Prólogo al «Poema de los Comuneros. Toledo-Villalar-Toledo», de Mañueco

BREVES PALABRAS LIMINARES, al «Poema de los Comuneros. Toledo-Villalar-Toledo», de Mañueco

 

 

 

ESTE POEMA DE LOS COMUNEROS (1520-1522) lo he subtitulado La Guerra de la Dependencia de Castilla ante la Casa de Austria, para expresar desde el primer momento mi criterio valorativo esencial sobre aquellos acontecimientos que siguieron a la llegada a tierras castellanas de un arrogante mozalbete flamenco, borgoñón y germano, y su camarilla de codiciosos consejeros integrados en el séquito y comitiva de una Corte extranjera.

 

Esta camarilla sometió bajo una subordinación casi colonial a una pujante y expansiva Castilla, con intereses ya en tres continentes, y a la sujeción general de los intereses propios castellanos bajo los del Imperio alemán, y, en particular, bajo los provechos de Flandes, “nuestra patria” como recordó literalmente Carlos I en su testamento a Felipe II, para recomendarle cuáles intereses debía primar en su política pluriterritorial, si los intereses de una parte de ellos entrasen en colisión con los beneficios flamencos: primero Flandes, “nuestra patria familiar”.

 

Y en efecto, así ocurrió durante todo el XVII Y XVII… Flandes “nuestra patria” (de ellos) condicionó la política de la Corona de Castilla y de España entera, e impuso la primacía de sus lucros e intereses, así como los de los territorios de sus parientes Hasbsburgo en Centroeuropa, de forma que esa fue la prioridad de todos los reyes de la Casa de Austria, desde el primero hasta el último.

 

Castilla y los castellanos, en frase atroz de la camarilla flamenca de la época, eran “los indios de los flamencos” (luego de los Habsburgo) que debían prestarles a los borgoñones y germanos los mismos servicios y beneficios que los indígenas americanos, a mayor gloria de la Casa de Austria.

 

Y a mayor carga impositiva, que hubieron de soportar los pecheros o pagadores de impuestos de Castilla, mientras pudieron, sin venirse abajo –por tantos gravosos tributos- sus tiendas, sus negocios comerciales, sus producciones y manufacturas de lanas, cueros y sedas, sus restantes fabricaciones textiles o de otra índole, y, en general, sus establecimientos productivos de todo tipo.

 

Tales negocios entraron en decadencia y tuvieron que ir cerrando a lo largo del reinado de los diversos reyes Habsburgo, para enrolarse sus propietarios o trabajadores en los improductivos tercios de Flandes o europeos de los Austrias o para llenar de mendigos los caminos de la, sin embargo, primera potencia mundial, como era Castilla

 

He dicho ya en otros lugares que la consideración de los sucesos de 1520-1522 como Guerra de la Dependencia de Castilla ante la Casa de Austria se prueba porque, después de dos siglos de esfuerzos económicos, militares y sobrehumanos para mantener para los Austrias españoles sus posesiones flamencas, el Tratado de Utrecht de 1713, resulta revelador en este sentido.

 

El Tratado de Utrecht, que sancionó al final de la Guerra de Sucesión provocada por el Austria de turno -el pretendiente derrotado Carlos III de Habsburgo-, puso fin a dos décadas de guerra en su “amada” –más bien “codiciada”- España, sino que estableció pérdidas territoriales entre las que el aspirante derrotado Carlos III de Habsburgo exigió que las provincias de Flandes pasaran de España… al poder de quien siempre habían pertenecido, esto es, al Archiducado de Austria, o sea, a él mismo…

 

¡Flandes siempre había sido acervo, posesión y tenencia de la Casa de Austria reinante sobre España, la Corona de Castilla sólo había puesto durante dos siglos el oro, los metales preciosos, los esfuerzos y la sangre de sus soldados para defenderles a los Austrias sus dominios!

 

Muy poco inteligente –más bien esclavo- el papel de los Tercios que tanto nos desangraron y agotaron a los castellanos en una tierra y en unas guerras europeas donde no había nada que ganar y sí todo –como se demostró al final- que perder.

