Si quieres ver desfilar ante ti un sinfín de almas humanas, debes ir a verla. Si quieres sumergirte en los matices y contrastes de la pasión enfermiza, el amor sin reservas, la fidelidad ciega, la sospecha fría, la traición inesperada, el chantaje indecente, la venganza cruel, el odio macabro, la inseguridad que paraliza, el miedo que infarta, la obcecación de granito, la vida y la muerte, debes ir a verla.
Si no te importa adentrarte en una historia que avanza a cuentagotas, con lentitud y suavidad, debes ir a verla. Si no te agobia el dominio de la oscuridad (del paisaje y del corazón), debes ir a verla. Si no te asquea que el suave paso del tiempo sea cortado de vez en cuando por aldabonazos incrustados en las tripas con el estilete bruto de un guante de boxeo, debes ir a verla.
Si quieres volar con los intimistas planos cinematográficos santo y seña del autor, debes ir a verla. Si quieres alucinar con los instantes surrealistas que marcan el ADN del artista, debes ir a verla. Si quieres ver a Concha Buika cantando una nana brutal en medio de un despliegue de buen gusto en lo luminoso y de lascivia libertaria en lo oscuro, debes ir a verla. Si quieres enamorarte de una enigmática Elena Anaya e inquietarte con un paralizado Antonio Banderas, debes ir a verla.
Si quieres juzgar por ti mismo la última obra de arte de Pedro Almodóvar, debes ir a ver La piel que habito.
MIGUEL ÁNGEL MALAVIA