualquier barrio de San Sebastián. La cifra dispensa de cualquier otro comentario.

NUCLEARES Y TRASVASE.

La situación preagónica de Guadalajara, a la que antes aludíamos, no parece que vaya a mejorar con los nuevos aires democráticos.
Por el contrario la Administración española ha decidido reservar para Guadalajara dos resoluciones que difícilmente hallarían acomodo en otras tierras más pobladas y beligerantes de España: otra central nuclear y el trasvase de las aguas del Tajo.

Al “dadivoso” regalo de la primera central atómica que funcionó en España, la de Zorita, se une ahora el nuevo inmerecido obsequio de la central de Trillo, también sobre el cauce del Tajo, y la proyectada construcción de un depósito de materiales radioactivos que, según rumores cada vez más fundados, se convertirá en el estercolero de todas las centrales de España.

¿Para qué necesitará Guadalajara dos centrales nucleares, a escasos kilómetros la una de la otra, si ella es una de las primeras provincias productores de energía eléctrica, el 85 por ciento de la cual sale fuera de la provincia, en tanto que mucho de sus pueblos están aún sin electrificar?

¿Será que, como desafortunadamente señaló hace poso un alto ejecutivo de la Administración española, Guadalajara “es una provincia poco poblada”, de forma que un escapa radioactivo “comportaría menores consecuencias”?

Cuando un Estado diezma conscientemente a un territorio, y después –justificándose en la despoblación que él mismo ha provocado- lo utiliza sin ningún escrúpulo como cementerio atómico, es que se ha alcanzado una dosis de saña considerable, pero el desahogo de los políticos españoles parece haber sobrepasado tales límites.

De igual forma, se anuncia para mediados del próximo año la conclusión del faraónico trasvase Tajo-Segura, que a fuerza de horadar montañas, perforar túneles y remover toneladas de rocas, expoliará la riqueza hídricas de Guadalajara en beneficio de las distantes comarcas del Sudeste español.

A MODO DE CONCLUSIONES.

Tal es el pago que Guadalajara tiene que abonar para que otras zonas del Estado progresen a su costa. Un pago durísimo y sin compensaciones, decidido por los poderes centrales, que ha llevado a la provincia a ver reducida su población a poco más de la mitad de la que tenía en 1900, habiendo entrado ya en la espiral de la desaparición.

Si quisiéramos jugar con las estadísticas y extrapolásemos los índices recientes de emigración haciéndolos constantes, podríamos comprobar que a Guadalajara le restan 26 años de vida humana, en esa fecha desaparecería el último habitante de la provincia.
Naturalmente, eso no va a ocurrir, puesto que la provincia carece de población que por su edad pueda emigrar y en el reducto de la capital siempre quedará alguien.

No obstante, las cifras actuales permiten ya hablar de una provincia que no existe, de una provincia de la que se ha enseñoreado la muerte, de un inmensa desolación circundante. Y esto mientras se no dice que el mundo ha conocido una explosión demográfica espectacular y un desarrollo sin precedentes en la historia. Pero Guadalajara no debe de ser de este mundo.

Convertidos sus ríos de la zona norte en suministradores de agua potable a Madrid, nuclearizados sus ríos de la zona sur, anegadas sus mejores tierras de cultivo por pantanos de los que no se beneficia, pero de los que sí ha padecido las consecuencias de las expropiaciones (es decir, más emigración), succionados sus ahorros, trasvasado el Tajo, a uno se le ocurre qué plaga más podrá hacer España sobre esta provincia en la que viene cebándose dentro de los moldes más puro neocolonialismo.

Reencontrar nuestra dignidad colectiva y plantearnos como objetivo esencial la recuperación para finales de siglo de la misma población que ya teníamos en 1900 (de forma que este trágico siglo XX sea pronto una pesadilla de posible olvido), son los dos propósitos primordiales y básicos con los que debemos enfrentarnos para asegurar nuestro futuro.

De otra forma, los intereses económicos a los que conviene la despoblación de gran parte de la provincia de Guadalajara, acabarán conduciéndonos al definitivo entierro.

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(1) Estudios sociológicos sobre la Situación Social de España. Fundación FOESSA. Madrid 1976. Pág. 20.
(2) Por descontado, este hecho no es sólo exclusivo de Guadalajara, sino de la totalidad de Castilla. Quien desee comprobarlo, únicamente tiene que abrir un mapa de carreteras para cerciorarse de que en todo el resto de Castilla, a excepción de la Nacional I de Burgos, ninguna de las carreteras radiales pasa por capitales o pueblos importantes de Castilla la Veja o de la Nueva. La razón por la que los expertos en obras públicas españoles han conseguido comunicar a Madrid sin comunicar a Castilla, que rodea dicha ciudad por todas partes, es uno de los misterios más asombrosos de nuestro tiempo. En esto, como en tantas cosas, el siglo XX ha sido con nosotros implacable.

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Juan Pablo Mañueco

Nacido en Madrid en 1954. Licenciado en Filosofía y Letras, sección de Literatura Hispánica, por la Universidad Complutense de Madrid

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