 

 

ASCENSO DE LOS COMUNEROS A LA MITOLOGÍA DE CASTILLA

 

LA VISIÓN DE LOS COMUNEROS como lo que fueron, unos patriotas castellanos y por extensión españoles, deseosos de salvaguardar los intereses de Castilla y España frente a las conveniencias dinásticas extranjeras de una estirpe familiar más preocupada de sí misma que del bien común de sus reinos y súbditos, estuvo soterrada y escondida en tiempos de la máxima presión propagandística y represión política de la Casa de Austria.

 

Carlos I de España ordenó, por ejemplo, colocar las armas de su escudo a la entrada de todas las ciudades comuneras de Castilla, en lo más visible de la puerta de entrada de las murallas, para que nadie tuviera ninguna duda acerca de quién era su amo, por la fuerza de las armas y por el derecho sagrado de conquista, según expresión de la época.

 

Pero ya a finales del propio siglo XVI los historiadores oficiales de la España de los Austrias empezaron a señalar ideales defendibles y propósito sanos entre los comuneros, a la vez que reprobaban “los excesos que en esta como en cualquier otra revuelta se produjeron”.

 

Desde entonces, la historiografía y la literatura se ha ocupado con frecuencia del fenómeno comunero, extrañándose unos de que los castellanos mostraran tan alto grado de rechazo de la política imperial austriaca, y admirándose otros de que plantearan soluciones tan contemporáneas como las que propusieron para resolver la crisis originada por el Habsburgo advenedizo y rapaz.

 

El siglo XIX volvió los ojos sobre ellos saludándoles como liberales y contemporáneos, mientras que las épocas de dictadura de los siglo XIX y XX tornaron a verse más reflejadas en el imperio de Karl de Gantes que en unos castellanos que luchaban por Castilla, con bastante nutrido argumentario y con un bien pertrechado equipo de ideas, razonamientos y reflexiones …

 

Claro que lo de luchar por Castilla no es tarea muy compartida ni secundada por intelectuales ni políticos del siglo XX y XXI, sobre todo por los de nuestros días.

 

Durante todo el siglo XX sí fue común que se sucedieran las generaciones de intelectuales castellanos comprometidos con Castilla (Generaciones castellanas de 1900, 1920, 1940, 1960, 1980 y 2000), como he ilustrado ampliamente en mi libro del año 2021, titulado “Castilla, entre el XX y el XXI. Historia y Memoria”, y otros de similar temática.

 

En nuestros tiempos, poco sensibles con los problemas de Castilla, podría decirse que hacerse el/un Adriano (de Utrecht), o sea, un político “castellano” puesto por encargo de otro para NO prestar atención a los problemas de Castilla… es lo corriente entre la clase intelectual oficialista y entre la clase política –diputados, senadores, alcaldes…- de toda Castilla, o de lo que van dejando de ella, que cada vez es menos.

 

Es decir, la existencia de tantos “Adrianos” entre quienes hoy “representan” políticamente a Castilla, podría hacernos considerar que las estructuras políticas de nuestros días son las mismas que las del Imperio de Carlos I… Aunque declarativamente hayan triunfado las tesis comuneras de Padilla, Bravo y Maldonado, y estén los comuneros muy bien retratados al lienzo en el propio Congreso de los Diputados… Pero sólo decorativamente.

 

¡Apariencias! La estructurales son las imperiales, no las democráticas que representen y hagan oír los intereses de Castilla…

 

Por eso hay tantos “Adrianos” en la política castellana del momento y tan pocos Padillas –si es que hay algún espécimen de esta ´rara avis´, que probablemente no- entre quienes sí recogen sus actas de diputados, de senadores o de alcaldes por las tierras que ciertamente vieron hablar y pelear por ellas a las históricas Comunidades de Castilla.

 

Pero esta cuestión excedería los propósitos de este prólogo y, por otra parte, la tengo ampliamente documentada en otros varios libros que puede consultar quien lo desee, simplemente tecleando mi nombre en algún buscador de internet.

