Cuando en 1989 cayó el muro en la fría Berlín, muchos vieron ahí el hito que marcaba el fin de una época: la muerte del comunismo. El liberalismo capitalista, el sistema del vencedor de la Guerra Fría, los EEUU de Norteamérica, parecía erigirse en la estructura definitivamente hegemónica a nivel mundial. Sus partidarios afirmaban orgullosos que tal sistema político, social, ideológico y económico era ya inamovible. Francis Fukuyama sentenció el dictamen definitivo: “La Historia ha terminado”.
Y así era, para gozo de los que anteponen libertad a igualdad y para desgracia de los que veían en esa situación la consolidación del alejamiento de dos mundos antitéticos: los llamados Primer y Tercer Mundo. Hasta que llegó el Crack del siglo XXI y pretendió reeditar el Desastre del 29 de la pasada centuria. Cuando el Gobierno de EEUU, con un republicano como George W. Bush a la cabeza, se pasaba al intervensionismo estatal de emergencias, la Historia simuló dar un mandoble en el rostro de Fukuyama. Los aventurados llegaron a proclamar la cita más inquietante: “El liberalismo ha muerto. El capitalismo ha sido enterrado”.
Pero hoy, para sorpresa de algunos (no tantos), ha surgido la reacción y el núcleo duro de los republicanos (y muchos demócratas también)) en el Congreso norteamericano ha dicho ‘NO’ al Plan Bush. Por tanto, otro lema es el que ha emergido: “Capitalismo, levántate y anda”.
Ahora llega la hora de las consecuencias. Atengámonos a ellas. Todos. EEUU ha mantenido la esencia filosófica que ha marcado su devenir histórico: el libre mercado se mantiene intocable (o casi), la empresa privada sigue dependiendo de sí misma, la banca permanece bajo ningún control, el estado mantiene un poder mediador de mínimos… ¿Pero quién paga las consecuencias de la resurrección del capitalismo? ¿Quién vigilará ahora los intereses de los inversores que pueden ir camino de la bancarrota? ¿Quién sostendrá a los hipotecados que ven multiplicada por el doble la causa que les impide dormir? ¿A dónde irán a parar los bancos más pequeños y las empresas de las que dependen miles y miles de personas y que ahora no tienen liquidez?
¿Qué hacer? Unos dicen: “El estado no tiene por qué salvar los muebles de nadie, pues todos, empresas, bancos, inversores y ahorradores, se aprovecharon de un sistema que funcionaba. Mientras iba bien, perfecto. ¿Y ahora? ¿Tiene que ser papaíto estado el que nos salve el culo?”. Los otros responden: “El estado debe salvaguardar a quienes lo conforman: los ciudadanos, todos nosotros. ¿Si no, para qué sirve? Vale, puede ser que todo se nos fuera de las manos, que no miramos para atrás cuando venían las vacas gordas… ¡pero el estado es el que fija las normas básicas! Si todo ha acabado tan mal, en algo habrá tenido la culpa, aunque sea por no intervenir a tiempo. Por tanto, ¡papaíto estado, ven en nuestro auxilio!”
El debate está planteado. Medio mundo, el supuestamente Primer Mundo, tiene un sistema liberal. Ahora llega la hora de elegir: mantener el sistema cueste lo que cueste o arriesgarse a que una crisis bestial pueda llevárselo por delante. Bush (¡y hasta Zapatero!) había optado por un camino, apoyado por su futuro sucesor: Obama o McCain. Pero la ‘vieja guardia’ ha antepuesto la fidelidad a unos principios.
El Capitalismo ha resucitado. ¿Habrá sido para suicidarse?
MIGUEL ÁNGEL MALAVIA