La Hora de la Verdad

Miguel Ángel Malavia

Javi y Sandra

Javi no sabía muy bien qué hacía allí y cómo se había dejado convencer por sus compañeros de trabajo. Ese día se había hecho tarde por el inventario y él estaba realmente cansado. Pero cuando Juan y Sebas le dijeron que se fuera con ellos a tomar una copa “y lo que se terciara después”, se animó rápidamente, pues no quería acostarse y volverse a despertar para ir nuevamente al trabajo. Necesitaba “cambiar el chip”, y para ello nada mejor que algo de marcha, de las “emociones fuertes” prometidas por sus compañeros; de los que intuía por sus cuchicheos que tramaban “alguna” a sus espaldas. Aunque no le importaba lo más mínimo, pues presentía que le iba a gustar conociendo a ese par de golfos.

Pero todo cambió cuando después de la tercera copa cogieron el coche de Sebas y se fueron de “excursión”. A la que Javi se quiso dar cuenta, estaban en un descampado del extrarradio en el que otros coches realizaban un circuito nauseabundo. Fueron sólo un par de minutos, en los que él, medio mareado, veía desfilar ante sus temblorosos ojos las imágenes de luces, colores, chicas de minifalda y labios pintados ostensiblemente. Las chicas, al principio, trataban de llamar su atención, insinuándose provocadoramente. Pero luego todo degeneró en lo mórbido, en lo sucio, en lo pueril. Sus amigos no paraban de insultar a las “guarras”, a las “jodidas zorritas” y a instarle e él voz en grito a “reírse de las putas”. A eso habían venido, ¿no?

En un momento dado, vio a una boliviana muy bonita y extremadamente joven, que no tendría más allá de los 17 años. Al pasar el coche a su lado, ésta, con gesto de asco y temor, se levantó la falda y pareció llamarles con la mirada perdida. En ese instante, Juan y Sebas le tiraron a la cara el último cubata y le dijeron que “no follaban con perus de mierda”. Ella lloró y Javi vomitó sobre su traje de raya ejecutiva.

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Esa noche estaba siendo muy mala. Sandra, que llevaba en ese maldito descampado desde las once de la noche, sólo había estado con dos hombres. Por el completo había ganado algo, pero por la felación tuvo mala suerte. El tío era poli y le dijo que no le pagaba. Cuando ella hizo un atisbo de protesta, él le soltó un tortazo y le dijo que si se le ocurría abrir la boca “la mandaba a su puto país a leche limpia”. Ella, de buena gana, hubiera dicho que sí, que la mandara a su “puto país”, a su Bolivia, con sus dos hijos y su madre.

Erigida otra vez sobre su “escaparate”, pensaba para sus adentros: “¡¿Por qué la vida es así, joder?! ¿Por qué no puedo estar ahora en casa con mis hijos, abrazándoles? ¿Por qué vine aquí, a este jodido Primer Mundo, en busca de la oportunidad? ¡¿Qué oportunidad?! Abrirme de piernas ante esos perros abuelos, ante los padres de los malcriados, ante los malditos chicos de traje… como esos hijos de puta que aquí acaban de venir a reírse de nosotras”.

Por un momento, Sandra pensó en tener un detalle de dignidad y darse la vuelta ante el coche blanco del que salían bocinazos, risas e insultos. Pero al final, en el último instante, pensó que si aquellos chicos vestidos de traje la cogían a ella, podía ganar el suficiente dinero como para dar por terminada la noche y tomarse un café caliente (tenía mucho frío) junto a sus cuatro compañeras de piso. “A esta hora, tal vez, ya estén levantadas para ir a la universidad. Y a lo mejor se han acordado de mí y me han dejado algo de desayunar. Si supieran de dónde vengo todas las noches..”. En éstas estaba Sandra cuando al llegar el coche blanco a su altura, sin poder evitar la náusea y el desprecio, se levantó la falda, enseñando la “mercancía” que les ofrecía. Por toda respuesta, el insulto y un vaso de whisky arrojado en su cara. En medio del estallido de lágrimas, mezcladas con el alcohol que caía por su cara, vio a los dos hijos de puta que con su impecable traje gris y corbata a juego, rompían en un mar de carcajadas, acelerando el coche.

A quien Sandra no vio fue a Javi, que agachado en el asiento trasero, vomitaba la dignidad robada a las princesas de la noche.

MIGUEL ÁNGEL MALAVIA

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Autor

Miguel Ángel Malavia

Conquense-madrileño (1982), licenciado en Historia y en Periodismo, ejerce este último en la revista Vida Nueva. Ha escrito 'Retazos de Pasión', ¡Como decíamos ayer. Conversaciones con Unamuno' y 'La fe de Miguel de Unamuno'.

Miguel Ángel Malavia

Conquense-madrileño (1982), licenciado en Historia y en Periodismo, ejerce este último en la revista Vida Nueva. Ha escrito 'Retazos de Pasión', ¡Como decíamos ayer. Conversaciones con Unamuno' y 'La fe de Miguel de Unamuno'.

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