 

LA GUERRA DE LAS COMUNIDADES, LA ILIADA DE CASTILLA

 

POR OTRA PARTE, LA Guerra de las Comunidades de Castilla, desde el siglo XIX, XX y XXI, ha generado ya tanta literatura y tanta expresión artística en varios campos de las Bellas Artes que bien podíamos ir considerándola “La Iliada” venerable de los helenos, trasladada su épica a las tierras, valles y montañas de Castilla de nuestra época.

 

Acontecimientos épicos con final trágico, amores imposibles de mantener que perduran más allá de la muerte y de los siglos, reinas locas o enloquecidas que se mantienen ocultas, encerradas para que no digan la verdad, bravas mujeres que toman el lugar de sus maridos cuando estos caen en el fragor de las batallas, jóvenes capitanes valerosos que salen en defensa de los ideales de la libertad y de la justicia para enfrentarse a ejércitos más poderosos y mejor armados y financiados, traidores contumaces que ascienden hasta la cúpula de los ejércitos rebeldes para entregárselos desarmados y derrotados a los ejércitos contrarios, salvando el alevoso traidor su pellejo y su vida, en tanto se desentiende del futuro de los traicionados…

 

Sí, hay elementos épicos en la Guerra de las Comunidades de Castilla. Pero aún señalaremos más…

 

Obispos guerreros entrando en batalla al frente de violentos ejércitos de sacerdotes que cabalgan para causar cuantos bajas puedan al enemigo realista y cuantos estragos les sea dado causar a los campos y posesiones de los altos señores que oprimen al pueblo, grandes señores de la guerra que en principio ven con buenos ojos las reivindicaciones comuneras, pero que, ante la violencia gratuita desatada por las masas y ante los desmanes generalizados de las tumultuosas hordas incontrolables, deciden volver al bando del orden para escapar del caos anárquico de las revueltas antiseñoriales…

 

Sí, se podría señalar quién es Aquiles en esta epopeya, quién es Áyax, quién es Héctor, quién Andrómaca (la que lucha contra los hombres, etimológicamente), y quién Helena, y quien Patroclo, Agamenón y Menelao…

 

Hay batallas junto a las murallas y hasta hay caballos de Troya, sólo que esta vez no se dejan como regalo de traición, sino que se mueven en la dirección equivocada para que la felona alevosía exprese la perfidia y la vileza de su autor de un modo más claro, y sin astucia, sólo con infamia.

 

Señálelos los críticos esos paralelismos, que para eso están –los críticos y las semejanzas posibles-, y nosotros vayamos terminando con indicar el porqué de la mezcla de géneros que va a hallarse en es este Poema, Epopeya e Historia de los Comuneros.

 

POEMA, EPOPEYA, HISTORIA EN ESTA MISMA OBRA

 

POEMA PORQUE ES UNA composición en verso con pasajes líricos, épicos y narrativos en torno a los acontecimientos que ocurrieron en Castilla entre 1520 y 1522, a incluso treinta años antes –durante las llamadas tres décadas de oro de Castilla 1492-1522- como preludio y contexto de lo que al comenzar la década de los años 20 sucedería.

 

Epopeya porque se trata del relato de hechos históricos de gran altura, realizados con gran esfuerzo por parte de sus protagonistas y venciendo numerosas adversidades. Los hechos, por otra parte, han pasado ya a la tradición épica del pueblo castellano, casi como ningún otro pasaje de su historia, siendo sin embargo muy rica en acontecimientos memorables la crónica de ellos que podrían reseñarse.

 

Historia porque hay también una voluntad de ser riguroso y cronológico en la narración de los hechos que acontecieron en Castilla entre 1520 y 1522. Y además, por otro motivo:

 

Cuando me plantee este “Poema de los Comuneros” decidí que ningún acontecimiento bélico o batalla merecía la pena de ser contado en verso.

 

Como más adelante se expone, ya dentro del poema, todas las guerras y batallas son iguales: comienzan con las mismas alegrías y desfiles ante lo que se supone va a ser una rápida campaña que acabará en victoria, se transforman pronto en las mismas angustias lentas que parecen no tener fin nunca, sufren todos los contendientes aunque unos más que otros…

 

Y después, cuando los vencedores ganan sobre los vencidos, los unos o los otros reproducen las mismas venganzas y los mismos errores y abusos de gobierno por los que las guerras habían empezado…

 

Lo que la guerra deja sólo es el sufrimiento adicional al de la vida, por si éste fuera poco.

 

Por eso decidí que en este poema ninguna batalla sería cantada entusiásticamente con versos altisonantes y solemnes…

 

Pero debían narrarse. Lo haría en prosa. En prosa histórica. En Historia.

 

Sólo la batalla de Villalar está algo más narrada en verso. Y ello ocurre así porque se trata de lo único que no está escrito originariamente para este libro. Anda circulando ya por el ciberespacio desde hace algunos años. Lo he dejado tal y como estaba. Y además ese pasaje de Villalar apenas contiene elementos belicistas, sino descriptivos.

 

VILLALAR NO FUE EL LUGAR DEL FINAL DE LAS COMUNIDADES DE CASTILLA

 

VILLALAR, HOY CONOCIDO COMO Villalar de los Comuneros, no fue el final de la Guerra de las Comunidades en abril de 1521. Toledo, que la había iniciado, resistió y prolongó el espíritu de la Comunidad hasta 1522.

 

 

Reducirlo todo a Villalar, como a veces se hace deliberadamente, es desconocer los variados escenarios políticos y militares en que tuvieron lugar los acontecimientos –con sus vicisitudes y victorias parciales de uno y otro bando- y procurar eludir el papel esencial de la Castilla Nueva en la Guerra de las Comunidades de Castilla.

 

Juan de Padilla, es natural de Castilla la Nueva. El segoviano Juan Bravo es natural de Castilla la Nueva. Juan de Zapata es natural de Castilla la Nueva. María Pacheco es oriunda de Castilla la Nueva…

 

Sin Castilla la Nueva no puede entenderse la Guerra de las Comunidades. Y, en mi opinión, tampoco Castilla. Por eso, y por otros factores interesados, no se entiende, en nuestros días.

 

TEATRO, PLANTOS Y CANTOS ESPECIALES

 

POR OTRA PARTE, HAY en el poema escenas dramáticas que, como se indica al final de la obra, se han resuelto finalmente en una verdadera obra de teatro, en sí misma. La cual no se publica ya aquí, sino fuera de este libro digital, pero a la que se remite al lector que quede con apetito de más, porque se plantean y dirimen algunas de las cuestiones ideológicas que restan en este poema en sombras.

 

Por último, añadiré que incluso podría señalarse algún conato de prosa narrativa, apenas esbozado. Quien conozca mi obra sabrá que nunca he desdeñado la mezcla de géneros literarios, aunque en este caso ya digo que no hay tal: apenas es un conato de prosa narrativa el que figura en el poema.

 

Y ya para terminar quiero decir que quien se aburra en algún pasaje –de todo puede haber- o quien quiera dirigirse solamente a lo esencia, vaya y deguste los Plantos y Cantos especiales que se han indicado en el Índice de ese libro.

 

Sólo con ellos ya podrían seguirse los acontecimientos de la Guerra de las Comunidades, pero además apuesto doble contra sencillo a que hay más de un Planto o Canto que agradarán incluso al lector más exigente.

 

Y también complacerán –al menos así lo deseo- al lector más espontáneo o sencillo y al familiarizado en mayor o menor medida, con la historia y epopeya de los Comuneros castellanos de principios del siglo XVI.

 

Que saboree el Poema o los Plantos y Cantos especiales el paladar de los lectores que hasta este umbral han llegado y por este dintel se adentran ya en el meollo del “Poema de los Comuneros”.

 

 

Juan Pablo Mañueco,

27 de julio de 2021

 

 

 

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Juan Pablo Mañueco

Nacido en Madrid en 1954. Licenciado en Filosofía y Letras, sección de Literatura Hispánica, por la Universidad Complutense de Madrid

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